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domingo, 10 de septiembre de 2017

Cuando Longobardi se indigna, nosotros tenemos que pensar más, por Mario Skliar (07-09-17)


Notas sobre la batalla cultural en tiempos de Santiago Maldonado

por Mario Skliar, Antropólogo. 

Esta mañana escuchaba al periodista Marcelo Longobardi, junto  a un triste historiador colonial del cual prefiero olvidar el nombre,   no sólo porque era colonial sino porque estaba colonizado.   Longobardi, como uno de los varios  representantes de la línea de  pensamiento  dominante,  planteaba una serie de ideas sobre las cuales es necesario reflexionar,  si queremos dar realmente la tan nombrada “batalla cultural”. 
Longobardi sacó al aire a Matías Santana.  El peñi Matías Santana  es el nuevo testigo en la causa por la desaparición forzada de Santiago Maldonado.   Siempre hablando  con sarcasmo,  con soberbia,  el periodista estaba indignado por dos cosas:  porque Matías no tenía apellido mapuche y porque estaba demasiado politizado,  demasiado ideologizado.  “Eso está bien para un militante,  pero no está bien para un mapuche”, decía Longobardi.   Le buscaba la vuelta con chicanas sobre su apellido, sobre su supuesta falsa identidad.  Y el peñi le contestaba tranquilo y contundente.   Sangraba sangrado por la herida Longobardi,  estaba cayendo  en la cuenta de que habiendo sido metido preso Facundo Jones Huala, la comunidad mapuche -en particular el Pu Lof Cushamen,  tenía otros cuadros políticos.  La incomodidad de Longobardi es que  los mapuches hacen política.  Los indios pueden pensar,  discutir y proyectar una totalidad social, no solo “su” espacio.  Ahí Longobardi se indigna con el riesgo de una Estado Mapuche en el territorio nacional.  Matías le explica que ellos son parte de un pueblo-nación preexistente.
Me comprometo a obsequiarle a los periodistas como Longobardi, Lanata o Leuco uno de esos manuales de Educación Cívica con los que yo estudié hace 30 años, mucho antes de recibirme de antropólogo y empezar a complejizar estos asuntos. En el capítulo 1 de aquellos manuales escolares,  se explicaba la diferencia entre estado y nación.   Le quiero decir a Longobardi que yo sí quiero un pueblo nación mapuche “adentro” del Estado argentino.   No me preocupan los territorios del pueblo nación mapuche. Me preocupan los pueblo-nación country club o estancia extranjera, donde no tengo acceso a ríos y lagos aunque la constitución me habilite. 
A los territorios mapuche yo puedo entrar si pido permiso a la comunidad, puedo ir a pescar,  puedo ir a pasar el día con mi familia, puedo ir a dar clases a la escuela, puedo ir a dialogar,  a comer tortas fritas.  Al pueblo nación country-estancia no puedo entrar, tienen grandes carteles de propiedad privada y para policiales que los custodian.  
Los temores de señor Longobardi son los temores del sector social que él representa y al que responde.  En las cúpulas del poder hay un profundo sentido de clase, una pertenencia,  una defensa solapada del privilegio,  que se hace en nombre de un “interés común”, del “bien de todos”.  Pero no hay que estudiar mucho para encontrar que el origen de ese poder acumulado (la riqueza,  la tierra) lo han hecho a través del  saqueo y  la colonización.   Que compran las tierras manchadas en sangre, a los precios que los gobiernos les hacen en el OUTLET de la patria. 
El temor de Longobardi es a que las luchas y los reclamos se den  en clave étnica. “Eso es peligroso para país”, lloraba el periodista.  Es el temor a la palabra de los pibes como Matías Santana, a que ellos  empiezan a ser la voz cantante y denunciante de la desigualdad social estructural con raíces históricas. Y que ese lenguaje no sea el de la política adaptada, occidentalizada.  
Pensaba cuando a principio de año la policía bonaerense, supuestamente persiguiendo un ladrón  de baja monta en un barrio del sur del conurbano bonaerense, ingresó a un comedor popular y luchó contra la inseguridad tirando gases y balas de goma a niños y cocineras.  La imagen de la olla de polenta mezclada con gas pimienta colorido me quedó grabada como una pintura de Dalí.
¿Qué hubiera pasado si la policía en lugar de haber ingresado a un comedor popular barrial hubiera ingresado un jardín de infantes privado de Barrio Norte? ¿Cuánto hubiera durado la ministra de seguridad o el jefe de policía?  ¿Qué habría dicho Longobardi?  
Si los detenidos en la razzia después de la última marcha por la aparición con vida de Santiago Maldonado no hubieran sido periodistas de medios populares/alternativos sino de La Nación o  Clarín,  ¿cómo titularían  esos diarios?  
Pero eso no puede pasar en este orden social, porque la indignación de Longobardi es una indignación de clase.  Mide con distinta vara.  Y no porque sea moralmente repudiable (que lo es), sino porque sus temores e indignaciones forman parte de una estrategia de poder a la que el enorme Antonio Gramsci llamó, hace varios años, construcción de “hegemonía”.   
La Alianza Cambiemos  hace el máximo esfuerzo en pos de la hegemonía, pues ha sabido interpretar que  para mantenerse, reproducirse y  crecer debe poder llevar adelante ese aspecto gramsciano que tiene mucho de simbólico:  hacer pasar su interés de clase como   el interés común,  su bienestar como el bienestar de todos.   Entonces, apunta los cañones y arremete en la batalla cultural.  Longobardi es uno de sus cañones.  Una chica joven no politizada pero solidaria y buena persona, me dijo ayer: “yo lo de Maldonado no lo apoyo porque es familiar de los Kirchner y aparte porque me tienen cansada en el Facebook con Maldonado”.   Clarísimo. 

