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La ortodoxia se desentiende del naufragio de la economía macrista que pasó del ajuste al ajustazo con el FMI
Economistas ortodoxos dicen que su teoría y programa macroeconómico son los correctos y que la crisis es por negligencia de políticos e incomprensión de la sociedad. Uno de los responsables del descalabro es Federico Sturzenegger, premiado por la Academia de Ciencias de Buenos Aires.
Por Alfredo Zaiat
El pecado original del naufragio de la economía macrista fue consumado con las medidas que la ortodoxia estaba pidiendo a gritos en los años de los gobiernos de CFK: eliminar retenciones al complejo agroexportador, aplicar tarifazos en gas, luz, agua y transporte; unificar y liberar el mercado de cambio con una maxidevaluación (la paridad subió 70 por ciento); bajar impuestos (cargas patronales, Ganancias y Bienes Personales) y pagar a los fondos buitre. Esto no fue otra cosa que un plan de ajuste con una fuerte redistribución regresiva del ingreso, que en teoría iba a motivar al sector privado, local e internacional, a invertir para gatillar un círculo virtuoso de crecimiento. Este no existió y en ese recorrido no hubo gradualismo, como intenta confundir la grey ortodoxa, sino un ajuste económico tradicional con resultados previsibles. Ahora que nuevamente se revela el fiasco de esa estrategia económica, los sacerdotes de esa secta pretenden desprenderse de sus consecuencias desastrosas. Además se premian como si no hubieran tenido nada que ver con otro fracaso de un plan macroeconómico ortodoxo. Ni esperan un tiempo prudencial para hacerlo, sino que el reconocimiento lo entregan en medio del naufragio: la Academia de Ciencias de Buenos Aires designó académico de número a Federico Sturzenegger, el presidente del Banco Central “Meta de inflación 2018: 10% (+ - 2)”.
Ortodoxia
Con la impunidad de la que gozan de hace décadas, al igual que en otros programas neoliberales que desembocaron en graves crisis, la culpa del derrape económico es transferida a los políticos que no tuvieron la suficiente convicción para realizar un ajuste más fuerte. Ellos, portadores del saber económico indiscutible, se muestran inocentes de una política con resultados pésimos. Tienen la capacidad de desplegar sin pudor la inversión del sentido; esto es, la responsabilidad del fracaso de sus planes ortodoxos corresponde a otros, ya sea políticos o una sociedad que no los entiende o no quiere hacer los sacrificios necesarios para alcanzar el progreso.
En este caso, culpan al ala política del macrismo por modificar las metas de inflación que eran incumplibles y por no haber detallado con firmeza la pesada herencia del kirchnerismo. Quienes levantan este último argumento muestran que no han escuchado el primer discurso de Mauricio Macri inaugurando las sesiones en el Congreso ni han registrado que el Gobierno elaboró un inmenso volumen titulado “El estado del Estado” detallando área por área la situación en diciembre de 2015. En una y otra acción de propaganda, el oficialismo se ha esforzado para mostrar la carga que debe arrastrar del gobierno anterior. Y no hay día en que la cadena nacional privada y pública no se ocupe del kirchnerismo.
No fue por la herencia recibida ni por un gradualismo inexistente que la economía macrista rueda en la pendiente. Lo hace exclusivamente por la política económica que la ortodoxia, antes y ahora, ha postulado como la única que se debe aplicar porque es “racional” y porque de ese modo el país se “integrará al mundo” y recibirá el apoyo de “los capitales privados”. Al igual que en otras experiencias similares, los resultados son irrebatibles: desmoronamiento de la estructura económica, laboral y social, a lo que se le suma el descalabro financiero.
Luego de alimentar una inmensa bicicleta financiera con las Lebac y al cerrarse el grifo de dólares de Wall Street después de dos años de inundar la plaza internacional con papeles de deuda argentina, el Gobierno convocó de urgencia al FMI para ser rescatado. El ajuste tradicional se convirtió entonces en ajustazo monetario y fiscal para evitar el default. El objetivo primordial pasó a ser entonces el de garantizar el pago de intereses y capital de la deuda con los dólares del Fondo Monetario, al menos hasta el final del mandato de Macri.
