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domingo, 25 de noviembre de 2018

Noviembre es peor, por David Cufré (para "Página 12" del 24-11-18)



La industria, la construcción y la actividad comercial registran en noviembre la caída más pronunciada del año. La contracara de la transitoria paz cambiaria que alcanzó el Gobierno con un shock de tasas de interés es el descenso vertiginoso de la actividad económica. La recesión que empezó a gestarse en mayo con la primera corrida cambiaria experimenta este mes una acentuación superior a la prevista por los propios empresarios de aquellos sectores. Las ventas de insumos para la construcción, por ejemplo, anotan una baja del 20 por ciento interanual, que podría ser peor si en la última semana se mantiene la tendencia de achicamiento de los despachos que se ha ido observando hasta el momento. Los patios de comida de los shoppings, en otro rubro, denuncian un retroceso del consumo del 25 por ciento frente al año pasado. Los centros de compra del área metropolitana cerraron 82 locales hasta agosto, de acuerdo a los datos del Indec, y la cifra actual ya supera los 100 en los distintos rubros, según anticipan fuentes privadas. En la industria del mueble, una distribuidora mayorista de madera que hasta abril vendía 10 mil pies por mes presenta en lo que va de noviembre colocaciones por menos de 2 mil pies. Los datos se acumulan y son coincidentes en marcar un giro más intenso del círculo vicioso que sumerge a la producción y las ventas. La consecuencia directa es la pérdida de puestos de trabajo y el descenso del poder adquisitivo de los salarios, que en la mayoría de los casos no llegan a compensar el incremento de precios de los últimos meses. Así como el dólar se movió a los saltos a lo largo del año, ahora se advierte una situación general de caída libre de la actividad y el consumo, frente a la cual el Gobierno deberá intervenir con más decisión si no quiere que se siga propagando. Más allá de la intención manifiesta del equipo económico de poner la economía en el freezer para enfriar el tipo de cambio, la jugada amenaza con golpearlo como un boomerang: en su regreso trae más problemas que los que buscaba atemperar.

Los brotecitos verdes que ahora promociona el Gobierno como señal del final de la caída están previstos en el relato oficial recién para el segundo trimestre del año que viene, a partir del empuje de una cosecha record. A eso debería sumarse una recuperación de la economía brasileña por la inyección de capitales especulativos bajo el nuevo gobierno de Jair Bolsonaro, lo cual a esta altura equivale a vender la piel del oso antes de cazarlo, ya que primero no es claro que ese escenario se vaya a producir y, segundo, por lo que vienen anticipando economistas de ese espacio es probable que la eventual mejora de la demanda derive hacia productos importados de China y otros mercados, lo que quitaría tracción a las exportaciones argentinas. El tercer factor de estabilización serían las inversiones en Vaca Muerta y el sector energético, aunque la baja internacional del precio del petróleo abre interrogantes sobre la velocidad de esos desembolsos. La pregunta que Mauricio Macri y Nicolás Dujovne dejan sin respuesta es cómo harán para pasar un largo verano con la economía barranca abajo sin que la acumulación de tensiones desencadene un recrudecimiento de la crisis también en el plano financiero. El precario equilibrio cambiario del Plan Primavera 2 –el primero fue el de Alfonsín y duró seis meses, hasta que estalló una devaluación que condujo a la híper– puede sucumbir incluso antes de que el calendario electoral lo ponga en aprietos. Ayer, de hecho, fue posible recordar la volatilidad que puede alcanzar la cotización del dólar cuando algún fondo de inversión decide bajarse de la bicicleta financiera.

La opción de cumplir a rajatabla con la meta de déficit cero asumida ante el FMI parece cada vez más impracticable. No porque al Gobierno le falte voluntad política para llevar adelante un ajuste que ninguna otra administración pudo ejecutar sin caer, como explicó Dujovne días atrás, sino por los límites que está poniendo la economía real. La encrucijada es la siguiente: si Hacienda sigue recortando gastos de acuerdo a lo comprometido, en obra pública, salarios  y demás factores dinamizadores de la demanda y la inversión, la recesión será más aguda y los ingresos fiscales también terminarán resentidos. Implementar una política procíclica en medio de tanto estrés en la producción, el consumo y el empleo puede desembocar en una depresión económica difícil de administrar. Romper la promesa del déficit cero, por otro lado, expondría al Gobierno frente al poder financiero. La angosta cornisa que se abre delante del presidente Macri es renegociar por segunda vez el entendimiento con el Fondo Monetario. Los antecedentes de los planes de déficit cero -que en la Argentina se combina ahora con el objetivo de expansión cero de la base monetaria- deberían hacer reflexionar a las autoridades.