Es clave Longobardi y esos otros.  Los periodistas con mayúscula que nos vienen a dar cátedra de indignación ante las luchas étnicas,  ante estos pibes como Santiago Maldonado.  Pibes que son solidarios pero no caritativos,  que pelean con los mapuches y no son mapuches, que ocupan tierras con los pobres y no son pobres,  que cortan rutas con los hambreados y no tienen hambre.  Esos pibes entienden que más allá de sus necesidades individuales, no son Santiago solamente, individualmente,  sino que son un sujeto colectivo.  Y se la juegan.  
Los dominantes de la Argentina tienen los mismos apellidos.  Se llaman Bullrich, que ayer repartió las tierras de la Patagonia como un servicio inmobiliario posterior al genocidio de la  infame “campaña del desierto”  y hoy encubre una desaparición  forzada o reivindica un pibe preso cada día.  Bullrich bisnietos de Bullrich.   Que clara es la historia a veces. 

Entonces,  Longobardi se preocupa, se inquieta y su inquietud nos la quiere contagiar,  nos quiere hacer creer que su inquietud es la de todos. Que el pueblo nación mapuche es un peligro para todos,  porque reclama sus tierras y encima quiere que sean  productivas y suficiente para vivir. 
¿Longobardi es el  interés común? ¿Es lo que dice Longobardi lo que nos tiene que preocupar a todos los argentinos? Para hacerlo más creíble, lleva a ese triste historiador colonizado. Y ambos funcionan como gendarmes que custodian la frontera de las ideas y  la verdad oficial, para que nadie cruce.   Están tan indignados con pibes como Matías Santana,  con pibes como Facundo Jones Huala; pibes  que se criaron en los monoblocks de Bariloche,  en los márgenes excluidos de las ciudades y que desde ahí forjaron de a poco (y lo siguen haciendo) una nueva conciencia mapuche.  Esa conciencia se expresa en un discurso que preocupa a Longobardi, por eso se apura a colocare la etiqueta de terrorista.  Esa palabra es  una Verdad que está en construcción y que está hondamente reñida con la imagen del indio bueno, ese que  seguimos viendo en los actos escolares, sonriente, bailando exóticamente alrededor de un fogón. 
Matías Santana y esos jóvenes nacieron  en las ciudades y volvieron  a las tierras propias y ancestrales a recuperar.  Y ahí estaba el capital,  estaba la estancia de Benetton o Lewis.  Esos mapuches politizados qué tanto le preocupan a Longobardi fueron forjando una nueva versión,  dinámica y combativa,  del pensamiento y el hacer mapuche.  Esa conciencia está  preñada en algún punto de otras luchas históricas,  porque esa  generación de pibes mapuches son los que se criaron en la urbe, los que vieron y vivieron   las luchas por trabajo con los desocupados, los que cantaron y pintaron en el  movimiento cultural anarquista y punk latinoamericano. Tienen un pensamiento orgullosamente politizado,  que a su vez se rebela contra el exotismo,  contra la esencialización, contra  la domesticación.  Un pensamiento que se anima a poner el cuerpo en  proyectar una sociedad toda.  Porque no es potestad sólo de la clase dominante y su intelectualidad poder pensar el todo social.  Mientras que ellos lo hacen en clave de gobierno, de gubernamentalidad, Matías Santana y los mapuches politizados conciben las cosas en clave de comunidad. 
Creo que una sociedad menos gobernada y más comunitaria,  terminaría con los privilegios de Longobardi,  terminaría con la autoridad autoritaria de Bullrich.  Un mundo pensado en clave comunitaria  sería, no lo dudo,  un mundo con Santiago Maldonado aparecido.    
Nos queda por delante luchar contra Longobardi, pero no contra la gente que le cree y lo escucha y lo compra.  Nos queda seguir luchando para que Santiago Maldonado no desaparezca del territorio de la conciencia, del territorio de la memoria, de las arenas del presente.  

7 de septiembre  de 2017

RECIBIDO POR WHATTSAPP POR EL EDITOR DE MIRANDO HACIA ADENTRO

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