10 de marzo de 2018
Las tensiones cambiarias de las últimas semanas acentúan un problema estructural de la economía macrista: la fuga de capitales. La salida de divisas desde que gobierna Cambiemos no ha hecho más que aumentar, echando por tierra con el postulado de que un programa neoliberal generaría una corriente de confianza en los actores económicos que desalentaría la dolarización de carteras. Por el contrario, las compras netas de divisas para formación de activos externos subieron todos los trimestres a lo largo de veinticinco meses. En el primer trimestre de 2016 se fueron por esa vía 4247 millones de dólares, según datos oficiales del Banco Central. En igual período de 2017 se perdieron 4797 millones, un 12 por ciento más. Entre abril y junio de 2016 salieron 2607 millones, y en el mismo lapso del año siguiente la cifra trepó hasta 2851 millones, un alza del 9 por ciento. A partir de entonces, desde mediados del año pasado, la demanda de dólares por particulares y empresas se viene disparando hasta alcanzar niveles record. La fuga en términos netos del tercer trimestre de 2017 fue de 7880 millones de dólares, un 106 por ciento más que los 3823 millones salidos un año antes. En el cuarto trimestre de 2017 la sangría fue de 6613 millones de dólares, contra apenas 38 millones del mismo lapso de 2016 por el ingreso excepcional de divisas que generó el blanqueo de capitales. La próxima semana se conocerán los datos de febrero de 2018, pero analistas del mercado descuentan la continuidad de la tendencia alcista por la fiebre verde que se observó en las operaciones diarias del mes pasado. En enero, de hecho, esa corriente había llevado la fuga hasta un máximo en más de dos años, con 3124 millones de dólares netos, contra los 1946 millones de enero de 2017, un 60 por ciento más. Con ese resultado, es evidente que el primer trimestre de este año volverá a marcar una suba en las compras netas de divisas con respecto a un año atrás, en una dinámica de espiralización cada vez más peligrosa.
La percepción generalizada de que la acumulación de desequilibrios económicos puede derivar en una devaluación aún más intensa de la que ya se produjo desde diciembre del año pasado, del 17 por ciento en tres meses (desde 17,54 pesos a 20,54), estimuló el interés de los argentinos por la compra de dólares. Esa presión en ascenso forzó esta semana al Banco Central a cambiar de estrategia y salir a intervenir directamente en la plaza cambiaria. Lo hizo en cuatro de los cinco días, primero a última hora de la jornada con dosis homeopáticas y el jueves y viernes desde temprano con volúmenes crecientes. Nunca antes en lo que va del mandato de Macri el BCRA había metido los pies en el barro de esa manera para frenar la escapada del dólar. Con esfuerzo logró poner un techo a la cotización, pero eso no revierte el problema de fondo de un apetito cada vez más voraz de ahorristas y empresas por comprar divisas para cubrirse de un eventual salto devaluatorio. Es notable como esta cuestión central es ignorada en los análisis de los funcionarios y de los economistas y medios aliados del oficialismo. La fuga de capitales es un tema que no figura para nada en su agenda de debate. Hacen como si no existiera, como si fuera normal y sostenible que desde julio del año pasado la salida neta de divisas se haya instalado en un piso de 2000 millones de dólares por mes. La sucesión de los últimos siete meses muestra los siguientes números: en julio se perdieron 2474 millones de dólares por formación de activos externos; en agosto, 3165 millones; en septiembre, 2241 millones; en octubre, 1950 millones; en noviembre, 1926 millones; en diciembre, 2017 millones, y en enero de este año, como se mencionó más arriba, 3124 millones. El total de esos siete meses son 16.897 millones de dólares, con un promedio de 2414 millones por mes. El total de la fuga sumando los 18 meses restantes de gobierno de Macri asciende a 35.260 millones, a razón de 1410 millones por mes.
Como es sabido, la Argentina no emite dólares si no pesos, por lo cual para responder a esa voluminosa demanda de billetes verdes tiene que obtenerlos de alguna manera. La forma genuina de hacerlo sería con el ingreso de divisas por el intercambio comercial, pero esta fuente en lugar de aportar a la solución es también parte estructural del problema del sector externo por la política de apertura a las importaciones que impulsa el Gobierno. El saldo entre exportaciones e importaciones del año pasado alcanzó cifras históricas de déficit, con un rojo de 8471 millones de dólares. La previsión del estudio Broda para este año es que escalará hasta 11.000 millones. La inversión extranjera directa tampoco resultó un factor que permita captar dólares, al punto que el balance entre esos ingresos y las divisas que salen por remisión de utilidades de las multinacionales a las casas matrices es prácticamente neutro. En conclusión, los mecanismos principales a los cuales apela el Gobierno para sostener la venta de dólares al público y a las empresas sin ningún cepo ni restricción es el endeudamiento masivo del Estado en moneda dura y la seducción a los capitales especulativos (locales e internacionales) para que vengan a cobrar rentas extraordinarias con las altas tasas de interés que paga el Banco Central, mediante instrumentos como las Lebac. Es lo que se conoce como carry trade o bicicleta financiera.
La bola de nieve que esa estrategia ha ido conformando en estos dos años es alarmante y no dejará de crecer mientras siga sin resolverse el capítulo de la fuga de capitales. La pregunta del millón es hasta cuándo el mercado aceptará seguir financiando el desequilibrio de divisas con préstamos al Tesoro y la compra de Lebacs. Salta a la vista que el esquema presenta una alta vulnerabilidad y deja expuesto al país a sobresaltos que pueden desestabilizar gravemente la economía ante cualquier evento externo o interno. Por ejemplo, si sube la tasa de interés de Estados Unidos o si a Trump se le ocurre seguir imponiendo aranceles para frenar el comercio global. Aun si nada de eso ocurriera, en la medida que la fuga continúe, y más si lo hace a un ritmo cada vez más mayor como se observa hace siete meses, los riesgos se multiplican a cada paso. Para colmo, los gastos de argentinos por viajes al exterior y compras de bienes fuera del país por medios electrónicos, y la carga en aumento de intereses de la deuda agigantan la brecha. Frente a esto, Federico Sturzenegger se entusiasma echando nafta al fuego con la autorización de venta de dólares en supermercados, cadenas de farmacias o cualquier otro negocio, promoviendo una dolarización de la economía que a esta altura cabe interrogarse hasta dónde piensa llevar. Por muchísimo menos, la prensa oficialista advertía durante el gobierno anterior sobre la existencia de un plan bomba. Ahora esa misma prensa esconde el tema como si no pasara nada, empardando la velocidad de la fuga de capitales con la fuga del sentido común y la responsabilidad informativa. En este contexto, no es casual el regreso del FMI al país, eventualmente para actuar como prestamista de última instancia, igual que en los 90, y mientras tanto para marcarle el rumbo a la dirigencia nacional.
Publicado en:
https://www.pagina12.com.ar/100570-fuga
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