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viernes, 5 de julio de 2019

FRAUDE, por Adrián Corbella




Dentro de algunas décadas, cuando la presidencia de Macri sea un hecho histórico muy ajeno a la realidad del momento, seguramente se identificará a esta etapa cambiemita con una palabra: fraude.

Uno suele identificar fraude con hacer trampa en las elecciones, pero el significado de “fraude” es más amplio, hace referencia a algo que es tramposo, que no es auténtico, acción  “contraria a la verdad y a la rectitud” en perjuicio de otros, definen algunos (1).

Cambiemos  (o “Juntos por el Cambio” como se llaman ahora) se vincula al fraude desde muy diversas facetas.

En primer lugar hay un fraude de origen, un fraude programático, que se vincula a la campaña electoral que los llevó al poder en 2015. Cualquiera que vuelva a ver el debate Macri-Scioli (2) siente la inocultable sensación de que el candidato que terminó siendo vencedor en la contienda electoral mintió de cabo a rabo, mientras el otro trataba desesperadamente de hacer ver a la sociedad el error que estaban a punto de cometer –sin lograr que su mensaje sea tenido en cuenta-. No se trata de un desvío menor de ciertas promesas de campaña, sino de hacer lo contrario de lo que se prometió. El que prometió que los trabajadores no pagarían más impuesto a las ganancias -el video  se encuentra aún en you tuve(3)- hizo que fuera pagado por más gente que antes.  El que prometió pobreza cero terminó reconociendo –varios años después- que era un objetivo “aspiracional”, y en el entretanto la pobreza aumenta día a día. El que repetía incesantemente “vamos a vivir mejor” luego  afirmó que se vivía demasiado bien, que ese nivel  no era real y había que resignarse a vivir peor, aprender “a disfrutar de la incertidumbre” como diría el Senador Esteban Bullrich.

El que decía que la inflación era “lo más fácil de resolver” la duplicó. El que decía que no iba a devaluar devaluó como nunca.

Los que hablaron de terminar con la “grieta” utilizaron el nombre de la principal fuerza opositora como adjetivo descalificativo (“¡Qué digan si son kirchneristas!” (4) repitió con insistencia cierta gobernadora). Los que se llenan la boca hablando de la “República” son el gobierno institucionalmente más desprolijo que registra nuestra historia. Estas “desprolijidades” tuvieron hitos como intentar nombrar jueces de la Corte por decreto, beneficiar por decreto a familiares de funcionarios, declarar que quieren jueces “que los representen”  (5) y desplazar a cuanto magistrado se animó a fallar en contra de los deseos del gobierno.

Este fraude de origen se amplía con cuestiones más electorales. Con el correr del tiempo hemos sabido que la alianza oficialista pudo presentarse en Provincia de Buenos Aires presentando afiliados truchos. Tras esta presentación irregular pudieron ganar en la Provincia argentina más importante con una campaña sucia consistente en acusar al candidato del FpV, Aníbal Fernández, de ser asesino y narcotraficante, denuncia que fue abandonada tras el triunfo electoral de 2015 porque no tenía pies ni cabeza, era puro lawfare.

Otro triunfo clave que pavimentó el camino del triunfo de Macri en el ballotage fue la victoria de Horacio Rodríguez Larreta en CABA. Su contendiente, Martín Lousteau, hombre que era y sigue siendo muy cercano al macrismo, reconoció en una reportaje que su partido fue “perjudicado” (6) en la segunda vuelta por el voto electrónico, pero que no protestó porque a veces hay otras cuestiones más importantes (¡?).

Ya en el poder, el macrismo comenzó una campaña por lograr la implementación del voto electrónico, que el Senado rechazó, siguiendo los consejos de diversos especialistas en informática que señalaron los riesgos de estos sistemas.

Uno podría limitarse a señalar que apenas media docena de países en el mundo utilizan el voto electrónico, que la lista de los que lo usaron y luego abandonaron por los problemas que presenta es demoledora, o que tres presidentes elegidos con este sistema (Trump, Bolsonaro y Maduro) son de los más cuestionados hoy en día. Pero quizás lo más categórico sería precisar los motivos por los que países como Alemania, Austria, Holanda, Irlanda y Finlandia han dejado de usar dicho sistema. Básicamente son tres:

*Los sistemas electrónicos son fácilmente hackeables por lo que el resultado no es confiable

*El voto electrónico vulnera el secreto del voto, pues es muy fácil identificar por qué candidato vota cada ciudadano, lo que favorece prácticas clientelísticas.

*Sólo un puñado de especialistas puede controlar que el sistema funcione correctamente, lo que transforma a todos las demás personas en ciudadanos de segunda categoría que no pueden fiscalizar nada y deben creer a pie juntillas la palabra de dichos expertos (únicos “ciudadanos de primera”).  (7)



Fracasado este sistema tan fraudulento en 2016, volvieron a intentarlo. A fines de 2018, es decir unos dos años después, introdujeron en forma unilateral y sin consenso ni participación de las fuerzas opositoras,  una modificación informática en el sistema de traslado de los resultados desde las escuelas al centro de cómputos central. La licitación se la dieron a una empresa venezolano-californiana que ofreció el precio más bajo, pero que tenía las peores especificaciones técnicas, y que tiene un historial de escándalos (8) en todos los países en los que ha intervenido en procesos electorales. Smartmatic funciona con un sistema de “software cerrado” al que no tienen acceso las fuerzas opositoras que participan de la elección, y hasta ahora tampoco se ha dado intervención a dichas organizaciones de las pruebas del nuevo sistema que se han hecho (una se hizo hace pocos días, con un resultado desastroso).

A esta introducción subrepticia del sistema electrónico tras fracasarles el voto electrónico pleno, se suman constantes modificaciones del sistema electoral sobre la marcha, tal como las decisiones cambiantes tomadas en torno a las boletas colectoras, el intento de modificar las forma de votación de los argentinos residentes en el exterior y de los integrantes de las fuerza s de seguridad, al intento de proscribir candidatos que por su perfil de derecha atraen a votantes del oficialismo, e incluso la campaña para suspender las PASO a 40 días de la elección del 11 de agosto  y cuando ya se ha votado en medio país.

Probablemente la trampa mayor no sea esta, sino que pase por otro lado. En una democracia la gente vota a un candidato con la idea de que si este candidato gana pueda llevar adelante los proyectos que ha prometido a sus votantes. Por eso es grave que un candidato gane mintiendo en la campaña, pero más grave aún es que, estando en el poder, trate de prolongar su mandato más allá del tiempo que le concedió el voto popular asumiendo compromisos que atan al próximo gobierno, que le imponen seguir con las políticas iniciadas por el gobierno anterior. El fabuloso endeudamiento contraído en estos años tiene ese carácter: acompañará a los 4 o 5 presidentes que sucedan a Macri. Lo mismo ocurre con otras decisiones, como la prolongación de contratos de empresas de peajes, los contratos dolarizados sobre tarifas energéticas, la venta de activos del Estado, la concesión de recursos naturales, el traslado de once toneladas de oro del BCRA a Londres (9), o los compromisos asumidos con organismos internacionales como el FMI o la Unión Europea.

En definitiva lo que se pretende es que las políticas iniciadas en 2015 continúen en el tiempo aunque las fuerzas políticas que las impulsaron puedan perder las elecciones presidenciales de 2019, 2023, 2027… y otras.

Eso es trampa.

Eso es una acción contraria a la rectitud que perjudica a otros, que quita sentido al voto popular porque éste ya no podrá modificar políticas que han sido prefijadas.

Eso es fraude.



Adrián Corbella

5 de julio de 2019


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