Como lo indica la historia de estos ajustazos, los recortes del gasto no serán suficientes y faltarán dólares para continuar pagando la deuda. En esa instancia, se presentarán las propuestas conocidas que promueve el FMI para conseguir recursos: privatizaciones, cierre de empresas públicas y reforma del régimen jubilatorio. En el caso argentino, se sumará la venta del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del sistema previsional.
Disparates
En diferentes momentos históricos, economistas ortodoxos que tuvieron un papel relevante en el diseño y gestión de planes macroeconómicos que terminaron en inflación elevada, endeudamiento externo asfixiante, desempleo y pobreza creciente y retroceso industrial no fueron castigados ni por la opinión pública ni por el establishment. Por el contrario, el tránsito por el Ministerio de Economía o el Banco Central les brindó credenciales adicionales para su reconocimiento. Regresaron al mundo universitario público o privado con el pergamino de haber tenido un cargo público; recibieron premios de organizaciones del mundo empresario y académico; obtuvieron puestos muy bien remunerados en instituciones internacionales; se convirtieron en opiniones calificadas en grandes medios de comunicación tradicionales; o comenzaron o retomaron la lucrativa tarea de consultoría.
En tres años de economía macrista ha habido varias medidas postuladas por ese tipo de economistas que revelan un elevado grado de incompetencia en el diagnóstico y posterior ejecución. No fueron sólo pronósticos equivocados, como la prometida lluvia de inversiones que ni fue garúa o la descortesía de un segundo semestre que nunca vino. Más relevante fue impulsar medidas que provocaron costos inmensos para la calidad de vida de la mayoría.
Uno de ellas estuvo basada en un estudio económico disparatado, que expuso sus conclusiones públicamente el primer ministro de Economía de Macri, Alfonso Prat-Gay. Decía que la devaluación, elevando la paridad oficial a la que había en el mercado ilegal (blue), no iba a derivar en aumentos de precios. Fue desmentido en forma fulminante por el shock inflacionario posterior a la fuerte devaluación inaugural del gobierno de la alianza Cambiemos.
Otro desvarío fue incubado en el Banco Central, que aseguraba que los impactantes tarifazos no serían inflacionarios. Esta vez fue Sturzenegger quien presentó la teoría que decía que la suba de las tarifas derivaría en una baja de los precios porque los consumidores debían destinar una porción mayor de su presupuesto a afrontar el gasto de los servicios públicos y, por lo tanto, menos al resto de los consumos. Aseguraba que como la demanda de esos bienes descendería, por ejemplo la de los alimentos, los precios también bajarían. Javier González Fraga, actual presidente del Banco Nación, fue uno de los abanderados de ese disparate en el debate público. Como se sabe, las tarifas impulsaron al alza los índices de inflación, y los alimentos son uno de los rubros que más subieron.
Un dislate más sumó el Banco Central con las Lebac, que fue el germen de la corrida cambiaria de este año, elevando en ciento por ciento la paridad. El juego especulativo con las Lebac terminó cuando poderosos bancos internacionales –empezando por el JP Morgan– dieron por concluida la etapa del carry trade, conocida en criollo como bicicleta financiera. El más audaz en la defensa de la Bomba Lebac fue el ex vicepresidente del Banco Central Lucas Llach, quien afirmó que la emisión de esa deuda de cortísimo plazo no era un problema porque la contrapartida eran las reservas que se compraban. La magnitud de la corrida y la posterior sacudida inflacionaria, ambas variables con variaciones anuales más importantes desde el 2002, generadas por el estallido de la burbuja de las Lebac, expusieron lo ridículo de la teoría de Llach.
