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domingo, 1 de agosto de 2021

CHURCHILL O PERÓN, por Julio González

 


«Uno de los factores poco conocidos de la caída de Perón es la industrialización creciente del país. Esto significó un perjuicio considerable para los tejidos y cueros británicos, cuya exportación a la Argentina disminuía rápidamente. La desconfianza británica se transformó en hostilidad cuando comprendió que Perón se preparaba a explotar las enormes reservas petrolíferas del subsuelo argentino». (Journal du France - octubre de 1955).

En 1964, Perón escribió sobre el tema que nos ocupa: «El Imperio Británico celebró mi caída como una victoria típicamente inglesa. Ante la Cámara de los Comunes, delirante de entusiasmo, Winston Churchill desencadenó todos los fuegos de artificio de su pirotecnia verbal. Señaló que mi derrota era para el Imperio, un hecho tan importante como la Segunda Guerra Mundial y que no se me daría tregua ni cuartel, hasta el final de mis días». La sentencia de Churchill se cumplió, Perón no tuvo ni tregua ni cuartel hasta el día de su muerte. ¿Qué había hecho el Gran Conductor Argentino para que Churchill lo considerase un enemigo de tales dimensiones? Algo muy simple: declarar y hacer efectiva la Independencia Económica del país, que fue solemnemente jurada por todo el Gobierno en Tucumán, el 9 de Julio de 1947. La puesta en marcha de esa Independencia Económica, era revertir y recuperar para los argentinos, los tres millones de kilómetros cuadrados de la geografía que nos quedaba. La Argentina primaria del pasto y de la vaca inglesa fue reemplazada por la Nueva Argentina industrial, tecnológica y científica. La Argentina de Perón, consolidada jurídicamente en la Constitución Nacional de 1949, era la puesta en marcha del ideal de los próceres precursores de Mayo de 1810. Era la revancha contra el brutal colonialismo que nos había impuesto Gran Bretaña durante un siglo y medio.

Ferns, el célebre historiador Inglés contemporáneo, señala en el Tomo I de su obra dedicada a la Argentina, que antes del acceso de Perón al poder, la Argentina «absorbió entre el 40 y el 50% de todas las inversiones fuera del Reino Unido». (pág. 397). Estas cifras son más que indicativas de los intereses que la obra del Peronismo había lesionado. Si tenemos en cuenta que durante el decenio 1946/55 Inglaterra tuvo que resignar ante Ghandi su presencia en la India y que Mohamed Mossadegh había puesto fin a los intereses ingleses en el petróleo de Irán, comprenderemos la gravitación que nuestro país tenía en 1955 en el derrumbe del Imperio Anglicano.

El reconocimiento que los Estados Unidos hicieron al poder de Perón y de la Argentina Justicialista fue lo último que pudo soportar la Metrópoli Londinense de su ex colonia. El acuerdo Perón-Eisenhower con respecto a la explotación petrolera a través de la «California Argentina» iba a alejar por siempre de estas tierras a la Gran Bretaña y a las otras potencias europeas asociadas. Fue entonces cuando Inglaterra se lanzó a la reconquista de la Argentina. Utilizó para tal fin dos fuerzas tradicionales y muy eficaces: sus diplomáticos y sus agentes diplomáticos. Con respecto a ellos dice Ferns: «Si el arte de la diplomacia consiste en inducir a otros a tomar decisiones que uno desea que ellos tomen, los agentes británicos en la Argentina practicaron ese arte con grandes resultados. Los agentes diplomáticos británicos piden moderación a los actores cuando éstos manifiestan sus feroces inclinaciones contra el Imperio, les hacen zancadillas cuando avanzan demasiado o bien dan un empellón a otros en la dirección que les parece conveniente». (Tomo I págs. 296-299).

El General Perón desde su exilio escribía a Scalabrini Ortiz: «Usted es uno de los intelectuales argentinos que siempre vio claramente el enemigo real». Y su recordado y poco difundido trabajo sobre los episodios de 1955 decía: «Quizá un error de nuestra parte fue no haber considerado siempre a nuestro Gobierno como una etapa de la lucha secular contra Inglaterra que se inicia con las invasiones inglesas».

