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miércoles, 26 de abril de 2017

UNIDOS POR EL ESPANTO, por Adrián Corbella (para "Mirando hacia adentro")





Las políticas del macrismo han tenido la virtud de galvanizar a sectores políticos y sociales que jamás hubieran imaginado estar juntos. Es muy fácil citar ejemplos de éste fenómeno.

El paro de la CGT de principios de abril fue apoyado no sólo por las dos CTA sino por algunas federaciones patronales de empresarios de PYMES.

Los sindicatos docentes, los cinco nacionales, los seis de la Provincia de Buenos Aires, los diecisiete de CABA, y muchos del Interior del país, que rara vez marcharon juntos por las profundas diferencias ideológicas que los separan, llevan meses tomados de la mano muy acaramelados, como si fueran novios adolescentes.

De la misma manera, los mil y uno peronismos tienden a confluir, a juntarse, a asociarse, a hablar de la necesidad de una unidad que se refleja en acercamientos hasta hace poco impensados, como los de Alberto Fernández y Alberto Rodríguez Saa con Cristina Fernández de Kirchner.

Estos movimientos se entienden con claridad frente a un gobierno que habla del futuro y de la política del siglo XXI, pero que parece estar anclado ideológicamente en la Argentina del siglo XIX; que habla de diálogo a la vez que repite con dogmatismo “no se puede hacer otra cosa”; que amenaza valores y principios defendidos tradicionalmente no sólo por la izquierda, el progresismo y el peronismo sino incluso por el radicalismo (fuerza que institucionalmente es parte de la alianza dominante).

Quizás el mejor ejemplo de esto sea la cerrada y masiva reacción ante hechos como el ingreso de la policía a la Universidad Nacional de Jujuy, o frente a las modificaciones en la conducción del INCAA.

A sectores tan dispares como éstos no los une el amor… los une el espanto. Esta unidad no se dio en los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri.

A comienzos de 2016 el peronismo mostró signos de dispersión. Diego Bossio formó el Bloque Justicialista con casi veinte diputados. El Movimiento Evita se separó del FpV. Los intendentes peronistas del Conurbano formaron dos grupos distintos (Fénix y Esmeralda) mientras otros permanecían como líberos. El bloque de Senadores del PJ-FpV no se partió pero en él coexisten legisladores opositores con otros paraoficialistas (como Miguel Pichetto). Hubo figuras, como Florencio Randazzo, que se llamaron a silencio, y otros que coqueatearon con unos y otros.

Esta tendencia a la fragmentación del peronismo, que se agravaba por la presencia de una parte del justicialismo bonaerense dentro del Frente Renovador (1), da desde hace meses señales de revertirse. Una de las causas de este cambio es el espanto creciente ante el deterioro de la situación socio-económica. También ayudó a unificar actitudes el crecimiento de Cristina Fernández en las encuestas, lo que la transforma en un jugador central (para algunos “inevitable”) del armado bonaerense.

Hoy en el peronismo bonaerense se perfilan dos sectores, uno más cercano a Cristina y otro más alejado. Ambos se declaran opositores y hablan de la necesidad de mantenerse unidos de cara a las elecciones de octubre. Ambos sectores reconocen que de jugar CFK como candidata una interna no tiene demasiado sentido.

Obviamente tienen sus diferencias. Mientras el primer sector, donde se destacan las figuras de Daniel Scioli, Verónica Magario, Martín Insaurralde y Fernando Espinoza, parecen preferir una lista de unidad consensuada, en el segundo sector, que se nuclea en torno a Florencio Randazzo, Julián Domínguez, el Movimiento Evita y varios intendentes del Grupo Esmeralda, parecen preferir definir en las PASO.

Definir las candidaturas en las PASO tiene ventajas y desventajas. La ventaja es evidentemente que da legitimidad democrática a los candidatos. Las desventajas se ven claramente en la experiencia de las PASO de 2015, suspendidas por la creciente violencia verbal entre los candidatos presidenciales (Randazzo y Scioli), y donde hubo operaciones de “fuego amigo” (Aníbal Fernández dixit), que incidieron negativamente, quizás en forma decisiva, sobre el resultado final adverso.

Probablemente una manera elegante de sortear esta dificultad sería ir a una PASO, pero estableciendo que la lista ganadora se queda con dos tercios de los cargos electivos y la perdedora con el tercio restante. Este sistema comprometería a ambas listas a trabajar juntas, cualquiera sea el resultado, en las elecciones nacionales.

La otra gran duda es el rol que asumiría Cristina, quien es indudablemente el candidato que mejor mide en la Provincia, pero tiene a la vez un alto porcentaje que no la quiere tanto dentro como fuera del peronismo.

Otro factor a tener en cuenta es que la estrategia del oficialismo parece ser plebiscitar no a Macri sino a Cristina, aglutinando en torno a “Cambiemos” a sectores que no están conformes con las políticas del gobierno pero que rechazan con más virulencia aún al gobierno anterior. Por eso algunos especulan que la presencia física de Cristina como candidata pueda favorecer esa estrategia del oficialismo.

¿Cuál será entonces el rol de Cristina en ese “equipo” opositor? ¿Líder espiritual, armador político o candidato estrella?... ¿Será el “9” goleador que defina el partido en el área chica o el DT del equipo, que hace indicaciones desde el banco?

Seguramente hoy ni Cristina sabe con certeza cuál será su rol, pero tiene claro seguramente que día a día, mientras ella analiza que es lo más conveniente, el espanto fortalece los lazos entre quienes hasta hace poco “ni se saludaban”.





Adrián Corbella

26 de abril de 2017





NOTA:

(1): Pensemos que en las PASO 2015 hubo tres candidatos a gobernador peronistas que sacaron un 20% de los votos cada uno (Aníbal, Dominguez y Solá) y fue justamente esta división lo que le permitió a Vidal ganar con menos del 40% de los votos.

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