Las PASO 2021 culminaron el domingo 12 de septiembre con un resultado muy malo para el oficialismo. Resultado inesperado que no presagiaba ninguna encuestadora.
La elección se realizó en un inédito contexto mundial de pandemia que ya lleva año y medio. Este fenómeno sorprendió al oficialismo cuando hacía tres meses que había asumido, y para peor en un contexto muy desfavorable, porque el macrismo le dejaba un país en recesión, con fuertes índices de pobreza, y muy endeudado. De hecho, el argentino no fue el único oficialismo que perdió las elecciones en pandemia: le pasó a Trump en Estados Unidos y a Piñera en Chile, por citar solo dos ejemplos de figuras que aunque tengan perfiles ideológicos muy distintos al Frente de Todos, coinciden justamente en ser la fuerza que estaba gobernando en ese momento en esos países.
La participación electoral en estas elecciones fue escasa, de apenas 66,21% (cuando en Argentina suele estar entre el 70 y el 80%), y se dio el fenómeno de que fue menor en las áreas populares del AMBA que en las localidades pobladas por sectores de clase media acomodada, como lo señala Tuny Kollmann en una nota publicada el martes 14 en Página 12.
Aníbal Fernández había señalado en C5N, el domingo de las elecciones, que para el oficialismo fue negativo no tener una competencia interna. La alianza opositora enfrentó disputas internas en casi todos los distritos (por ejemplo Santilli versus Manes en la Provincia de Buenos Aires), y eso estimuló a los partidarios de uno y otro candidato a participar para intentar la victoria de su favorito. En cambio en el oficialismo, al haber lista única, ese candidato era ganador seguro… ¿Para qué arriesgarse al contagio en una elección que no definía nada? Obviamente no definía nada de cara a la propia alianza, pero perder frente a los rivales nunca es gratis en política.
La alianza opositora de nombre cambiante tuvo además en su favor el hecho de que la inmensa mayoría de los negacionistas de la pandemia (aquellos que no temen contagiarse porque no creen demasiado en los informes médicos) los votan a ellos.
Todas estas cuestiones son válidas, e indudablemente tuvieron su influencia en el resultado, pero no lo explican. Un resultado que se acerca a una catástrofe, tiene que tener causas más profundas.
Es evidente que los efectos económicos de la pandemia, que han sido muy duros, son la causa principal de la debacle. El triángulo precios-salarios-inflación ha dado en rojo, y los sectores populares que más apoyan al peronismo, que muchas veces tienen una parte sustancial de su ingreso vinculado a changas y a la economía informal, han sido muy golpeados por las consecuencias de la situación sanitaria, y sus repercusiones económicas.
Cuando un gobierno pierde una elección es inevitable mirar hacia adentro para ver que se ha hecho mal, y tratar de corregirlo. Faltan dos meses para la elección “de verdad”, y por lo tanto es posible corregir el rumbo: seguramente es necesario un cambio de algunas políticas, y de algunas caras. Los ministros son siempre fusibles en estos casos, y no está mal que lo sean. A veces las nuevas políticas funcionan mejor con nuevas caras, nuevos aires, nuevos ejecutantes.
Evidentemente la economía está en primer lugar. Hay que tomar medidas urgentes (algunas ya se están anunciando) para mejorar los ingresos de sectores populares y medios, frenar el alza de precios de alimentos y productos básicos como son los medicamentos, y reactivar la economía. Eso es vital. Y si los actuales funcionarios responsables de esas áreas “no funcionan” (parafraseando a la vicepresidenta) habrá que poner otros.
Como dijo alguna vez un olvidado filósofo: “para hacer una tortilla hay que romper muchos huevos”. La amabilidad y los buenos modos están muy bien, pero para lograr ciertos resultados económicos habrá si o si que tocar intereses del poder real. La amabilidad hacia esos poderes no ha dado fruto: juegan siempre en contra. Para tratar con esos grandes jugadores, parece poco relevante que los enfrentemos a Atila o a Gandhi. Ellos siempre tienen claro que les conviene, y no se vuelven más “buenos” porque el interlocutor sea más amable.
La comunicación es otro tema central. No parece que el gobierno la esté manejando bien. Las cosas que se hacen bien (el manejo de la pandemia, el plan de vacunación, y muchas otras cosas) no se informan adecuadamente. Y se termina imponiendo el mensaje de una oposición política y mediática que hoy dice blanco, y con toda impunidad mañana dice negro, para pasado mañana decir verde. Y eso no tiene consecuencias. Eso es así. No sirve quejarse de ello. Hay que comunicar bien lo que se hace bien, y avanzar con la agenda propia, evitando caer siempre en jugar según las reglas que impone el otro.
Dentro del tema comunicacional, está también cesar con algunos deslices de los propios que hacen daño: filtraciones de fotos, o declaraciones innecesarias que dejan al rival la pelota picando en el área chica -y sin arquero-. A veces hay que aprender de algunos rivales: hablar lo justo y necesario, y no meterse en temas donde hay mucho para perder, y nada para ganar.
Hay una tendencia mundial al crecimiento de fuerzas de derecha, algunas realmente exóticas y peligrosas. Es un dato de la realidad. Hay que tenerlo en cuenta, y tener una estrategia para enfrentarlo. Sabiendo que en esto se corre siempre en desventaja: es mucho más frecuente ver a un pobre votando a una derecha que no lo tiene en sus planes, y que lo va a hundir mucho más en la pobreza, que ver a un rico votando fuerzas progresistas o de centroizquierda que impulsan políticas que seguramente les permitirán seguir siendo ricos.
Muchos compañeros ponen énfasis en el tema seguridad. La verdad es que a los kirchneristas duros no es un tema que nos preocupe demasiado. Pero es un tema central para muchos votantes, y para fuerzas que son parte del Frente de Todos (como el massismo). Habría que plantearse si los responsables de esas áreas funcionan, o no.
Finalmente, habría que recordar que para el peronismo siempre fue central la capacidad de movilización popular. Herramienta a la que hace dos años que se ha renunciado por culpa de la pandemia. Hoy, con un alto índice de vacunación en la población, y los casos en baja, debemos recordar que falta un mes para el 17 de octubre. Tiene que ser una fecha inolvidable, que quede en los anales de las celebraciones de la “fecha patria” del justicialismo.
Faltan dos meses para las elecciones “de verdad”. Dos meses en los que el presidente y su equipo deberán tomar muchas decisiones. El resultado está abierto, y depende de esas medidas. Nos estamos jugando una patriada muy importante. Los dos siguientes años pueden ser una pesadilla con un Congreso dominado por una oposición obstruccionista, fanática, y plagada de sectores que hacen guiños a una derecha que ostenta rasgos fascistas. Y no creo necesario señalar qué podría pasar si en 2023 ganara una fuerza política cuyo “plan económico” es la apertura de la economía, la destrucción del aparato productivo, la precarización laboral y el endeudamiento sin fin. Ya lo hicieron tres veces. No les demos una cuarta oportunidad.
Adrián Corbella
15 de septiembre de 2021
Como siempre certero Corbella
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