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martes, 12 de septiembre de 2017
LA DEMOCRACIA EN JUEGO, por Daniel Catalano (para "Página 12" del 12-09-17)
Por Daniel Catalano
No es una dictadura. Es necesario decirlo, porque sostener que vivimos en una dictadura debilita el análisis que debemos hacer sobre cómo estamos hoy. No es una dictadura. Pero estamos sometidos a la persecución política, se utiliza a las fuerzas de seguridad para reprimir trabajadores, sitiar fábricas, leer listas de despedidos e intimidar a quienes son apartados de las filas al ingreso. No es una dictadura, pero tenemos presos políticos, un desaparecido, y transitamos un fraude electoral que jamás visto en democracia.
Estamos en democracia, sí. Pero hay un avance ilegítimo sobre los convenios colectivos de trabajo, las leyes laborales, el sistema previsional. Un avance que además de recortar derechos y suspender pensiones, hoy intenta imponer condiciones “precarizantes” sobre el pueblo trabajador. Las comparaciones a veces debilitan el análisis. Cuesta evaluar el presente apoyándonos en procesos políticos ya pasados. Pero sabemos que hay apellidos que se repiten, planes económicos que están intactos, y resortes corporativos que nunca fueron desarticulados.
No podemos decir que estamos en una dictadura, pero sí que gobierna el poder económico en primera persona. Que el neoliberalismo busca penetrar en el pueblo de una manera muy compleja, porque lo hace desde las instituciones de la democracia y partiendo de la legitimidad de origen que les confirió el voto popular. A su vez, es muy difícil construir mayorías cuando buena parte de la dirigencia política y sindical claudica, justifica al poder y prefiere “seguir esperando”. Que apuesta a la “gobernabilidad” a costa de seguir cediendo derechos. El pragmatismo y el oportunismo se vuelven fundamento de accionar justificador.
Discutir si esto es una democracia o una dictadura ¿no desdibuja nuestro escenario político? ¿No es una forma de entrar en el terreno al que nos quiere llevar la derecha? No, no estamos en una dictadura. Pero vivimos un modelo de ajuste y exclusión que se sostiene en democracia utilizando a las fuerzas del Estado para la violación sistemática de los derechos humanos, para garantizar el repliegue de los que pensamos distinto.
Hay que dejar de gritar que Macri es la dictadura. Macri es la derecha, es la oligarquía. Es el apellido y la cara de los grupos económicos, el mejor accionista del Grupo Clarín y a la vez el mejor alumno de la Embajada de Estados Unidos. Pero hay algo que es peor, y es que cuenta con el apoyo de una parte importante de la sociedad. No sabemos de cuántos realmente. Pero podemos ver a la Sociedad Rural bailando junto al presidente, y sabemos muy bien que esa parte de la sociedad es la que clamó por un golpe de Estado, participó y celebró los crímenes de la dictadura cívico militar.
Ese sector de la sociedad, como Íñigo Errejón afirmó días atrás en el Foro para la Construcción de una Mayoría Popular, es el de una oligarquía reaccionaria: “estamos asistiendo a una rebelión de los privilegiados contra cualquier intento de tener que someterse a reglas democráticas de juego”. Esa insubordinación tiene en Macri la garantía para sostener su estatus de clase. Ya lo decía Perón: el país se divide entre los hombres que trabajan y los que viven de los que trabajan. Sabemos a qué grupo pertenece Macri, y busca mantener el pie de los de su clase sobre nuestras cabezas.
Estos días son de reflexión y análisis, son días para pensar cómo posicionarnos desde la política, desde los gremios, desde las organizaciones sociales, para priorizar la supervivencia de un verdadero sistema democrático. Nos toca estar atentos para que no hagan desaparecer la democracia. El pueblo es el último garante de que eso no suceda.
El poder corporativo, que hoy detenta las herramientas del Estado, ya se armó. Adquirió armamento, entrenó a los gendarmes, militarizó el territorio. No se lucha contra el narcotráfico, no se prepara para invadir otro país, no se prepara para repeler una invasión. Esas balas, esos garrotes, son para reprimir al pueblo trabajador, son para reprimir a los pueblos originarios, son para que dejemos de pensar en la justicia social como la principal bandera de nuestra nación.
Por esto, ante la desaparición de Santiago Maldonado, hay que ganar la calle. Ante el encarcelamiento de Facundo Jones Huala, hay que ganar la calle. Ante la cárcel de los tupaqueros, hay que ganar la calle. Con Milagro Sala presa política, hay que ganar la calle. Ante los despidos y las suspensiones, ante la pérdida de las pensiones, ante la represión, ante la teoría de los demonios, hay que ganar la calle. La calle es nuestra. Diez días atrás colmamos pacíficamente la Plaza de Mayo, exigimos una democracia sin violencia, sin presos políticos, sin represión y sin desaparecidos.
Con vida lo llevaron, con vida lo queremos. Devuelvan a Santiago Maldonado.
* Secretario general de ATE Capital.
Publicado en:
https://www.pagina12.com.ar/62383-la-democracia-en-juego
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