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miércoles, 10 de agosto de 2022

UN GAUCHO NACIDO EN TENNESSEE

 


Hace más de 15 años, me mudé a la Argentina para cambiar mi vida después de sobrevivir a la mañana del 11 de septiembre de 2001 en la Zona Cero. Trabajaba en un edificio al lado de las Torres Gemelas. Varios años antes al ataque había venido de vacaciones a la Argentina, y me había enamorado de esta nación y su gente. Entonces, después del ataque, y a pesar de la crisis económica y política del 2001, la Argentina fue para mí un refugio de muchos de los problemas más graves del mundo.                                                                                                                     Pero cuando conozco a algún argentino por primera vez, y le cuento cuántos años llevo viviendo aquí, la mayoría no entiende porqué me he quedado tanto tiempo, y porqué no quiero volver a Estados Unidos. A menudo escucho que para ellos, el mejor país es España, Canadá o algún otro lugar del Primer Mundo, y que tienen muchas ganas de mudarse allá. Debido a que muchos de mis amigos y colegas argentinos quieren mudarse a otro lugar, creo que ahora es el momento ideal para recordarles a los argentinos, y a los extranjeros, porqué este es uno de los mejores En muchos países, supuestamente “más desarrollados que la Argentina”, no hay prioridad para embarazadas, discapacitados y/o ancianos en las colas de los bancos, supermercados y otros negocios. En cambio, la Argentina todavía cuida a esa parte de la sociedad. En el extranjero, los edificios residenciales, los centros comerciales e incluso las escuelas se venden como “exclusivas”, fomentando una filosofía “nosotros contra ellos” entre los consumidores, alentándolos a vivir separados de las personas de escasos recursos. Aquí, es más común escuchar el debate sobre la inclusión y las políticas públicas para beneficiar al mayor número de personas, que ver una publicidad promoviendo la exclusión comercial (y por lo tanto social). Las universidades públicas de la Argentina ejemplifican la cultura inclusiva.

​ Cuando les pido a mis amigos estadounidenses que definan “la solidaridad”, casi ninguno de ellos ha considerado la idea de que si llueve, y no todos tienen un paraguas, todos deberían estar dispuestos a mojarse. Tal vez por haber sido criados en una sociedad donde la exclusión de los que menos tienen a menudo se utiliza como una herramienta de marketing. En este gran país, uno no tiene que mirar más allá del colectivo o del parque local para encontrar brillantes ejemplos de solidaridad. La Argentina tiene una larga historia en darle la bienvenida a inmigrantes de todo el mundo, y fue el primer país en América Latina en legalizar el matrimonio igualitario. Aquí no hay skinheads neo-nazis marchando en las calles, ningún movimiento de extrema derecha y ni tampoco un gran porcentaje de votantes que le exijan a la Argentina salir del Mercosur.

​ Si bien algunos argentinos expresan prejuicios contra algunos inmigrantes latinoamericanos, nadie los está separando de sus hijos en la frontera ni construyendo un muro para mantenerlos fuera del país o negándoles la educación y la salud. De hecho, la Argentina simplificó el proceso para que los estudiantes venezolanos y sirios se inscriban en las universidades.                                                En una visita reciente a Mendoza, desde Nueva York, mi hermano y su esposa se sorprendieron al encontrar a niños pequeños cenando con sus padres en uno de los mejores restaurantes de esta ciudad. En Nueva York, muchos restaurantes ni siquiera admiten niños. La Argentina es una gran nación, en parte, debido a que los niños aquí nunca son rechazados, sino que son recibidos en todas partes y se les permite ser ellos mismos. La reutilización y el reciclaje son parte del ADN argentino. Sólo basta con mirar la gran cantidad de Ford Falcon, Fiat 600 y Renault 12 que todavía circulan en las calles. ¡A diferencia de muchos países que profesan la sostenibilidad, aquí claramente no hay una filosofía antiecológica que nos imponga la idea que un automóvil debe ser reemplazado cada tres años.  Afuera de Buenos Aires, los cielos de Argentina no están contaminados con el estruendo de los aviones. El sitio Web FlightRadar24 (que rastrea todo el tráfico aéreo comercial en el mundo), revela que en todo momento hay más aviones sobre el estado poco poblado de Wyoming, en los EE. UU., que sobre toda la Argentina. Aquí, los cielos casi vírgenes son un recordatorio de que quedan pocos lugares en el mundo con la belleza natural de la Argentina.                                                                                                                                   También tenemos la suerte de vivir en una cultura alejada de los obsesionados con la posesión de armas. Si uno tiene mala suerte en la Argentina, se encontrará, a lo sumo, sintiendo un terremoto y no en una zona de guerra, ataque terrorista o tiroteo en el patio de una escuela. Hay más razones para querer a la Argentina. Si bien los activos naturales de este país y su lejanía de las amenazas globales pueden atribuirse en cierta medida a accidentes geográficos, los argentinos tienen el derecho de estar orgullosos de las costumbres que les dan crédito como pueblo: la consideración para aquellos con necesidades especiales, los valores familiares, la inclusión, la tolerancia, la solidaridad y las comunidades diversas. Estas convenciones sociales nos recuerdan que mucho de lo que importa en la vida y, por lo tanto, mucho de lo que justifica la grandeza de una nación, no se mide en dólares ni en el PBI. Para mí, la combinación de activos argentinos comprende un conjunto atractivo que es único en comparación con otras naciones.

No soy ciego a las deficiencias sociales y la volatilidad económica que veo a mi alrededor. Pero he puesto a la Argentina a prueba por 16 años, y todavía me cuadra. Por eso, ¡no pienso mudarme a ningún otro lado!

David English

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