A la lista de desatinos se le suma el fomento de los créditos hipotecarios UVA, trampa en la que cayeron unas 140 mil familias, con cuotas y capital indexados por la inflación; el financiamiento de gastos corrientes en pesos con deuda en dólares; la autorización de comprar deuda en dólares con pesos, que recién a partir del próximo mes no podrá hacerse; alimentar otra bomba especulativa con las Leliq; dolarizar las tarifas de luz, gas y combustibles; disponer una apertura comercial en un mundo cada vez más proteccionista; subir y bajar la tasa de interés de referencia del BCRA una decena de veces.
Lucas Llach (en el medio) y Federico Sturzenegger (a la derecha), protagonistas de la imagen que mejor retrata el fiasco
Académico
En su discurso de aceptación del reconocimiento de la Academia de Ciencias de Buenos Aires, Sturzengger, luego de autoelogiarse con ganas por sus aportes teóricos acerca de regímenes cambiarios y del comercio internacional y bienes intangibles (esto último lo llevó a elaborar una medición alternativa de activos externos de Estados Unidos, y a la diferencia con la oficial la denominó “materia oscura”), pasó a celebrar su gestión al frente del Banco Central. Economistas ortodoxos tienen una virtud extraordinaria: sus defectos los presentan como éxitos y no se inhiben en defenderlos pese a que la empírica se empecina en rebatirlos. Y cuando sucede el fracaso, el problema no es su mala teoría y peor práctica, sino que la culpa es de “los políticos” o de deficiencias en “la comunicación.
La Bomba Lebac tiene para Sturzenegger la siguiente explicación, brindada ante la Academia de Ciencias: “Para generar un impacto muchas veces de lo que se trata es de convencer y explicar y clarificar aquello en lo que se trabaja. Quizás esa sea la lección más importante que también me llevé de mi experiencia como presidente en el Banco Central. Allí permanentemente de lo que se trataba era de cómo interpretar aquello que estaba ocurriendo. Comprábamos reservas contra Lebacs, y el problema era el crecimiento de las Lebacs, vendíamos reservas cancelando Lebacs, y el problema era la caída de reservas. Claramente la comunicación es un aspecto central de una gestión de políticas públicas”.
Todos entendieron lo que significaban las Lebac; no fue un problema de comunicación como esquiva cándidamente la responsabilidad Sturzenegger por haber alimentado una inmensa bicicleta financiera.
Para él la economía crecía, la inflación retrocedía, el mercado de cambios estaba normalizado, las Lebac no eran un problema, la tasa de interés era estable y predecible, el gobierno de Macri era de centro/centroderecha y se logró disociarlo de la imagen de un ajustador crónico. Luego de estas sentencias, Sturzenegger se lamenta de que “algunos de estos hechos resultaron difíciles de imponer en la comunicación”. Esa descripción no forma parte del ensueño de un académico de número, sino que la comunicación oficial no logró cambiar la percepción de la realidad. Esta reacción de Sturzenegger es la prueba más clara de cómo funciona el mundo de los economistas ortodoxos. La culpa de sus fiascos siempre es ajena y ellos son los incomprendidos y los portadores de la verdad que el resto no quiere reconocer.
Señaló a la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017 como el punto de inflexión en su gestión, que provocó el desbarranco cambiario posterior, cargando la responsabilidad en el Poder Ejecutivo, cuando él también participó de esa presentación que cambió las metas de inflación, y continuó en el cargo de presidente del Banco Central hasta mediados de junio, incluyendo su firma en el primer acuerdo con el FMI.
Sturzenegger cerró su discurso, como fanático de las películas de la Guerra de las Galaxias, destacando un “momento genial de la primera… en la que Obi Wan Kenobi le dice al joven Luke Skywalker: “Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos”. Al comienzo también había dicho: “Estoy algo abrumado por el título honorífico que hoy se me otorga. No estoy seguro de merecerlo”.
Falsa modestia que la ortodoxia festeja desentendiéndose de una nueva crisis provocada por un plan económico con políticas con sello propio.
azaiat@pagina12.com.ar
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