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domingo, 27 de junio de 2021

Estás equivocado pero te voto, por Dante Augusto Palma




por Dante Augusto Palma

 

Desde hace tiempo que una importante cantidad de argentinos ya no vota a favor de alguien sino en contra de otro. Este fenómeno, que no es estrictamente local, puede llevar a malentendidos y a errores de diagnóstico por parte de los ganadores. Para desarrollar mejor esta idea comenzaré por algo que resulta temerario cuando ni siquiera están determinados los frentes y los candidatos: voy a afirmar que, al día de hoy al menos, hay buenas chances de que el gobierno gane la elección de medio término. Lo muestran las encuestas más o menos serias pero sobre todo alguna mínima observación del comportamiento de los votantes en los últimos años. En otras palabras, si bien la pandemia en todos los países le ha pasado factura a las administraciones que tuvieron que enfrentarla, el núcleo duro del votante oficialista parece estar asegurado. ¿Alguien se imagina que el 37% que votó a Cristina en 2017 hoy votará otro candidato? Sería una tontería suponer que a ese 37% habría que sumarle automáticamente los 11% que había sacado Massa en esa misma elección pero, sin duda, en provincia de Buenos Aires, el oficialismo tiene un piso de algunos puntos por encima del 40% y es muy difícil que la oposición logre superar ese porcentaje. Ni siquiera parece probable que alcance el 41% que había obtenido Esteban Bullrich en 2017, número que permitió a JxC alcanzar un 42% a nivel nacional. 

Asimismo, en CABA el oficialismo local arrasará pero no conseguirá el 63% que en 2017 habían sumado Carrió (con 51%) y Lousteau (con 12%). Seguramente pueda estar en un número que supere los 50 y que el Frente de Todos mejore una magra cosecha del 21% que en esa elección lo llevó a obtener 3 de 13 diputados. Así, en CABA es de suponer que el oficialismo nacional esté en un número más cercano al 30% que al 20%, y que allí pueda llevarse al menos un diputado más. Después se puede analizar provincia por provincia donde en algunos casos también se eligen senadores pero cuesta imaginar grandes sorpresas al día de hoy: oficialismo y oposición ganarán un diputado más o un diputado menos en cada distrito; quizás, por pequeña diferencia, algún distrito arroje una nueva mayoría en senadores pero no mucho más. El punto es que esas pequeñas diferencias permiten especular con que el oficialismo alcance la mayoría automática también en diputados porque son pocos los escaños que necesita. De hecho JxC ya está instalando el número fatal: “estamos a 7 diputados de ser Venezuela”. No se comprende por qué las mayorías en un congreso llevarían automáticamente al autoritarismo cuando parece que eso no ha sucedido en los 16 años que lleva el PRO dominando la legislatura porteña. ¿O es que solo devienen autoritarias las mayorías legislativas cuando pertenecen a espacios populares? Tampoco se comprende que está lejos de ser evidente que la parálisis del gobierno tenga que ver con la falta de mayorías en ambas cámaras. ¿Cuántas leyes no salieron por ese puñado de diputados que se necesitan? ¿Faltan diputados o decisión política? La respuesta no debería descartar la posibilidad de que estén ausentes ambas cosas. 

Pero parafraseando a Silvio Rodríguez, quien cantara “Nadie sabe qué cosa es el comunismo y eso puede ser pasto de la ventura”, podría decirse que nadie sabe qué carajo pasa en Venezuela, ni en Nicaragua, ni en el seno del gobierno, pero lo que importa es encontrar un cuco y decirle a la gente que a través de un simple voto puede acabar con él. Más que políticos la oposición parece estar compuesta por alquimistas y no ofrece ninguna alternativa. Solo es activadora de temores y conspiraciones: viene el monstruo y no nos quieren dar la Pfizer. Eso es todo. Tratará de cambiar los nombres y buscará caras nuevas. El voluntarismo a-ideológico de “La leona” será reemplazado por los mensajes de la neuroayuda de Manes pero allí no hay ninguna pretensión robusta de discutir modelos de país sino solo ingeniería electoral. La apuesta es que al núcleo duro de votos se le sumen los desencantados del gobierno, aquellos que votaron a Alberto Fernández y hoy están arrepentidos. Los hay y son muchos pero de ahí no se sigue que vuelvan a votar a la oposición o se inclinen por opciones minoritarias. Por supuesto que, máxime en una elección legislativa, la polarización es menor y hay electores que apuestan a la posibilidad de que se alce con una banca algún espacio o candidato que no podrá ganar la elección, como fue en su momento Randazzo que, con sus 5 puntos, fue señalado como “el que le hizo perder la elección a CFK”. Pero no parecen opciones sustantivas o que se lleven una cantidad de votos decisiva. A la oposición se le puede ir algo por derecha si no logra acordar con los libertarios y al oficialismo algo por izquierda y por nuevas ofertas de peronismo más ortodoxo pero salvo algún distrito puntual parece difícil que la sumatoria de esos votos definan ganadores y perdedores de la elección. La clave es que aun cuando los desencantados con el gobierno puedan ser muchos, un buen porcentaje de ellos volverá a votarlo porque jamás votaría a JxC. 

Y aquí volvemos a lo que les planteaba al principio. Existe la posibilidad de que un eventual triunfo del gobierno sea interpretado incorrectamente por el propio gobierno como una señal de que está en el camino correcto. Pero la paradoja es que aun muchos de sus votantes lo van a apoyar considerando que no está haciendo las cosas bien o, al menos, no las está haciendo según las expectativas que se tenían. A su vez, este tipo de voto no es exclusivo del oficialismo. También puede haber votantes en la oposición que consideren que el papel de sus dirigentes es patético pero los va a apoyar por el simple hecho de ser antiperonistas. No está ni bien ni mal. Pero en un escenario donde la polarización es tan fuerte y las alternativas no aparecen, hay una buena cantidad de votos que se ganan de esa forma. “Estás equivocado pero te voto porque los que están en frente son peores”, podría ser el resumen del razonamiento. Si esa lógica se aplica a elecciones legislativas es más que probable que se aplique a elecciones presidenciales y esa especulación es la que sostiene a algunos dirigentes. 

Siempre se dice que la política debe escuchar el mensaje de las urnas pero ese mensaje es múltiple y complejo. Por eso yo agregaría un pedido más porque no alcanza con escuchar. Escuchar se puede escuchar un ruido pero lo que hace falta es interpretar y comprender correctamente ese mensaje. A veces un voto a favor no implica un apoyo al rumbo elegido.   

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