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miércoles, 10 de febrero de 2021

EL PERÓN MAQUIAVÉLICO, por Sol Di Domenico (para "Erase una vez en Peronia" nro.7 del 09-02-21)

 


Cuando Perón nos habla a la militancia diciendo que la política es solo un medio, es muy difícil no pensar en términos maquiavélicos.

Primero tengo una reflexión muy interesante para hacer. ¿Por qué no existen los políticos de carrera? ¿Qué clase de formación le exigimos a quienes van a decidir los destinos de un país abiertamente presidencialista como el nuestro? Déjenme adelantarles el final de mi retórica: Ninguno. Son todos difusos e incuantificables. En el mejor de los casos, votamos carisma. Tenemos la tradición de votar abogados, agregamos nefastamente algún ingeniero pero… no los votamos por eso. Ni por sus virtudes. Ni por su curriculum. Somos los peores empleadores del mundo eligiendo presidente. Hagámonos cargo de eso. O no sabemos dónde publicar nuestros avisos, o es necesario que cambiemos nuestros directores de Recursos Humanos (equivalentes a quienes arman las listas que nosotros votamos). Pareciera que los abogados son los James Bond de la política; tienen licencia para matar, gobernar y si te descuidas, te traen un pibe al mundo también. Los Superman modernos capaces de todo con una única kryptonita: la ambición personal desmedida. O son nuestros Batmans, tipos que no saben mucho de todo, pero que cuentan con un cinturón mágico de donde elegirán las mejores herramientas o funcionarios para confiarle las decisiones que les correspondan según cuando tenga que utilizarlos.

Después de esta salvedad, volvemos a pensar en Maquiavelo. Don Nicolás, considera al ser humano, como una dualidad que se debate entre su condición humana y su condición animal. Es capaz de hazañas, logros y luchas, pero para alcanzarlas toma el camino del egoísmo y del instinto. En resumidas cuentas, el ser humano es malo por naturaleza. Sin grises. ¿Cómo iba a pensar distinto? Si la mayoría de sus alianzas políticas terminaron de manera desastrosa y dejándolo indefectiblemente sin el pan y sin la torta. Pero para él, al igual que para Juan Domingo, la República era la mejor forma de gobierno.

Los escritos de Maquiavelo tratan sobre el ejercicio del poder. Habla de “príncipes” (ok, estamos en el 1400) que tienen que tener Estados fuertes y, lamentablemente, sin escrúpulos morales. ¿Por qué? Porque gobiernan una sociedad humana perversa y egoísta solo preocupada por aumentar su seguridad y el poder sobre los demás. ¿Es esta la sociedad de Perón? Bueno, en parte sí. ¿O lo podemos negar?

La innovación maquiavélica en materia política es que nos manejamos como la regla de los positivos y negativos en matemática: El bien siempre lleva al bien; pero el mal también puede llevar al bien. Aquí es cuando postula que el fin justifica los medios. Si el resultado del mal es el bien común, es importante aplicarlo. ¿El mal para quién? Bueno… para el que se le aplique la medida malvada… como un impuesto extraordinario, ¿o no?. El rasgo distintivo de la política es la ética como búsqueda del bien común; la terrenalidad de los fines y la ambivalencia entre malas acciones que redundan en el bien. Esta dualidad bien y mal se traduce en otro de sus postulados: toda la comunidad tiene dos espíritus contrapuestos: el de los pueblos y el de los grandes (que quieren gobernar al pueblo) y que están en permanente conflicto.

Entonces volvemos a la punta del ovillo… ¿Perón era Maquiavélico? Bueno, sí. Pero para que lo entendamos mejor, voy a buscar otro y presentarles otro concepto de política. Según Jonathan Swift la política y la mentira son compañeros de viaje que no se estorban pero más allá de eso, tenemos pensadores como Peter Sloterdijk que nos describe un pacto entre los votados y los votantes; un pacto que enmarca la mentira:


“El pacto medio consciente, medio inconsciente, entre los mentirosos

y los engañados es característico de la entidad que constituye

el nivel ideológico del error (...)”



¿Por qué nos mienten? Porque les queremos creer. Porque hay algo dentro nuestro que nos predispone a creer en sus mentiras y no en las del contrario. ¿Para qué nos mienten? Para conseguir poder. ¿Para qué quieren ese poder? La mejor respuesta y teñida de ingenuidad nos lleva a pensar en la acumulación de poder para el bien común. Como nos enseña Maquiavelo, el mal que conduce al bien. Podemos discutir horas si desde el germen del mal podemos sacar bien, pero yo prefiero la ambivalencia ante de la discusión estéril que venimos dando desde el 1400


¿El mal para quién? ¿El bien para quién? La política es un medio de vida, de subsistencia, de trabajo y un sistema de creencias para todos los que se dedican a ella. Pensarla como un medio para conseguir ciertos fines es una forma clásica de considerarla. Sin innovación. Sin cuestionamientos. Buscando el beneficio de la mayoría, aunque esta mayoría no sea totalidad y ese bien incluya el mal para algunos. Todos somos malos en la historia de alguien. Y Perón no puede ser la excepción.

Necesitamos comenzar a dar la discusión de las buenas prácticas en la política y la profesionalidad de la misma. Necesitamos dejar de votar seres que nos encantan con su carisma o porque como diría el gran Galeano, hacen que no nos una el amor sino el espanto; para dar paso a una nueva estirpe política, donde el verdadero bien común y las concepciones maquiavélicas de la naturaleza humana dejen de ser válidas. Para que la política sea un medio para el bien común, es necesario barajar y dar de nuevo.


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