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domingo, 13 de mayo de 2018

Sin carisma será difícil superar la crisis, por Eduardo Fidanza (para "La Nación" del 12-05-18)



12 de mayo de 2018  

A riesgo de fatigar al lector, es preciso volver a Max Weber. Para el sociólogo alemán la fórmula de la gobernabilidad en las democracias capitalistas era la suma de carisma y administración. El carisma significaba para Weber un atributo capaz de generar creencias fuertes y transformaciones profundas que, más allá de la rutina cotidiana, otorgaran fortaleza y legitimidad a los gobiernos. El carisma en su forma típica remite a los individuos, pero también puede expresar ideas arraigadas en la cultura. En este sentido, se ha señalado cómo el advenimiento de la modernidad en Francia, Estados Unidos y Alemania respondió a distintas fuentes carismáticas. Para los franceses se cifró en la razón; para los norteamericanos, en el puritanismo, y para los alemanes, en la nación. Weber, un nacionalista convencido, vaciló en sus últimos años entre varios conceptos, en los que creyó encontrar las claves para reconstruir Alemania después de la Primera Guerra. Un equilibrio inestable entre liderazgo carismático, creencia en la nación, parlamento y burocracia eficaz constituyó su agónica propuesta.

La historia mostró la insuficiencia del salvavidas weberiano, pero dejó en pie la fórmula del éxito político perdurable: liderazgo sólido más administración eficiente. En otras palabras: carisma y racionalidad, indisolublemente unidos. Porque si fuera solo carisma el peligro es deslizarse a la mera seducción de las masas; y si fuera nada más que racionalidad, significaría recaer, para decirlo con una metáfora actual, en la planilla de Excel. O en la sopa. La repetición cotidiana del mismo gesto, la módica cuenta del neurótico que nunca puede superar la frontera de su deseo. Weber, sin pelos en la lengua, contrapuso el denostado "oficio artesanal del demagogo" con el despacho del funcionario administrativo, recordando que "lo realmente importante es que para el liderazgo político solo están preparadas aquellas personas que han sido seleccionadas en la lucha política, porque la política es, en esencia, lucha". En su concepción, eso no significaba piedra libre al populismo, sino recordar que si los gobiernos democráticos no son capaces de generar convicciones -y más en momentos de crisis- están destinados al fracaso.

La historia reciente de la democracia argentina muestra la actualidad de Weber. Alfonsín se abrió paso con el carisma de la democracia; Menem con la sacralización falaz de la moneda; Kirchner con la restitución de la autoestima popular financiada con soja, y Cristina con la viudez y la apelación a una juventud que se movilizó para seguirla. Ninguno de ellos fue un administrador eficaz, con la mirada del estadista puesta en el mediano plazo. Ninguno hizo una contribución decisiva para liberar al país de sus severos problemas estructurales. Pero todos poseyeron liderazgo, el atributo capaz de insuflar fe a la sociedad y orientarla. Los distinguió el sello de la política. ¿Falló la racionalidad administrativa y prevaleció el carisma? La respuesta es sí y constituye una deficiencia grave, porque carentes de programas sólidos, los países no progresan. Tal vez por eso, Macri intentó salirse de la serie, apostando al liderazgo minimalista con una administración de impronta privada. Pero bastó que estallara el dólar para que la respuesta fuera una cadena de vacilaciones que precipitaron a la sociedad al desconcierto y a la creencia de que sin carisma será difícil superar la crisis.


El creativo humor de las redes encubre ese desconcierto con ironías y chistes que ridiculizan al Presidente y su equipo. Es una avalancha incontenible, espoleada por la orfandad y la desilusión. El regreso al FMI, acaso un recurso inevitable, no ha hecho más que excitar la acidez de la sociedad, que describe con bromas soeces a un país sodomizado por los poderosos. Esa reacción evoca lo que le ocurrió a Fernando de la Rúa hace casi dos décadas, en los albores de Internet. Si fallara el liderazgo y el Gobierno no pudiera revertir la corriente social adversa, probablemente no le alcance con los dólares de Lagarde para salvarse. Si la sociedad le perdiera el respeto a Macri, usando los medios digitales que su partido consagró, puede que no haya retorno. No se piense, sin embargo, en un final como 2001, bastará con el espectáculo de un pato rengo en medio del ajuste.

No es una originalidad, pero vale insistir a ver si despiertan: ante la corrida, Cambiemos necesita carisma, no marketing. Épica, no eslóganes. Líderes públicos, no administradores privados. Discursos, no spots. Personalidades capaces de provocar certidumbres, no comunicadores de buenas noticias en las que ya pocos creen.

En estos días se exhibieron crudamente esas carencias y desacoples que pueden ser funestos: conferencias de prensa sin sustancia, ministros balbuceantes, un presidente disimulado en una efímera grabación. Mientras tanto, los bloques legislativos propios, constituidos por muchos políticos de raza, luchaban solitarios en medio de un Parlamento adverso y vociferante.

Por: Eduardo Fidanza

Publicado en:
https://www.lanacion.com.ar/2133904-sin-carisma-sera-dificil-superar-la-crisis

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