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sábado, 30 de enero de 2021

DISTOPÍAS, por Adrián Corbella

 



Cada vez son más numerosas las superproducciones de Hollywood que nos muestran distopías, sociedades del futuro que son todo lo opuesto a la una sociedad ideal. Los ricos cada vez más ricos, y con una creciente capacidad de vivir su vida aislados de los problemas cotidianos de los simples mortales, los pobres cada vez más pobres, más marginados, y sumergidos en la violencia y la desesperanza.

Elyssium es una de esas películas, y lleva el razonamiento al absurdo, ya que en ese mundo tan poco ideal, la Tierra había quedado para los pobres, que vivían en un infierno sin salud, sin trabajo y sin paz. Los ricos, por su parte, vivían en Elyssium, en enorme satélite artificial que orbitaba la tierra y que se había construido como un mundo perfecto, en el cual los ricos tenían todas las atenciones y comodidades.

No se trata de delirios afiebrados de guionistas que abusan de los alucinógenos. En verdad estos esquemas significan nada más ni nada menos que llevar la lógica del mundo moderno a su consecuencia final.

Hace muchas décadas que la riqueza se concentra en el mundo de manera creciente. Pero, además de esta concentración, se produce un creciente aislamiento de esos ricos respecto a las masas que se van sumergiendo en la pobreza: barrios privados, seguridad privada, autos blindados, helicópteros… y dentro de nada comenzarán a aparecer los autos-aviones, que podrán despegar y aterrizar casi en cualquier lado. El mundo de Elyssium no es otra cosa que llevar esta lógica a su consecuencia final: los ricos se construyen su Edén, y dejan a los pobres el infierno.

En nuestra sociedad, los pobres ven no solo que su condición es cada vez peor, sino que su única fuente de ingresos, el trabajo, retrocede a una velocidad pasmosa, acosado por las tecnologías que reemplazan hombres por robots, o por programas informáticos. Los especialistas en informática y robótica detallan una enorme cantidad de trabajos que hoy todavía son realizados por humanos, pero que serán robotizados en los próximos lustros. No hablamos de cien años; hablamos de diez o veinte.

¿Cuál será el destino de esa masa creciente y compacta de pobres en un mundo donde el trabajo sea un concepto arcaico, en vías de extinción? ¿Podrán, como en la película Elyssium, rebelarse y conquistar el mundo de los ricos?. Aunque los ricos controlen el aparato de seguridad del Estado y repriman las expresiones populares, va a ser un mundo difícil, duro, violento a menos que los ricos hagan como en el mencionado film y abandonen la Tierra instalándose en un lugar seguro.

La principal alternativa al mundo de Elyssium sería un mundo donde el Estado recupere su rol económico y social, un Estado activo, benefactor, emprendedor, que trate de evitar que la marginalidad se extienda y lo domine todo, y oriente parte de la inversiones por afuera de la lógica financiera del capitalismo 2.0

Cuando se plantean las cosas de esta manera aparecen recetas que los talibanes neoliberales califican de “populistas”, pero que son necesarias en  estos tiempos, como lo demuestran las decisiones de muchos gobiernos -bastante ortodoxos- durante un año tan particular como fue el 2020. Muchos aceptan estas medidas a regañadientes porque es un año de pandemia y cuarentena, pero las rechazan para etapas “normales”. La gran pregunta es qué pasará, pasada la pandemia, si se instala una normalidad donde la brecha entre ricos y pobres se amplíe en forma creciente –como viene pasando desde hace varios años- y el trabajo sea una actividad escasa, extraña, que no esté al alcance de todos. Instalada esta nueva normalidad, ¿Podría el Estado desentenderse, a riesgo de terminar como los ricos de Elyssium, o debería encontrar nuevas formas “populistas” para evitar un gran estallido popular, seguramente sangriento?.

Subsidios, seguros de desempleo y AUH no son sino pequeñas migajas de un fenómeno que podría universalizarse, o profundizarse a través de reclamos como el de la Renta Básica Universal, medida que tiene sus partidarios en muchísimos países del mundo.

Quizás pueda pensarse en una alternativa más productiva. La quinta verdad del peronismo decía: “En la nueva Argentina de Perón, el trabajo es un derecho que crea la dignidad del Hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.”

En un mundo que parece empeñado en destruir las formas tradicionales de trabajo, ¿Podría pensarse en alternativas?, ¿Es viable que cada uno produzca lo que consume?, ¿Se puede pensar en pequeños productores, quizás agrupados en cooperativas?, ¿Productos Orgánicos?, ¿Producción autosustentable?, ¿Unidades autosuficientes?, ¿Puede coexistir una estructura así con un mundo transnacionalizado?.

¿Se puede combatir una distopía con una utopía?

Tenemos más preguntas que respuestas. Pero una cosa queda clara. Si la economía financierizada concentra la riqueza y fabrica pobres, y la tecnología informática y robótica van eliminando la necesidad del trabajo humano, parece claro que el futuro puede ser una distopía horrorosa, que probablemente termine en un proceso revolucionario como en Elyssium, o deberá encontrar otra lógica económica y social que permita a los hombres construir y alimentar a sus familias y vivir en paz.

 

Adrián Corbella

29 de enero de 2021

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