Páginas

miércoles, 13 de enero de 2021

TODES, por Adrián Corbella

 



El Frente de Todos es, como su nombre lo indica, un  Frente, es decir, una alianza. No se trata de una unión del kirchnerismo y sus aliados, sino de un frente integrado por distintas fuerzas políticas. Al kirchnerismo se sumaron para constituir esa alianza política el Frente Renovador de Sergio Massa y una serie de figuras que pertenecieron en alguna época al massismo (como Felipe Solá o el propio Alberto Fernández), así como otros dirigentes llegados desde otros lugares.

Todos o casi todos los integrantes del Frente de Todos tienen en común el pertenecer, decir pertenecer o haber pertenecido a esa enorme “especie” política argentina llamada  “peronistas”. Sabemos que esa especie se divide en varias tribus, algunas más ordenadas, otras tumultuosas, que se vinculan de distintas maneras, en ocasiones suman sus fuerzas, y en otras se dividen y confrontan. En muchas de las elecciones de los últimos años había representantes de alguna de las múltiples subespecies peronistas en casi todas las listas, en casi todas las fuerzas políticas.

El Frente de Todos se conformó porque sus integrantes tienen muchas coincidencias; pero, no debemos olvidar, que también tienen diferencias. El kirchnerismo y el Frente Renovador, por citar solo a las principales, han tenido históricamente posiciones muy divergentes acerca del chavismo o de la cuestión del lawfare y los presos políticos.

Es normal que en un Frente existan posiciones divergentes en algunas cuestiones. Si fueran todos iguales no harían un Frente, serían todos parte de una misma fuerza política. Uno podría preguntarse entonces porqué se juntan, pero la pregunta tiene una respuesta más que evidente: para ganar o, al menos, para evitar que algún otro gane. Hay una vieja tradición ya casi centenaria, que se remonta a los Frentes Populares europeos de la década del ’30. En esa oportunidad, todos los partidos que se consideraban democráticos se unieron contra las fuerzas fascistas, a las que consideraban no un adversario sino un enemigo, una fuerza de otra índole, de una condición inaceptable.

En la Argentina de 2019 lo que se quería evitar era la permanencia en el poder del macrismo, que además de una política socio-económica realmente perniciosa, mostraba rasgos autoritarios y desprolijidades institucionales preocupantes.

Cristina Fernández venía buscando una alianza de este tipo desde 2015, cuando impulsó a una figura moderada como Daniel Scioli; lo reafirmó a comienzos de 2016, con el discurso frente a los tribunales de Comodoro Py; volvió a intentarlo en 2017, negociando hasta último momento la unidad con Florencio Randazzo; insistió en 2018, coqueteando con Alberto Rodríguez Saa; y lo logró finalmente en 2019, con la candidatura de Alberto Fernández y la incorporación de Sergio Massa, de Felipe Solá y de varios gobernadores extremadamente moderados.

Los kirchneristas argumentamos (con razón) que aportamos probablemente tres cuartas partes de los votos del FdT. Voto más, voto menos, es correcto. Pero, sin ese otro sector más moderado, hubiera habido un empate en torno a 40% de los votos, y una “definición por penales” (ballotage) de resultado incierto. Aún en el caso de haber ganado esa definición, la gobernabilidad hubiera sido deplorable.

Mantener esa unidad es algo absolutamente vital para evitar un regreso al poder de la otra alianza, la alianza de derecha que es tan poco afecta a los valores “republicanos” -pese a que los declama todo el tiempo-.

Luchar por mantener la unidad tampoco significa aceptar cualquier cosa. Es perfectamente válido que el votante reclame a sus autoridades, plantee sus inquietudes y sus necesidades.

El tema judicial es una de las cuestiones institucionales más inquietantes, porque vivimos con un sistema judicial que invade jurisdicciones de otros poderes y emite resoluciones que son difíciles de justificar a partir de la Constitución y las leyes. Que se continúe juzgando o se haya condenado a dirigentes políticos de la etapa anterior a 2015 en “juicios” de una desprolijidad alarmante nos resulta inaceptable; nos parece una afrenta muy dolorosa la permanencia en prisión de esos mártires.

Quizás debamos tomar nota de experiencias recientes. El 17 de octubre de 2020 el gobierno no deseaba movilizar, hizo lo imposible por desactivar cualquier evento presencial. La movilización se dio igual por presión desde abajo, y terminó fortaleciendo al FdT en un contexto en que la oposición avanzaba con protestas callejeras realmente destituyentes.

Esa experiencia no debe ser olvidada. Esa experiencia es útil y valiosa.

 

Adrián Corbella

12 de enero de 2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario