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lunes, 17 de septiembre de 2018

SOBRE LA MATERIA OSCURA, por Graciana Peñafort (para "El cohete a la luna")


No puede ser detectada, pero nadie escapa a sus efectos

Agatha Mary Clarissa Miller es una escritora que fue parte imprescindible e ineludible de mi infancia. Una parte muy feliz e interesante. Devoré con pasión sus novelas policiales en las larguísimas siestas sanjuaninas. Y asumo que muchas cosas las conocí por primera vez de la mano de Agatha Christie y sus novelas de tapas blancas de Editorial Molino, que siempre sospeche que spoilean un poco con la ilustración de tapa.

Miss Marple siempre me la imagine en el cuerpo y la voz de mi abuela Irma. Pero mi amor mas incondicional fue y será siempre ese inspector belga, de corta estatura, pulcro hasta el extremo —”creo que una mota de polvo le habría causado más dolor que una herida de bala“, supo señalar el coronel Hastings, su amigo y confidente— y de cabeza con forma de huevo donde sobresalían una nariz y un bigote militar que solía atusar mientras reflexionaba. Si, a pocos hombres he adorado y adoro como a Hércules Poirot. El tan contundente encanto de los hombres inteligentes, que por cierto no siempre he honrado… pero eso es ya parte de otra historia.

De la mano de Hércules Poirot conocí la campiña inglesa y las razones psicológicas de los actos de las personas y sus pasiones. Que una verdadera dama jamás usa zapatos de mala calidad. Que todos esconden algo por lo que podrían ser chantajeados y que en lo evidente no está necesariamente la verdad.

Hubo una novela que me pareció particularmente desconcertante. Se llama Los cuatro grandes. Escribo esto y créanme que estoy en la casa de mi abuela Ruth, debe ser verano porque hace calor. Todos duermen la siesta ahí y sobre el cubrecama beige me largo a llorar cuando en un capitulo Hércules Poirot muere. Finalmente no había muerto, pero para saber eso debí seguir leyendo. También es el libro donde Poirot se enamora de la condesa Vera Rossakoff, “exquisitamente vestida de negro, con unas perlas maravillosas“. La mala que enamora para siempre al detective y quien le salva la vida y a quien está dedicado del final de Los cuatro grandes.

“Sí, mon ami, juntos hemos hecho frente y derrotado a los Cuatro Grandes; y ahora usted regresará para unirse a su encantadora esposa y yo… yo me retiraré. El gran caso de mi vida profesional ha concluido. Cualquier otra cosa parecerá insignificante después de esto. Así pues, me retiraré. Es posible que me dedique a cultivar aguacates. ¡Incluso es posible que me case y organice mi vida de manera muy diferente!

Se rió a carcajadas ante esta idea, pero observé en él cierta turbación. La verdad es que… los hombres pequeños siempre admiran a las mujeres altas y llamativas…

—Casarme y organizar mi vida —dijo de nuevo—. ¿Quién sabe?”

Supongo que el amor es el gran misterio que jamás resolvió el analítico Poirot. Como todos. Porque si hay algo que posee el personaje creado por Agatha Christie, tal vez inadvertidamente, es su humanidad rodeada de obsesiones, manías y muchas pero muchas células grises.

Fue en esa novela, con apenas 9 ó 10 años, donde por primera vez escuché hablar en mi vida de organizaciones secretas y servicios de inteligencia. En el mundo de Christie los malos eran muy malos, salvo Vera, y los buenos eran realmente buenos y justos. Los múltiples asesinatos que se cometen parecen escenas de un cómic y están desprovistos de horror. Y los malos solo interferían con los buenos para matarlos o como la condesa, para salvarles la vida. Lo que entendí después fue mucho menos humano. Infinitamente menos humano. Y profundamente más real.

