Cuando Macri ganó las elecciones en mi casa se sintió desesperación. Yo pensé que se trataba del fanatismo político de mis papás. En esa época estaba un poco distanciada de la realidad, como tiendo a hacer muchas veces porque debido a mi sensibilidad me resulta agobiante. Intentaba explicarle a mi papá que era inevitable, que no había ningún hecho concreto que haya llevado a eso sino que era el libre movimiento de las democracias.
Cómo todos mis recuerdos eran con el kirscherismo en el gobierno, no podía entender cómo un gobierno, elegido por la mayoría, podía hacer estragos tan grandes. Tenía la ingenua idea de que simplemente eran diferentes. Y respetaba eso.
Luego, fui creciendo, conociendo la educación pública, mientras la ajustaban, viendo cómo reprimían funcionarios de la salud y docentes que luchaban por un sueldo digno, cómo nos quedábamos sin ministerio mientras las ratas enfermaban a la gente, viendo cada vez más y más gente durmiendo en las calles de mi barrio, viendo cómo mis papás volvían cada vez más cansados del trabajo porque nada alcanzaba, mientras en la tele cada vez que el presidente de mi país hablaba me daba vergüenza ajena su ignorancia y cada palabra que se notaba a la labia cómo estaba pensada y articulada como parte de un sistema que nos estaba destruyendo. Entendí, con Macri, cómo funciona un gobierno antiderechos, cómo la realidad se ve afectada por eso y fui comprendiendo la desesperación de mis padres.
En estos días me resuena todo el tiempo en la cabeza la frase del último discurso de Cristina, que no lo volví a ver desde ese día en vivo, pero no me puedo olvidar. Decía algo así como que iban a venir a destruir todo lo que habíamos construido. Y en ese momento yo también pensaba que no se podía destruir un derecho ya ganado: error. El hambre mata a todos los derechos. La desinformación. La articulación con el sistema judicial. La fuga del FMI, un gobierno de empresarios que solo venían a seguir lucrando, jamás les importó nada más, y lo demostraron con sus acciones. No sólo hicieron desastres en el poder sino también se ocuparon de dejar las fichas puestas para seguir lavándole la cabeza a la gente y moverse antidemocráticamente. Cómo digo y repienso hace un tiempo, desde el impeachment en Brasil: son las nuevas dictaduras, más ocultas y más peligrosas.
Pero vamos a seguir acá, yo aprendí porque lo viví. Al día siguiente del triunfo del frente de todos en las elecciones me fui temprano a trabajar y el aire se sentía diferente, la gente estaba tranquila. Lamentablemente Alberto tampoco es un buen dirigente de este bardito que se armó y que siempre fue la Argentina, Cristina no tenía cómo saberlo, pero para llevarnos a estos rebeldes que somos los argentinos hay que tener mucha convicción, son pocos, pero acá sigo, con esperanza, sabiendo el poder transformador que tiene el Estado y de qué lado de la mecha me encuentro, a qué vuelva Cristina o aparezca alguien más.
La pandemia es un capítulo aparte.
Estamos mal, pero con ellxs estaríamos peor.
Extremamente realista. Si en este hogar privilegiad o fue duro, imaginen en los marginales...Algo muy similar a la Dictadura de Derecha.
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