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miércoles, 15 de mayo de 2019

UN SINCERO ENGAÑO, por Alejandro Marcó del Pont (para "El Tábano Economista" del 14-05-19)



Mayo 14, 2019
    
Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont

Mientras en la Argentina una científica tiene que ir a un programa de TV en procura de recaudar fondos para investigar sobre la cura del cáncer, los medios tratan con desdén la carencia presupuestaria hacia la investigación, pero promueven y difunden, en contrario, un debate que, a fuerza de insistencia, imaginan reflexivo y trascendente, sobre los diez puntos de acuerdo de la des-gobernabilidad del planeta FMI.

La gente tiene que aceptar alegremente, y con la misma soltura, que se difundan los puntos detallados del protocolo del fracaso económico, que es una secuencia lógica, al igual que la austeridad sea quien enarbole a los científicos como los indigentes de la investigación. Esto resulta muy de Foucault, un grupo de poder establece que es la verdad, aunque haya múltiples verdades, pero siempre las que prevalecen son las que rodean al poder.

Usaron esta misma convicción para que Hitler apareciera como el hombre del año en  1938 en la portada de la revista Time, Stalin en 1939, el entonces presidente mexicano Enrique Peña Nieto en 2014 y Donald Trump en el 2016. No es necesario realizar un recorrido sobre los dos primeros nombres y su historia. El currículo del tercero, “El salvador de México”, título que le otorgó esta revista, fue honrado, después de seis años de mandato, como el artífice de la peor derrota en la historia de su partido, aunque puede tomarse como una forma de salvar a México. Con respecto al último mencionado, sus aportes a la destrucción de la humanidad todavía no han terminado.


Lo que destacamos es que hay veces que conviene que alguien funesto se convierta en venturoso, aunque sea por un momento; es como decir que un grupo de gente determine cuál es la verdad y, por lo tanto, qué es lo correcto y qué lo incorrecto. Por ejemplo, Nicolás Maduro que ganó las elecciones venezolanas con más de 6 millones de votos (o el 67%), es un dictador, según los americanos, mientras que Juan Guaidó, que asumió en un acto callejero la “encargaduría de la presidencia”, figura jurídica que no existe en la constitución venezolana, es el demócrata.

Tampoco todo es negro o blanco. Las dictaduras no tiene por qué serlo y las que no lo son, siempre tienen la posibilidad de surgir. Por ejemplo, Yemen, con unos 10.000 muertos y el 80% de la población (28.2 millones de personas) con necesidades de ayuda humanitaria, no es un tema de relevancia mundial, porque la guerra está encabezada por la monarquía saudí (apoyada por EE.UU.) contra los hutíes, respaldados por Irán.

Deben tenerse en cuenta los negocios antes de calumniar abiertamente a una monarquía y tildarla de asesina solo por descuartizar en su embajada a periodista Jamal Khashoggi, mejor es disimularlo bajo el manto del olvido, como ha sucedido. Nuestros queridos saudíes son los terceros compradores de armas del mundo, solo detrás de Estados Unidos y China, con un gasto anual de 69 mil millones de dólares, cifra nada despreciables. Y, casualidad o no Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y España son los mayores aportantes a las masacres, así que Arabia Saudita no puede ser jamás una dictadura.   


Lo mismo pasa con Haití, desde el 2004 invadida por los cascos azules, encabezados por Estados Unidos y que hoy es está al borde de la guerra civil, o el retiro de los aportes de Estados Unidos al Fondo de Refugiados Palestinos, que pasó de 300 millones a U$S 60 millones. Suponemos que la razón detrás de esta decisión sea la existencia de algún dictador palestino, o por el fuego cruzado en la franja de gaza, donde Israel, la potencia bélica, ataca y le responden con piedras. Pero la idea de la batalla cultural es esa. Que todos creamos que hasta Bolsonaro es bueno, y hacia ahí vamos.

Resulta que los empresarios emprendedores de la Cámara de Comercio Brasil-Estados Unidos habían organizado una cena de gala para el 14 de mayo con el disparatado propósito de reconocer al perturbado presidente de Brasil como la “Personalidad del año 2019”. Debo aclarar aquí que no entiendo por qué si llevamos cinco meses se descarta que no habrá en lo que queda del año otro ciudadano brasileño que pudiera ganar el premio Nobel y pueda ser la persona del año, superando al capitán, pero eso no, no puede ser.

La lógica de maquillar a perversos y transformarlos en filántropos es conveniente y oportuna en el momento deseado. Por eso, aunque hayan transcurrido solo cinco meses del 2019, resulta un momento de necesidad, toda vez que es cuando se está peleado la reforma de la jubilaciones en Brasil. Y todo queda más claro al conocer quiénes son los promotores del galardón.



El acto estaba previsto que se celebrara en el Museo de Historia Natural de Nueva York, pero la presión de activistas, políticos y de la sociedad civil norteamericana puso en jaque la idea, a punto tal, que los fondos prometidos para el museo no alcanzaban a diluir el  desagradable historial del personaje. El museo entro en razón y decidió que no prestaba el lugar.

La presión se dirigió entonces contra el Hotel New York Marriott Maquis, que aceptó acoger la ceremonia. El senador demócrata Brad Hoylman, representante de la comunidad LGBTQ (lesbinas, gay, transexual, bisexuales y queer) impulsó una petición pública, a través de Internet, en la que se exigía la cancelación del evento, y envió una carta a la administración del hotel aduciendo que “quien quiere causar daños —e incluso matar— a la población LGBTQ no refleja los valores de Nueva York. Punto”. La campaña de rechazo a Bolsonaro finalizó cuando el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, declaró al presidente brasileño Persona non grata.

Pero lo interesante salió a la luz a medida que la campaña de rechazo arreciaba, y los sponsors, los verdaderos interesados en diluir la imagen del capitán derechista salían a la luz. La compañía área Delta fue la primera en retirar el apoyo, seguida por el democrático y tenaz defensor de la libertades Financial Times (del grupo Nikkei, el mayor grupo de medios de Japón). Ante la retirada de estas empresas, provino el contragolpe del propio estado de Brasil, el mismo que cree que el gasto publico es ineficiente.

El Banco de Brasil (público en un 70%) decidió que aportar U$S 12.000 a la cena, para una mesa de 10 personas, a U$S 1.200 el cubierto, podría auxiliar y reconstituir el desvencijada ceremonia. Pero quienes en realidad quedaron realmente exhibidos con su retirada fueron los grandes beneficiarios de la privatización de las jubilaciones, aportes que ya no ingresarán al Estado y si a sus arcas: los bancos brasileños Itaú y Bradesco, además de entidades financieras como Merrill Lynch, Credit Suisse, Morgan Stanley, Citigroup y HSBC.   

Todos estos bancos, en especial los primeros cuatro de Brasil, aumentaron sus ganancias en el 2018 en un 20%, en una economía destruida, sobre todo Itaú, que tuvo en el 2018 las mayores ganancias de su historia (http://cort.as/-I69x), pero aunque quedan muy claro cuáles son las intenciones, camuflar a un dinosaurio no es tarea fácil. En el 2019, no se pudo, quizás en el 2020, si obtuvo la votación favorable en el Congreso.  

Publicado en:
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2019/05/14/un-sincero-engano/

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