Hace unas semanas Paula Litvachky, Directora del Área Justicia y Seguridad del Centro de Estudios Legales y Sociales y amiga a la que admiro más de lo que suelo decírselo, publicó una nota extraordinaria cuyo título es: “¿Leales a quién? Sobre cómo las relaciones con los servicios de inteligencia están haciendo más opaca la Justicia. [1]

En efecto, la Justicia o mejor dicho el Poder (per)Judicial ha adquirido en estas épocas de Lawfare, niveles de opacidad tales que preferiría hablar más bien de un Poder Judicial poblado de materia oscura. La materia oscura “está compuesta por partículas que no absorben, reflejan, o emiten luz, por lo tanto no pueden ser detectada por observación de la radiación electromagnética. La materia oscura es un material que no puede ser visto directamente. Sabemos que la materia oscura existe debido a los efectos que produce sobre objetos que sí podemos observar directamente“. Los conceptos a los que referí son un préstamo de la Física, disciplina que finalmente gobierna nuestras vidas, como la química, la biología y para los escépticos de las ciencias, el alma.

En materia judicial, materia con mucha menos alma que el más escéptico de los escépticos, la materia oscura son los servicios de inteligencia. No pueden ser detectados o vistos directamente, pero sabemos que existen por los efectos que producen sobre objetos que si podemos observar directamente. Y sobre personas, que sí tienen alma —o la tenían—antes de toparse con la materia oscura.

El paradigma de la investigación judicial, señala Paula, “ha naturalizado la idea de que el sistema de investigación criminal solo puede tener resultados si interviene el organismo de inteligencia.” Y agrega: “El organismo de inteligencia aprovechó la deslegitimación de las policías, la connivencia del sistema de justicia y el pragmatismo de las autoridades políticas para asumir funciones policiales y represivas. En la medida en que estas capacidades operativas crecieron, la ex SIDE se transformó en una suerte de policía de investigación y recurrir a ella para investigar se fue tornando “indispensable”.

No sé a ciencia cierta cuándo comenzó esta promiscuidad a hacerse grosera. Arbitrariamente voy a señalar una fecha, ya en democracia: 23 de enero de 1989, con el copamiento del Regimiento de la Tablada. Y los desaparecidos. Un secreto que aun guardan los tribunales de Morón. Pero fue con el atentado de la AMIA donde la materia oscura lo invadió casi todo por completo. Y ya nunca más se fue. Jueces, fiscales y miembros de la materia oscura trabajaron en forma conjunta para que la verdad nunca se sepa. Porque esa fue la decisión el 18 de julio de 1994 y no parece hacer mutado a lo largo de los años. Y digo esto cuando el actual fiscal de la Unidad AMIA acaba de ser cuestionado por las asociaciones DAIA y AMIA por excesivo revisionismo. No conozco a dicho fiscal, pero si puedo afirmar que esa investigación necesita ser revisada, prolija y minuciosamente, buscando la verdad, no la materia oscura o los dogmas que esa materia oscura instaló en la causa. Hace 24 años que la causa permanece casi sin variantes. Y las víctimas, sus familiares y la sociedad, sin Justicia.

Materia Oscura, AMIA… y pienso en Alberto Nisman, muerto también en su casa en circunstancias que ni la gendarmería mas imaginativa del planeta ni la afición a la series de Netflix de la ministra Bullrich lograron esclarecer. Su muerte, pero sobre todo su vida, parece hacer estado rodeada de materia oscura. Sabemos que la materia oscura existe debido a los efectos que produce sobre objetos que sí podemos observar directamente. Nisman no era un objeto, era una persona. Pero para la materia oscura todos y todas somos objetos. Seres sin paz que la materia oscura intenta conquistar con promesas y someter con amenazas. Algunos simplemente no pueden evitar su fuerza gravitatoria.

No me cabe duda que hay materia oscura en la causa de las fotocopias de los cuadernos de Centeno. Pacíficos océanos de materia oscura se mecen el revuelto mundo de Comodoro Py, donde los arrepentidos no se arrepienten de nada realmente.

La materia oscura cuida a sus hombres. Inclusive a sus hombres de paja. Aquellos que creen que controlan a la materia, cuando realidad solo son la cara visible y siempre provisoria de los servicios de inteligencia. Siempre que no hayan tenido la poco feliz idea de enfrentarlos, aun con torpeza y sin ganar batalla alguna. Porque si hay algo que la materia oscura detesta visceralmente es a aquellos que no se cuadran ante el poder.

