El Frente de
Todos es, como su nombre lo indica, un
Frente, es decir, una alianza. No se trata de una unión del kirchnerismo y
sus aliados, sino de un frente integrado por distintas fuerzas políticas. Al
kirchnerismo se sumaron para constituir esa alianza política el Frente
Renovador de Sergio Massa y una serie de figuras que pertenecieron en alguna
época al massismo (como Felipe Solá o el propio Alberto Fernández), así como
otros dirigentes llegados desde otros lugares.
Todos o casi
todos los integrantes del Frente de Todos tienen en común el pertenecer, decir
pertenecer o haber pertenecido a esa enorme “especie” política argentina llamada “peronistas”. Sabemos que esa especie se divide en varias tribus,
algunas más ordenadas, otras tumultuosas, que se vinculan de distintas maneras,
en ocasiones suman sus fuerzas, y en otras se dividen y confrontan. En muchas
de las elecciones de los últimos años había representantes de alguna de las
múltiples subespecies peronistas en casi todas las listas, en casi todas las
fuerzas políticas.
El Frente de
Todos se conformó porque sus integrantes tienen muchas coincidencias; pero, no
debemos olvidar, que también tienen diferencias. El kirchnerismo y el Frente Renovador,
por citar solo a las principales, han tenido históricamente posiciones muy
divergentes acerca del chavismo o de la cuestión del lawfare y los presos
políticos.
Es normal
que en un Frente existan posiciones divergentes en algunas cuestiones. Si
fueran todos iguales no harían un Frente, serían todos parte de una misma
fuerza política. Uno podría preguntarse entonces porqué se juntan, pero la
pregunta tiene una respuesta más que evidente: para ganar o, al menos, para
evitar que algún otro gane. Hay una vieja tradición ya casi centenaria, que se
remonta a los Frentes Populares europeos de la década del ’30. En esa
oportunidad, todos los partidos que se consideraban democráticos se unieron contra
las fuerzas fascistas, a las que consideraban no un adversario sino un enemigo,
una fuerza de otra índole, de una condición inaceptable.
En la
Argentina de 2019 lo que se quería evitar era la permanencia en el poder del
macrismo, que además de una política socio-económica realmente perniciosa,
mostraba rasgos autoritarios y desprolijidades institucionales preocupantes.
Cristina
Fernández venía buscando una alianza de este tipo desde 2015, cuando impulsó a
una figura moderada como Daniel Scioli; lo reafirmó a comienzos de 2016, con el
discurso frente a los tribunales de Comodoro Py; volvió a intentarlo en 2017,
negociando hasta último momento la unidad con Florencio Randazzo; insistió en
2018, coqueteando con Alberto Rodríguez Saa; y lo logró finalmente en 2019, con
la candidatura de Alberto Fernández y la incorporación de Sergio Massa, de Felipe
Solá y de varios gobernadores extremadamente moderados.
Los
kirchneristas argumentamos (con razón) que aportamos probablemente tres cuartas
partes de los votos del FdT. Voto más, voto menos, es correcto. Pero, sin ese
otro sector más moderado, hubiera habido un empate en torno a 40% de los votos,
y una “definición por penales” (ballotage) de resultado incierto. Aún en el
caso de haber ganado esa definición, la gobernabilidad hubiera sido deplorable.
Mantener esa
unidad es algo absolutamente vital para evitar un regreso al poder de la otra alianza,
la alianza de derecha que es tan poco afecta a los valores “republicanos” -pese a que los declama todo el tiempo-.
Luchar por
mantener la unidad tampoco significa aceptar cualquier cosa. Es perfectamente
válido que el votante reclame a sus autoridades, plantee sus inquietudes y sus necesidades.
El tema
judicial es una de las cuestiones institucionales más inquietantes, porque
vivimos con un sistema judicial que invade jurisdicciones de otros poderes y
emite resoluciones que son difíciles de justificar a partir de la Constitución
y las leyes. Que se continúe juzgando o se haya condenado a dirigentes
políticos de la etapa anterior a 2015 en “juicios” de una desprolijidad
alarmante nos resulta inaceptable; nos parece una afrenta muy dolorosa la
permanencia en prisión de esos mártires.
Quizás
debamos tomar nota de experiencias recientes. El 17 de octubre de 2020 el
gobierno no deseaba movilizar, hizo lo imposible por desactivar cualquier
evento presencial. La movilización se dio igual por presión desde abajo, y
terminó fortaleciendo al FdT en un contexto en que la oposición avanzaba con
protestas callejeras realmente destituyentes.
Esa
experiencia no debe ser olvidada. Esa experiencia es útil y valiosa.
Adrián
Corbella
12 de enero
de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario