La aplicación del plan de ajuste pedido por el FMI tendrá consecuencias muy graves, que pueden resumirse en dos palabras: pobreza y recesión…más pobreza y más recesión. Generará además una situación social y política explosiva. Protesta y represión.
El ajuste es un remedio muy duro que ataca a la enfermedad equivocada, ya que tanto el gobierno como sus jefes del FMI ponen énfasis en el déficit fiscal, en eliminar el déficit fiscal. Y si bien es cierto que el déficit es un problema, de ninguna manera es el problema principal de la economía argentina. Uno puede manejar el déficit emitiendo; no es una solución, es un paliativo. Genera consecuencias negativas, como la inflación. Pero el Estado puede emitir pesos, mientras que por el contrario no puede emitir dólares.
Es justamente ese déficit, el de dólares, el déficit de la balanza de pagos (entran menos dólares de los que salen, en buen romance) el que constituye el problema principal de nuestra economía. Argentina tiene hoy un combo explosivo porque hay una enorme salida de dólares por pago de deudas, formación de activos argentinos en el exterior (evasión de capitales) remesas de las empresas extranjeras y un déficit gemelo comercial y turístico.
Es un problema que las actuales autoridades no parecen considerar importante, ya que no sólo no toman medidas para resolverlo, sino todo lo contrario: lo agravan con medidas que facilitan la salida de dólares del país. Un buen ejemplo es permitir que los exportadores no tengan un plazo para liquidar en el mercado local los dólares obtenidos del comercio exterior.
El famoso “cepo” del kirchnerismo, tan polémico y criticado, era un remedio que atacaba la enfermedad correcta, el problema principal. No logró resolverlo, fue sólo un paliativo, pero estaba dirigido al principal problema de nuestra economía.
El gobierno cambiemita se limita a cubrir el déficit con un fastuoso endeudamiento en dólares, que no resuelve el problema (el prestamista te da hoy 10 para llevarse mañana 12 o 14), que se retroalimenta porque los dólares que entran por un extremo de la economía salen de inmediato por el otro-la deuda queda- generando la necesidad de nuevos préstamos, y que es profundamente inmoral porque les traslada nuestros problemas a nuestros hijos, nietos y bisnietos.
Ensayan una única “solución” al problema: una creciente devaluación que licua las deudas en pesos del Estado y que terminará resolviendo por sí solo, al menos, el déficit comercial y turístico (con un dólar a 50, 70 o 100 se importará poco y se viajará poco al exterior). Sin embargo no es una auténtica solución, ya que la devaluación complica el creciente endeudamiento en dólares del país (hacen falta más pesos para comprar esos dólares) y estimula una dolarización por atesoramiento que aumenta la salida de divisas del circuito productivo.
En una situación normal, esta coyuntura económica llevaría a sus impulsores a un abismo político, aniquilando sus posibilidades electorales. Pero esa no es exactamente la situación de Argentina.
Tenemos un porcentaje importante de la población, que uno puede calcular que es entre un 25 y un 30% del electorado, que odia profundamente a Cristina Fernández de Kirchner. En realidad Cristina es para ellos un símbolo de las muchas cosas que odian: el kirchnerismo, el peronismo, Eva Perón, los movimientos sociales, los piqueteros, la gente en las calles, el capitalismo heterodoxo keynesiano, los sindicatos y las huelgas, la izquierda y muchas cosas más… Ellos odian, y odian, y odian.
Cristina es el ícono de ese odio. Votaron a Macri para que pierda Cristina; y repiten con insistencia “no vuelven más”. Entonces los odiadores son el núcleo duro cambiemita, los que están dispuestos a sostenerlo contra viento y marea aunque sus políticas no les convengan. Este apoyo tiene igual sus límites, ya que la política cambiemita atenta frontalmente contra los intereses de la clase media (columna vertebral de los odiadores), por lo que en algún punto se puede producir un quiebre. Estos sectores nunca votarán a Cristina ni a nada que huela a peronismo de verdad… pero son una clientela disponible para candidatos como Massa, Urtubey, Pichetto, Stolbizer, Lousteau o una UCR que se divorcie de Cambiemos.