Para protegerlos, mueven objetos. Aun objetos que no son históricos tributarios de favores y prebendas de los servicios de inteligencia. Voy a contarles un caso que pasó en Comodoro Py.

En el marco del Lava Jato, dos fiscales, Federico Delgado y Sergio Rodríguez, se toparon con un inesperado arrepentido: Leonardo Meirelles. Cuevero brasileño que tuvo un inesperado rapto de locuacidad que incluyó al actual titular de la Agencia de Inteligencia, Gustavo Arribas. A quien señaló como receptor de fondos destinados para el pago de coimas… en cinco pagos que comenzaron un día después de que, en septiembre de 2013, se reactivara el contrato para el soterramiento del tren Sarmiento para el gigante brasileño Odebrecht. Cuyo adjudicatario era IECSA, en esas épocas propiedad de Ángelo Calcaterra.

Hay que señalar que Arribas, que estaba de vacaciones, no creyó que semejante testimonio tuviese la entidad suficiente para interrumpir sus vacaciones. Mandó un mensaje que fue transmitido por el Presidente de la Nación, Mauricio Macri. Mensaje que nobleza obliga fue mutando en su contenido. Primero dijo Arribas que el dinero recibido era por la venta de un departamento. Luego que era por bienes muebles y solo por un monto de 70.000 dólares. Cuando Gustavo volvió de sus muy merecidas vacaciones, aportó documentación de fecha concomitante con la denuncia.

El juez se apresuró en cerrar la causa. Federico Delgado, fiscal con el que tengo mis cuitas pero no vienen al caso, apeló. Como siempre hace. Delgado a veces se equivoca horrible, pero debo señalar que siempre lo hace para el mismo lado: el del Ministerio Público Fiscal, al que pertenece. Y uno de mis malos favoritos, mi querido Germán Moldes, simplemente se olvidó de sostener la apelación de Delgado. También le suele pasar. ¡Pobre! Alguien debería darle algo para la memoria al bueno de Germán Y así, en cuestión casi de días, la causa quedo cerrada, mas allá de las apelaciones que continuaron en cabeza de Rodríguez, sin demasiada fortuna.

Pero la materia oscura contraatacó. Gustavo Arribas denuncio a Rodríguez y a Delgado. El siempre benemérito Bonadío ordenó extraer testimonio y sortear una nueva causa. Causa que fue analizada por otro juez quien consideró que no había conducta típica por parte de los denunciados y cerró la causa. El abogado de Magnetto, Angelici, Mitre y Macri, que también es el abogado de Arribas, apeló el cierre de la causa. Esta vez Moldes no se olvidó de sostener la apelación.

El viernes 14 de septiembre, la Cámara de Apelaciones ordenó reabrir la causa contra Delgado y Rodríguez.

La enseñanza detrás de esta historia debería ser un alerta al Poder Judicial. La materia oscura no perdona. Hubo jueces que pasaron por alto el principio de inocencia y confirmaron prisiones preventivas que no encontraban fundamento en el derecho y luego ante la sospecha lanzada sobre sus cabezas pagaron caro su olvido. Porque ya no eran útiles. Porque había nuevos tributarios de los sillones de esos jueces. La materia oscura está de parabienes en estos días de Lawfare. Reina y distribuye prebendas y sanciones. Y disciplina.

Combatir el Lawfare, defender las garantías constitucionales y la transparencia en los procesos, debe ser un principio inamovible del Poder Judicial. Combatir la injerencia de los servicios de inteligencia en la Justicia también. Olvidarse de ello, un riesgo cierto de convertirse en víctima, del que nadie esta exento. Por poderoso que sea. Está en el Poder Judicial ponerle límites y dejar de estar atravesados por tanta oscuridad. Porque, reitero, la materia oscura no perdona.





[1] http://www.vocesenelfenix.com/content/%C2%BFleales-qui%C3%A9n-sobre-c%C3%B3mo-las-relaciones-con-los-servicios-de-inteligencia-est%C3%A1n-haciendo-m%C3%A1s

Publicado en:
https://www.elcohetealaluna.com/sobre-la-materia-oscura/

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