por Dante Augusto Palma
Dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano que un día, una tal doña Tota llegó embarazada a un hospital de Lanús, y que en el umbral encontró una estrella en forma de prendedor, tirada en el piso. La estrella brillaba solo de un lado, como ocurre con todas las estrellas cuando caen en el barro: de un lado son de plata y del otro son solo de lata. Pero las dos caras son la estrella. A veces intentamos elegir con qué cara quedarnos pero en algún momento la estrella se da vuelta como si quisiera advertirnos que siempre hay matices. Luego nos enteramos que doña Tota dio a luz a su hijo y lo bautizó Diego Armando Maradona y allí, nuevamente, gracias a Galeano, entendimos que la clave de la adoración a Maradona no tiene que ver estrictamente con su técnica sino con su carácter de Dios sucio y pecador, un Dios imperfecto que, por definición, resulta contradictorio. Al fin de cuentas, la existencia de la divinidad depende de que se pueda establecer con ella algún tipo de identificación. Y con Maradona una buena parte de los argentinos se puede identificar. Es que Maradona, en el mundial 86, contra Inglaterra, opera como un dios griego, aquel capaz de hacer la mayor proeza eludiendo a todo un equipo inglés pero también la mayor trampa convirtiendo un gol con la mano.
Pero si hablamos de los griegos, habría que decir que más que un dios, Maradona es un héroe trágico, aquel ser con cualidades sobrenaturales que lucha contra un destino inexorable que le depara gran sufrimiento. El héroe trágico es una figura del límite, que desafía a la ley y al poder constituido y que se ve sometido a todo tipo de pruebas que va superando hasta configurarse en un gran hombre. Pero también debe padecer, debe ser el chivo expiatorio de una audiencia que representa a una polis que necesita catarsis. Y es que nos purgamos y nos liberamos a través del sufrimiento de Maradona. En este sentido, se equivocan quienes creen que Maradona es héroe por lo hecho en el 86 o por la victoria del sur contra el poderoso norte italiano. Se hace héroe cuando comete su error trágico, aquel que lo hace caer en desgracia. En otras palabras, se hace héroe porque es campeón pero también porque pierde la final en el 90 con el tobillo destrozado y porque su doping dio positivo en Italia y en Estados Unidos; se hace héroe porque sus excesos lo llevaron a padecer problemas físicos que lo tuvieron al borde de la muerte, y se hace héroe porque siempre fue popular y desafió, a veces mejor y a veces peor, con mayor o menor lucidez, al poder. El héroe trágico es trágico porque es la estrella que se ve del lado que brilla y del lado que está embarrada. Por todo esto es que quizás, allá por 1994, el escritor argentino Osvaldo Soriano haya dicho sobre Maradona: “es una bendición de dios haber visto al jugador y recibir al héroe en el cielo de los hombres”.
Lo cierto es que el fútbol hoy no tolera esos ídolos porque está preso de la pretensión de transparencia. Se arreglan los partidos, se concentra la riqueza y un puñado de equipos poderosos lava dinero pero existe el VAR y el Fair Play y si el héroe trágico o el dios la toca con la mano habrá que anular el gol.
Entonces Maradona y Messi son incomparables porque hoy no se juega al fútbol como se jugaba hace 25 años pero sobre todo porque Messi no es un héroe trágico sino más bien una figura de la corrección lo cual, por favor, no debe entenderse necesariamente como una valoración negativa. Y es que Messi no opina de política, es un buen padre y esposo, se casó con la noviecita del barrio, es tímido, participa de jornadas solidarias oenegistas, se cuida en las comidas y su historia de superación personal y física se hizo gracias a los mejores especialistas europeos. Asimismo, los problemas que Messi tiene con la ley no generan identificación ni catarsis porque las mayorías, naturalmente, no pueden identificarse con una presunta evasión impositiva millonaria ni el descubrimiento de este tipo de infracciones supone para el infractor tragedia alguna. Tanto Messi como Maradona, eso sí, son grandes gambeteadores pero la gambeta de Messi sobresale en Barcelona, es decir, se da en el marco de, probablemente, el colectivo que mejor ha funcionado en los últimos años, a diferencia de Maradona que brilló en equipos que, por supuesto, alcanzaron solidez, pero eran enormemente dependientes de la habilidad que tuviera el número 10 para desnivelar. Y si, como decía Jorge Luis Borges, el argentino es individuo antes que ciudadano, es profundamente anti estatalista y entiende a la ley como una limitación a esa libertad individual, tenemos buenas razones para comprender por qué Maradona resulta representativo de la idiosincrasia argentina, mucho más que Messi, lo cual, una vez más, no es una crítica al jugador de Barcelona sino una simple descripción.
Para concluir, digamos que Messi no puede ser Maradona porque le falta la dimensión trágica mucho más que el gol que le permita a Argentina salir campeón mundial. Esa es la gran paradoja. Lo que no le perdonamos a Messi, lo que le exigimos, entonces, no es tanto el éxito con la selección argentina sino su sufrimiento, su caída, su fracaso. Lo que no le perdonamos a Messi es la ausencia de padecimiento. Esa es la razón por la que Messi no puede ser Maradona.
Maradona está considerado como el mejor jugador de fútbol del siglo 20. No solo posee el juego de pies preciso y la habilidad de regate de los jugadores sudamericanos, sino que también tiene una excelente visión general. En cualquier equipo, es absoluto. El alma puede revitalizar al equipo en su conjunto.
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