Arriba: La más famosa de las cuasi-monedas argentinas del 2001: los PATACONES de la Provincia de Buenos Aires.
Para muchos economistas heterodoxos el manejo solvente de la ciencia tiene dos patas, la teoría de la demanda efectiva y las cuentas nacionales. Para el caso particular de las economías del capitalismo periférico, es decir; todas aquellas que no pertenecen al núcleo de las “desarrolladas”, como la argentina, un componente esencial de las cuentas nacionales es el Balance de Pagos, aunque stricto sensu serían cuentas internacionales, la mejor herramienta para predecir el ciclo económico y, detalle central, los verdaderos grados de libertad de la política económica.
Sucede que la disponibilidad o no de divisas –de dólares– es la restricción real de la economía. Los Estados son soberanos porque tienen la potestad de movilizar recursos. La capacidad para esta movilización de recursos, digamos de factores productivos como el capital y el trabajo, se la brinda el gasto. El gasto se realiza en la moneda que el Estado emite, moneda que es aceptada por la población por una razón peculiar, porque es la que el mismo Estado utiliza para cobrar impuestos. Dos conclusiones muy bellas: 1) cuando el Estado cobra impuestos genera demanda para la moneda que emite; 2) cuando el Estado gasta inyecta liquidez: el déficit público es superávit privado.
Un magnífico ejemplo para graficar este proceso desde la “antropología monetaria” son las “cuasi-monedas” emitidas por algunas provincias en las postrimerías de la convertibilidad, las que fueron aceptadas porque servían para el cobro de impuestos y, magia y horror, evitaron una recesión todavía más pronunciada. Bien pensado, las cuasi-monedas no son una mala idea para las provincias que hoy son apretadas por el torniquete recesivo del gobierno central. No solamente no son mala idea, sino una opción superior a endeudarse en dólares. Pero no derivemos hacia el cuasi-monetarismo subversivo. El gobierno puede movilizar recursos expandiendo la demanda con recursos propios pero no puede comprar al extranjero más de lo que le vende. He aquí el quid de la cuestión. Si esto sucede o bien no puede importar más y la economía se frena –porque buena parte de lo que compra son insumos de los procesos productivos– o bien debe pedir dólares prestados. Estos dólares deberían destinarse a actividades que generen o ahorren dólares en el futuro, puesto que se supone en algún momento deberán comenzar a devolverse incrementados por los intereses. Parece lo más lógico pero casi nunca sucede. A veces la economía es muy rara.
Esta semana se conocieron los datos del Balance de Pagos. Allí el lector puede apreciar lo que acaba de decirse. Observar, por ejemplo, si todo lo que se exporta alcanza para comprar todo lo que se importa. Si no es así, aparecerá un déficit en la Cuenta Corriente, la temible CuCo. Los números conocidos esta semana indican que en 2016 el déficit de la CuCo sumó unos 15 mil millones de dólares. Pero no olvidemos que el Balance de Pagos siempre se encuentra, por definición, en equilibrio. La contrapartida de la CuCo son las cuentas capital y financiera, por las que entraron unos 29.000 millones, permitiendo acumular reservas por casi 14.000, millón más millón menos.
Los números no parecen ofrecer mayor complejidad. Lo notable es que tanto el gobierno como el grueso de los economistas, incluidos muchos que sostienen no comulgar con el mainstream, dicen que el sector público toma deuda en dólares no para cerrar la brecha externa, el déficit de la CuCo, sino también para cerrar la brecha interna, el déficit fiscal. Otra vez, suena raro. Los gastos corrientes del Estado son todos en pesos, ¿para qué se necesitan dólares? Nótese que la cuestión es conceptual. No hacen falta dólares para pagarles a los maestros, a las fuerzas de seguridad o para el 100 por ciento de las erogaciones corrientes. Sin embargo, a pesar de que el déficit fiscal vuela, se sostiene que volaría mucho más sin los divisas. Gracias a estos dólares se supone que es posible el “gradualismo”, el principal justificativo del presente para el endeudamiento externo. Todo parece muy claro: al Tesoro no le alcanza el dinero para pagar sus gastos entonces pide un préstamo en dólares. Luego, a cambio de estos dólares el Banco Central le entrega pesos al tipo de cambio vigente. “Es lo que es”, nos explican los advertidos. Es lo que efectivamente el gobierno hace, agregan quienes son capaces de describir fielmente la realidad. Claro que entre tanto realismo falta un detalle. No hay ninguna necesidad de hacerlo de esa manera. No hay vigente ninguna ley de convertibilidad. No hay ninguna necesidad de tomar deudas en divisas para financiar gastos en pesos. Se trata de una ficción instrumental. Aun respetando esquemas contables, es decir prescindiendo de la potestad del Estado de movilizar recursos, se podría emitir deuda en pesos, por ejemplo contra otras instituciones del sector público, incluido el mismísimo Banco Central, que pertenece al mismo gobierno o a la Anses, o el Banco Nación, cosas que dicho sea de paso también se hacen. La razón para proceder de esta manera es simplemente porque ningún Estado puede caer en cesación de pagos en su propia moneda. Un ortodoxo argumentará enseguida que estas vías generan mayor inflación e inestabilidad macroeconómica, como si el endeudamiento en pesos de 2016 no hubiese sido igualmente gigantesco y, siempre dentro de la lógica de la economía vulgar, como si no se “emitiesen” pesos de todas maneras. Si bien se trata de otra discusión, es bien claro que en 2016, con un superávit de la cuenta financiera cercano a los 29.000 millones de dólares, la inflación no se contuvo. Si, en cambio, se revaluó la moneda, se financió la fuga de capitales y se redujeron los grados de libertad futuros de la economía vía el acelerado endeudamiento externo. Endeudamiento innecesario en tanto no se destinó a financiar el desarrollo, es decir, a alejar las amenazas de la CuCo.
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