(Foto: El País)
1 nov -
La situación de Miguel Ángel Pichetto como presidente del Bloque Justicialista en el Senado, y la de ese scrum como tal, son ya insostenibles. Bien podría decirse que ambas cosas son a esta altura meras formalidades. Aunque siguen vigentes en los papeles, cada quien hace allí lo que le viene en gana, sin siquiera mínimas dosis de homogeneidad. No es casual: como en un cardiograma se grafican los movimientos del corazón, en ese grupo de la cámara alta se expresan los vaivenes de la ligazón entre peronismos (el de CFK, el no-kirchnerista y el anti-cristinista). Si Pichetto no ordena más a una tropa que ha dejado de serlo es, pues, debido a que su posición en cuanto a aquel vínculo es minoritaria, pero pretende funcionar como si sucediera lo opuesto. El resultado es obvio: quien no se siente sintetizado, actúa en consecuencia.
Hasta que la presidenta mandato cumplido fue derrotada en la elección senatorial bonaerense de 2017, y a causa de su negativa (tras la salida de Balcarce 50 dos años antes) a renegociar los nuevos términos del justicialismo como una más en la mesa horizontal grande en que se convierte el movimiento cuando baja al llano (incluye a ex mandatarios vigentes, gobernadores, intendentes, sindicalismo, movimientos sociales), los caciques provinciales sobre todo, también algunos municipales y parte del sindicalismo respondieron aislándose de ella, y abriendo negociaciones por propia cuerda con Mauricio Macri. Así fue el primer bienio amarillo.
Renovado el diálogo entre partes tras la caída de Cristina Fernández antes mencionada, aceptándose ella --al menos de momento-- como par con el resto de las figuras peronistas de peso; y, fundamentalmente, teniendo en cuenta su todavía enorme caudal electoral y el desgaste acelerado que experimenta Mauricio Macri desde abril último, no tiene sentido la prolongación de una actitud legislativa en espejo con hostilidades que ya no existen. Pichetto no sólo se niega a aceptarlo: para peor (considerando que se trata de un eterno perdedor en su propio territorio), se supone en aptitud de encabezar una reconfiguración doctrinaria del justicialismo, más cercana a Cambiemos que a Unidad Ciudadana (lo que también merecería correlato parlamentario).
El Señor Gobernabilidad (Diego Genoud dixit) se presenta, desde 2016, como abogado de gobernadores y sindicalismo, pero su voz desentona cada vez más con las de ellos.
Con un no-kirchnerismo que progresivamente se fue convenciendo de sus chances vencer en 2019 (cuando hasta hace nada hablaba de 2023) y de que la avenida del medio no es negocio, el volumen del repudio a CFK fue disminuyendo hasta quedar reducido a mínima expresión. También ella mueve mejor sus fichas que en la primera mitad del macrismo. Por estas horas se habla de ruidos entre gobernadores actuales y los que cesaron en 2015 y quieren volver (y lo intentarán vía PASO). Aquí se abre una ventana de oportunidad para el despliegue federal de UC, porque mejor para todos llevar las cosas en paz. Claro que ello influye en el robustecimiento de posturas menos amistosas para con el oficialismo nacional. Lo mismo que la caída de la imagen del Presidente en línea con el debilitamiento de su andar socioeconómico. Pero podrían pasar ambas cosas e igualmente ser mal operadas por Cristina: está ocurriendo lo contrario.
La presidenta mandato cumplido debutó en su retorno al Senado comiéndole una banca a quienes se habían alejado del Frente para la Victoria dejándola 3-1 abajo en la relación justicialista del recinto (leída por encima de sus actuales fragmentaciones). Silvina García Larraburu: nada menos que una rionegrina, compañera de fórmula en 2013 de su antagonista doméstico máximo en la cámara alta. A propósito: ¿tendrá que ver en el opoficialismo pichettista su derrota local ante la familia Soria? Dicho sencillo: ¿hará equilibrio con un hipotético salto al cambiemismo para negociar en mejores condiciones una supervivencia?
Como sea, la cúspide de las fricciones entre Cristina y Pichetto tuvo lugar en ocasión de discutirse los allanamientos a la primera, trámite al que se presentó como picada del asado de un hipotético posterior desafuero. La solidaridad para con ella fue muy mayoritaria entre los senadores justicialistas. Y si a comienzos de la administración de los gerentes toda ley pasaba como por un tubo, hoy el precio de cada voto ha subido casi al ritmo del de la divisa norteamericana. Al final del día, habrá que concluir que Pichetto ha sido un muy buen coronel legislativo, pero cuando quiso dar el salto, por otro marco y su incapacidad para somatizarlo, no estuvo a la altura: cual se ha visto en este texto, ni una cosa ni la otra fueron magia.
Publicado en:
http://actorpolitico.com/nota/8810/el_ocaso_del_senor_gobernabilidad/
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