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lunes, 30 de marzo de 2020

QUINTO DÍA DE CUARENTENA, por Ricardo Leguízamo




Por Ricardo Leguízamo

Se nos están acabando los desinfectantes y a la entrada del baño cuelga un paquete de servilletas de papel Sussex de 30 cm. x 30 cm. por 80 unidades.
No me afeito hace 4 días, parezco Tom Hanks en El Náufrago.
No pienso poner en este relato horas ni días, porque ya no lo sé. 
Me da lo mismo almorzar a las 09:00 am. que a las 04:00 pm. 
Veo NETFLIX de madrugada, porque en los horarios pico no arranca, da vueltas, vueltas y vueltas. Dejé de ver televisión porque me angustia, estoy convencido que morirá más gente por infarto que por coronavirus.
El celular casi no lo veo, parece el vibrador de Karina Jelinek. Según ella, no para nunca. Tengo 2500 mensajes que pueden dividirse así: 1000 chistes sobre el coronavirus, 500 aplicaciones para saber si tengo coronavirus, 500 mensajes para que no salga de casa y 500 mensajes repartidos entre los que me dicen que tome bebidas calientes, que me haga gárgaras de sal y limón, que haga infusiones en una olla con eucalipto,  que le lave las patas al perro con lavandina, que el virus muere a los 56 grados, que…
¡La PMQLRP al Ucraniano Jan Koum! (si no lo conocen, hagan algo, busquen quién mierda es el ucraniano pero no me manden más mensajes).
Abro la heladera de madrugada y puedo comer un pedazo de salame como una cucharada de dulce de leche. Ya no queda ni una lata de cerveza, se me acabó el Frescor Light y empecé con jugos en sobres. 
¡Nunca pensé llegar a esta situación!
Corto el césped 3 veces por día aunque está cortito, limpio el baño cada 5 horas, arreglo cosas rotas y a veces, las vuelvo a romper.
Me bajé una aplicación para ver cuántos infectados hay en Argentina y saber si logramos aplanar la curva. ¡Claro que me preocupa! No podemos arreglar los pozos de mi ciudad y ahora hay que aplanar la curva. ¡Tenemos que aplanar la cuuurrvaaaa! 
Todo es peligroso. Mamá llamó para que vaya a sacarle la jubilación del cajero. El riesgo es enorme, debo atravesar la ciudad en un ambiente parecido a The Walking Dead, nadie sabe de dónde va a salir un pelotudo que te estornude en la cara.
Pienso seriamente en la travesía, me puede detener la policía solo por ir a lo de mi vieja. ¿Cómo les explico que vive en la otra punta de la ciudad, que tiene 84 años y se empeña en llegar a los 85? 
Aunque parezca sencillo, hay riesgo, me puede tocar tanto un Chocobar como el Jefe Gorgory.
Busco desesperadamente en el garaje un mameluco impermeable blanco que usaba para fumigar. ¡Qué suerte, está intacto! Me lo pongo, me calzo la máscara que uso para cortar el pasto y dos bolsas de nylon en los zapatos. Entro a la casa así y el perro me desconoce. Casi me come. 
Todo se vuelve insoportablemente tragicómico.
Me pica la nariz pero no me rasco, el virus entra por las fosas nasales. 
¡No me toco, no me toco, no me toco! Me lavo desesperadamente las manos con jabón de lavar la ropa y… ¡por fin me rasco la nariz! 
Me rasco cuando ya no me pica.
Me dirijo al auto con mi mameluco blanco, soy una mezcla de Neil Armstrong y caza fantasmas. Si no fuera por el nylon que le puse a los mocasines diría que estoy bien. Le pongo alcohol al volante, diluido al 30%, a la palanca de cambio, al freno de mano, a la radio y al filtro del aire acondicionado.
Prendo la radio y escucho que el gobierno va a pagar $10.000 a todos los pequeños monotributistas y trabajadores informales. ¡¡LPMQLP!! ¡¡LPMQLP!! ¡¡Yo no entroooo! ¡Yo noooo entroooo! 
Soy autónomo.
Hago tres cuadras hasta Blas Parera y veo que sigue en la garita de colectivo el gordo Ramírez. Nadie lo quiere levantar porque le dolía la garganta. Me mira pero no me reconoce, claro, parezco un  copo de nieve con guantes de cocina naranja.
Llegando al Mate hay un operativo. Pienso para mis adentros… ¡cagamos! El cana se cuadra y me deja seguir. Debe ser mi traje, pensará que soy rescatista o trabajo en salud.
Llego a lo de mamá y no me quiere abrir la puerta, no me reconoce. 
Le grito… ¡soy yo mamá! ¡Mamá abrime!
Me mira y me dice: “¿tenés coronavirus?”.
“¡No vieja!” “Me vestí así para no ponernos en riesgo”.
Me mira de arriba abajo y solo se le ocurre decir: “¡das vergüenza!”,  “parecés los de la comparsa Cotapa”. 
Me pasa la tarjeta por las rejas y cierra la puerta. Es raro despedirnos así. Siempre nos abrazábamos. 
Voy al cajero de la vuelta de la casa, hay una cola más grande que la de Sol Pérez, la gente me mira y todos se alejan, salvo un chico que me pregunta si vendo helado. 
¡La recontra PMQLP a los chinos que comen murciélagos!
Espero 45 minutos que me atienda el Grupo Petersen y el cajero me dice que no hay efectivo. 
¡La recontra PMQLP a Guan Chan Kein!
Salgo desorientado, sin aire, el traje me está matando, adentro de él hace 60 grados. Por un lado es bueno porque el virus no soporta el calor intenso, pero por otro siento que estoy atendiendo en el último día la Ferretería Arcioni (ver ferretería Arcioni - 1981).
Pienso dónde está el cajero más próximo. Me espera un mundo de “mostros” sobrevolándome, ¡no quiero estar más tiempo afuera!
Pero tengo que cobrarle la jubilación a mamá.
Me voy al cajero de la peatonal, cruzo San Martín y Urquiza, entre la suciedad de la máscara y la inoperancia de nuestros dirigentes me reviento contra el piso por un pozo ubicado justo antes de entrar al cajero. Me sangra la rodilla y el mameluco está agujereado. ¡El mameluco está agujereado! Siento que suben los bichos por mi pierna, me pongo rápidamente alcohol en gel y grito como Kill Bill cuando la enterraron viva.
Suena el teléfono, mi mujer me llama para que compre desinfectante en Essenza. Le digo que hace rato que Essenza publica en internet que reparte a domicilio. Que encargue por Whatsapp y se lo llevan (+54 9 343 6200502).
Le corto porque me sangra la rodilla. 
Suena el celular nuevamente, atiendo y le grito: “¡¡hay lavandina debajo de la mesada de la cocina!!”.  “¡Nene, soy Yola, tu mamá!” me contestan,  “¿te volviste loco?”, “¿qué te pasa que demorás?”
Y la remata diciéndome: “tendrías que quedarte en tu casa ¡pelotudo!”.
NO PERDAMOS LA SONRISA

Ricardo Leguízamo

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Arriba: Ricardo Leguízamo, o lo que queda de él.



Arriba: No es la mítica "ÁREA 51", es un vecino de Buenos Aires haciendo compras. 
Fabio Zerpa tenía razón...

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