Inglaterra y la subversión: en los años que siguieron a 1955, la diplomacia británica no pudo demoler la colosal estructura levantada por Perón. La Argentina industrial, tecnológica, científica, cultural y social, seguía en pie a pesar de todos los embates y de las más bárbaras políticas que se lanzaban contra ella. Los textos ingleses de la época no ocultan su preocupación por el problema. La cuestión se hace acuciante hacia 1972, cuando el General Perón confirma solemnemente su voluntad de regresar a la Patria. Entonces aparece el segundo tomo de la obra del historiador británico Ferns sobre la Argentina. Allí leemos lo siguiente: «Como no sea mediante una guerra civil devastadora, resulta difícil imaginar cómo puede deshacerse la revolución efectuada por Perón». (pág. 247). Y la guerra civil devastadora para nuestra Patria programada y bien pensada por los estrategas ingleses «para deshacer la revolución efectuada por Perón», llegó a nuestras playas. No vino solamente con palabras, vino con armas procedentes de Inglaterra. Recuerdo el día 18 de abril de 1974: un diplomático británico de nombre Micke John Bishop fue detenido en el momento de introducir al país un contrabando de armas. El diario La Nación inicia la reseña del gran escándalo en estos términos: «La Justicia Federal en lo Criminal y Correccional investiga lo relacionado con el secuestro, efectuado el 10 del actual por personal de Prefectura Naval Argentina, de varios bultos que contenían 17.500 proyectiles calibre 9 mm., munición de guerra, acondicionados en cajas utilizables para pistola, fusil y ametralladora, que fueron desembarcados del rompehielos de la Marina Británica Endurance». Y tras dar detalles asombrosos sobre esta invasión virtual en el propio Puerto de Buenos Aires, la crónica da cuenta de la inmediata libertad del diplomático involucrado, a la vez que señala, como trascendido, que Gran Bretaña había dado al Poder Ejecutivo las explicaciones del caso: «Lamentando no haber cumplido con los trámites que hubiera debido realizar en el caso ante nuestra Cancillería». Nunca se hicieron públicas las explicaciones que había dado Gran Bretaña. Jamás se conoció la actitud del Ministro de Relaciones Exteriores de aquel entonces. Dejo el tema para los historiadores revisionistas que quieran ocuparse de los años que van de 1973 a 1976. Al descubrimiento de ese contrabando inglés de armas siguieron otros dos, de los que sólo informó el diario Mayoría; uno interceptado en otro buque inglés y el tercero en una aeronave de la British Caledonian. Si los contrabandos de armas descubiertos fueron tres, ¿cuántos fueron los que no se detectaron? Nunca lo sabremos, pero sí todos recordamos que «la guerra civil devastadora» lanzada anónimamente contra el Tercer Gobierno del General Perón, tenía entonces cuatro frentes bien definidos:

1. El terrorismo bélico con el crimen planificado.

2. El terrorismo periodístico con la tergiversación organizada.

3. El terrorismo político con la traición reiterada.

4. El terrorismo económico con el desabastecimiento, los vaciamientos de empresas y el sabotaje a la producción.

Todas estas eran las formas de la «guerra civil devastadora», declarada en secreto por los ingleses contra Perón. El objetivo era muy claro: destruir la industria argentina, destruir la tecnología argentina y destruir la ciencia y la inteligencia argentinas, aniquilando a la universidad que la produce. Por estos medios, coherentes y contestes de Gran Bretaña para el Río de la Plata, se buscó reinstalar a la Argentina en el sistema colonial de la división internacional del trabajo.

Exportadores de cerebros talentosos (cientos de miles de argentinos emigraron en busca de trabajo entre 1976 y 1980) e importadores de laosianos y vietnamitas (ahora también los coreanos en verdaderas oleadas) que trajo el ministro Harguindeguy para cumplir el «gobernar es poblar», de Alberdi. La Argentina colonial ha sustituido pues, a la Argentina Independiente de Perón.

por Dr. Julio González



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