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lunes, 15 de abril de 2019
Cuarenta meses de neoliberalismo, por Claudio Scaletta (para "CASH" del 14-04-19)
Presidente Mauricio Macri.
Luego de 40 meses de cambio de un modelo nacional y popular a un régimen neoliberal algunas cosas deberían resultar claras, al menos entre quienes hacen el pequeño esfuerzo por tratar de entender.
Lo primero es que el debate económico es apenas un debate por la legitimación del modelo. ¿De qué hablamos? El discurso económico es una pieza clave para la justificación de determinadas relaciones de poder y distribución del ingreso. La economía mainstream no es conocimiento, no explica las relaciones causa-efecto entre las medidas de política económica y sus resultados. Es un mecanismo de justificación de políticas que no persiguen los fines enunciados, sino otros que resultarían socialmente indigeribles, como lo son la subordinación al capital financiero global, el enriquecimiento de los más ricos, el empobrecimiento de los más pobres y, en general, la reprimarización de la economía, el “des-desarrollo”.
Veamos algunos hitos concretos para que la exposición no devenga abstracta.
Desde el día 1, bajo la dupla Sturzenegger-Llach, el gobierno afirmó que la inflación se controlaba por la vía monetaria, aplicando un sistema que de coordinación de expectativas que suelen utilizar países que tienen inflaciones anuales de un dígito, las llamadas metas de inflación. Ante el fracaso rotundo del esquema se pasó, ya con Sandleris–Rappoport a una política monetaria híper restrictiva. La creencia general enunciada por el mainstream es que la inflación surge de la relación entre cantidad de la oferta de bienes y la cantidad de dinero y su velocidad de circulación, lo que también implica la creencia abstrusa de que el Banco Central controla la cantidad de dinero. El resultado fue que la inflación nunca se detuvo; es más, se aceleró. Sin embargo nadie se autocuestionó la teoría, aunque resulte claro que la inflación es ante todo un fenómeno de precios básicos o relativos: dólar, tarifas y salarios. Si el dólar pasa de 9 a 45 pesos y las tarifas se dolarizan nadie en su sano juicio puede esperar que la inflación baje. Seguir hablando de cantidad de dinero o déficit fiscal, creyéndoselo, es reincidencia zombi. Difícilmente lo crean quienes realmente conducen la economía, aunque sobran los hiperadaptados que atravesaron su formación sin cuestionar los contenidos recibidos. En el mundo real, el verdadero objetivo del gobierno era cambiar los precios relativos en contra del salario, cosa que consiguió.
También desde que asumió Cambiemos anunció que la bonanza llegaría en “segundos semestres”. Frente al sostenido fracaso de la predicción surgió la idea de “lo peor ya pasó”. En el medio reinó el “pasaron cosas” y sólo hubo respiro con el veranito preelectoral de 2017, que los más ilusos creen que se reeditará en los próximos meses. Mientras tanto, según los escribas oficialistas, la economía se encontraría en un su actual estado calamitoso porque no se explicitó debidamente la “pesada herencia”, en tanto hoy no se recuperaría por el temor al regreso del kirchnerismo. En otras palabras, los problemas de Cambiemos no son sólo por el gobierno pasado, sino también por el futuro. En el medio no parece haber nadie.
Uno de los grandes mitos de la primera etapa hasta la recaída en el FMI fue el “gradualismo” financiado con endeudamiento externo, es decir con dólares. La idea de base sostenía que para no hacer “el ajuste que realmente hacía falta” se ajustaba menos el gasto y se financiaba la diferencia con deuda. En el camino la nueva confianza generada por el gobierno amistoso con los mercados generaría la ya olvidada lluvia de inversiones. El endeudamiento en divisas permitió dos cosas, financiar el inmenso déficit de cuenta corriente sin avanzar en resolver el problema estructural que lo generaba y estabilizar el precio del dólar, incluso apreciándolo contra la inflación, uno de los factores que contribuyeron a la falsa sensación de bonanza pre eleccionaria de 2017. Pero la realidad de fondo fue muy distinta: el “gradualismo” se utilizó como excusa para reconstruir el endeudamiento externo del que tanto había costado salir y que volvió a atar a la economía a los designios del capital extranjero y al ajuste sin fin. Ese endeudamiento fue también el que condujo a los brazos del FMI, al que el gobierno siempre tuvo el objetivo de regresar. Tener un programa con el Fondo es el mejor respaldo para las políticas buscadas. Evita las justificaciones. En adelante bastará con decir “lo pide el FMI”. Además el Fondo es el reaseguro de la continuidad intertemporal de las políticas, es decir más allá de los cambios de gobierno. ¿Por qué el gradualismo fue una excusa? Sencillamente porque no existía ninguna necesidad real de financiar en dólares gastos que son en pesos, como por ejemplo los sueldos de los maestros y policías. El objetivo del gobierno, entonces, era consolidar en el largo plazo las políticas de ajuste en favor del capital transnacional que impone tener una megadeuda y un acuerdo con el FMI.
Finalmente cayó también el mito del equilibrio fiscal. Tras el segundo acuerdo con el FMI el gobierno hizo esfuerzos draconianos para buscar el déficit (fiscal primario) cero. Su meta fue bajar el gasto antes que mejorar ingresos. La baja del gasto contrajo la actividad económica y con ello la recaudación. Volvió a quedar claro que los objetivos de déficit no pueden separarse de los objetivos de crecimiento. Mientras tanto el déficit total sigue creciendo por el desmesurado peso del endeudamiento.
Recapitulando, la inflación no es un fenómeno monetario, endeudarse en divisas importaba, la restricción externa no es un invento heterodoxo, las inversiones nunca dependieron de la confianza y reducir el gasto no conduce al equilibrio fiscal. El neoliberalismo agrava todos los problemas que dice venir a resolver. Sin embargo, en 40 meses Cambiemos logró una transformación profunda y acelerada de la economía. Redujo salarios, endeudó por generaciones, sujetó al FMI, pulverizó la inversión pública, aumentó la pobreza, la indigencia y el desempleo, precarizó el mundo del trabajo y llevó tarifas y combustibles a niveles estratosféricos que afectan no sólo el consumo de los hogares, sino especialmente los costos de producción. Su única apuesta del presente se limita al objetivo de sostener a toda costa el precio del dólar a fuerza de deuda, la misma encrucijada que existía en los últimos días de la convertibilidad, allá por 2001.
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