“Lejos de lo que se piensa, las experiencias con políticas de déficit cero son una rara avis a nivel internacional. Existen nada más que ocho precedentes en el mundo desde 1999, cuando lo intentó Portugal. Después siguió Argentina en 2001, Pakistán en 2005, Ucrania en 2008, Bielorrusia en 2009, Grecia en 2010, Italia en 2012, España ese mismo año y ahora otra vez la Argentina en 2019”, detalla un informe de la consultora PXQ, que dirige el ex viceministro de Economía Emmanuel Alvarez Agis. Además de la conocida explosión argentina en 2001, los resultados en todos los casos fueron entre decepcionantes y desastrosos.

Portugal: en 1999 se propuso alcanzar al déficit cero en el transcurso de cinco años. Cuando llegó 2004 el déficit fiscal era de 3,8 puntos del PIB, contra el -0,4 que registraba cuando se lanzó esa política. Pero además la desocupación subió de 4,3 a 6,6 por ciento y la deuda pasó del 51 al 62 por ciento del PIB por la caída de la economía. El resultado fue más déficit, más desempleo y más deuda.
Pakistán: la meta fijada en 2005 era lograr el déficit cero en 2008, pero se movió de un superávit primario de 1,6 puntos del PIB a un déficit fiscal de 2,9. El déficit externo saltó de 1,7 a 8,1 por ciento.
Ucrania: en 2008 anunció el déficit cero para 2009 pero también fracasó. El desequilibrio se duplicó de 3 a 6 puntos del PIB. El plan fue una imposición del FMI y el paquete incluía la baja del salario mínimo y de los salarios públicos, reducción de subsidios a los servicios públicos y ajuste en las transferencias sociales. En 2009 el PIB se desplomó un 15 por ciento. Pero la historia no termina ahí. Después de pedir un crédito al FMI de 16.500 millones de dólares en 2008, Ucrania tuvo que solicitar 14.900 millones en 2010, 17.000 millones en 2014 y 17.500 millones en 2015.
Bielorrusia: “Es un caso extremo porque se puso como objetivo el déficit cero el mismo año que lo intentó implementar, en 2009. Pero ese año el déficit fue de 6,5 puntos del PIB y la economía se estancó”, explica el informe. La deuda pasó del 8 al 53 por ciento del PIB.
Grecia: asumió el compromiso del déficit cero en 2010 para 2012, pero fracasó. Ese último año el rojo era de 1,5 del PIB y la economía caía 7,3 por ciento, con una desocupación explosiva del 25 por ciento y una relación deuda-PIB del 160 por ciento. En 2011 el FMI le exigió la privatización de empresas para mejorar los números fiscales.
España: la situación fue distinta al resto de los países, ya que se planteó llegar al déficit cero en 2020. Por ahora lo que se puede marcar es que ha ido reduciendo el desequilibrio –en 2017 fue de 1 punto del PIB–, pero la deuda creció del 86 al 100 por ciento del producto. “El ejemplo de España es para tener en cuenta porque empezó con el ajuste cuando ya había retomado el crecimiento económico, no en medio de una recesión”, aclara Alvarez Agis.
Italia: en 2012 lanzó el plan déficit cero para 2014, pero no lo logró, ya que ese año el resultado fue de un déficit de 1 punto del PIB. Igual que España, Italia se fijó metas gradualistas que le permiten relajar el ajuste frente a circunstancias excepcionales.
La inconsistencia de apuntar al déficit cero en plena caída de la economía se ve reforzada por estos antecedentes. El Gobierno, por lo que ha demostrado en tres años de gestión, seguramente no tomará nota y llevará a los argentinos con temeridad a chocar otra vez contra un paredón. Los datos de actividad y ventas de noviembre son un buen indicio del desenlace del camino emprendido.

Publicado en:
https://www.pagina12.com.ar/157585-noviembre-es-peor

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