Otra ventaja del macrismo es la fragmentación de la oposición, que contiene sectores muy opositores (FIT, Kirchnerismo), sectores a mitad de camino, y sectores opoficialistas como es el PJ de los gobernadores o buena parte del Frente Renovador (con Massa como abanderado).
El deterioro de la situación socio-económica que provocarán las políticas fondomonetaristas va a endurecer a toda la oposición. Pero esto no garantiza que todos los sectores se unan. Uno puede imaginar tres escenarios posibles.
Si el eje Urtubey-Massa-Pichetto-Bossio se fortalece con apoyo de algunos gobernadores y de la intervención del PJ, y forman un frente competitivo de cara al 2019, el kirchnerismo quedará solo o sumado a aliados menores, y entonces en ese escenario se agiganta la posibilidad de que Cristina sea candidata, o en su defecto que lo sean claros referentes K como pueden ser Agustín Rossi, Jorge Capitanich, Axel Kicillof o Máximo Kirchner. Cristina no quiere ser candidata (como no quería en 2017) y sabe que su candidatura generaría una polarización que beneficia a Macri, pero este escenario casi la forzaría a ponerse una vez más los botines y salir a la cancha.
Por el contrario, si el peronismo opoficialista queda aislado y organiza una candidatura débil, y se organiza un frente peronista con el kirchnerismo en el centro pero sumando a otros sectores no K que hoy juegan para los gobernadores o el masismo, las chances de Cristina bajan, y se fortalecen los candidatos kirchneristas citados en la primera hipótesis así como algunas figuras de consenso como puede ser Alberto Rodríguez Saa.
Finalmente, si se arma un gran frente panperonista, con todo o casi todo el peronismo (con la sola excepción de algunas figuras que generan urticaria por su cercanía al actual oficialismo) y con la presencia de sectores de centroizquierda no K (estilo Proyecto Sur o los socialistas santafesinos) y radicales disidentes (¿Artaza?, ¿Alfonsin?) allí se agiganta la posibilidad de un candidato de consenso que no sea K (pero tampoco anti K). En este último escenario empiezan a jugar otros jugadores, como pueden ser Felipe Solá o Alberto Fernández, figuras que pueden ser “aceptables” (con reservas) para una amplia gama de sectores.
En los dos primeros escenarios se puede ganar, pero no es seguro. En el tercero se gana seguro. Algún compañero me preguntará: ¿Pero ganamos nosotros?. Es una muy buena pregunta… No lo sé, pero ellos pierden.
En política son difíciles los pronósticos, porque siempre surgen imprevistos, y porque la gente a veces tiene actitudes muy irracionales difíciles de preveer.
Hemos visto campañas que se ganaron con candidatos mintiendo descaradamente (basta con ver la publicidad de campaña de Macri en 2015).
Hemos visto denuncias mediáticas sin pies ni cabeza que dieron vuelta elecciones (Aníbal Fernández hoy no es Gobernador por una denuncia desopilante de la que nadie se acordó luego del 10 de diciembre de 2015).
Pero también hemos visto especulaciones políticas razonadas que salen mal… Cuando Cristina era presidente, prefería confrontar con Macri porque pensaba que Macri no podía ganar. Hoy Macri es Presidente, y hace con Cristina lo mismo que Cristina hizo con él… Quizás Macri esté cometiendo el mismo error que cometió Cristina.
Se puede votar lo que a uno le gusta. Se puede optar por el mal menor. Lo que no es aconsejable es dejarnos impulsar por el odio, porque podemos descubrir, como a muchos ya les ha pasado, que la alternativa al odio es mucho peor que el objeto de dicho odio.
Adrián Corbella
14 de julio de 2018
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