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sábado, 18 de febrero de 2017

La guerra la hará Trump, y será contra los pueblos, por Juan Chaneton (para "Mirando hacia adentro" del 18-02-17)


(Respuesta a Thierry Meyssan)

Juan Chaneton
9/2/2017
Calumniada y vituperada como pocas, la Red Voltaire que fundó y dirige el muy calificado periodista Thierry Meyssan, ha venido, a lo largo de los últimos años, sentando plaza de tribuna antiimperialista, popular, democrática y de denuncia de las políticas guerreristas de la alianza atlántica liderada por los Estados Unidos.
He sido colaborador  impensado e involuntario, en una ocasión, de esta publicación, y he coincidido muchas veces con su línea editorial así como disentido otras, pero hoy es preciso debatir con más profundidad las posiciones que ha asumido Meyssan respecto del “fenómeno Trump” al que, sin ambages, considera el emergente de un período progresista en Estados Unidos y no el síntoma de una crisis en la cual el nuevo presidente es parte del problema y no de la solución. No estoy diciendo que Meyssan no repare en que esa crisis existe; estoy diciendo que, en esa crisis, él ve a Trump como un activo en favor del pueblo estadounidense y nosotros opinamos que el nuevo presidente es un enemigo de ese pueblo y de todos los pueblos del mundo porque es la continuación de las viejas políticas por otros medios.
Estas posiciones de la Red Voltaire expuestas por la ágil pluma de su director-fundador vienen ocupando espacio en la publicación on line desde hace ya varios meses, pero es su última nota (“Contra Donald Trump, la propaganda de guerra”),  fechada el 7/2/2017, el objeto de las reflexiones que siguen, ya que es allí donde el autor expone su posición con mayor claridad y abundamiento y que  -así lo creo-  es necesario debatir.
Empezamos por aquellos temas a los que la dictadura mediática (la prensa “atlantista” en la terminología de Meyssan) ha dado mayor difusión en una maniobra de diversionismo ideológico demasiado evidente para el ojo, siempre avizor, del especialista: las migraciones masivas o “bomba migratoria” en los términos de los documentos de la era Bush que componían aquel célebre “Proyecto para un nuevo siglo americano” (de los “neocons” Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz y otros) y que hoy luce  un tanto obsoleto, como obsoletos son los que se basan en él para un hoy que poco va teniendo que ver con el ayer, y Trump iría, como la mujer de Lot, en camino de convertirse en sal de puro mirar hacia atrás (Gén., 19-26).
La construcción del muro es una medida que nada tiene de xenófoba, nos dice Thierry Meyssan. Su primer argumento: semejante construcción tiene origen en la Secure Fence Act firmada por George W. Bush quien, de ese modo, dio el puntapié inicial para esa “forma de separación física entre los territorios de Estados Unidos y México”. Además  -sigue diciendo Meyssan-  “…el presidente demócrata Barack Obama prosiguió su construcción… con el respaldo del gobierno de México”.
Lo anterior, lo único que prueba, es que, en caso de que las cosas sean como las expone Meyssan, los tres presidentes estadounidenses han patrocinado y patrocinan políticas migratorias y de vinculación con su vecindad continental divorciadas de la moral y de los derechos humanos a fuer de racistas y xenófobas. Que dos gobiernos burgueses se pongan de acuerdo en cómo tratar a sus respectivos pueblos para los cuales no tienen más propuestas que la discriminación y la represión, no legitima tales propuestas. Por lo demás, los datos a mano consignan que la política migratoria de Obama tenía su pivote en el cupo de admisión; y que tal cupo, en el  último año de su mandato, fue de 117 mil extranjeros autorizados a ingresar a los EE.UU. No son iguales, entonces, las políticas de Trump y de Obama en este punto, al contrario de lo que sugiere Meyssan.
En este orden de ideas, agregamos que un muro no es “una forma de separación física”  o  “…un dispositivo tendiente a reforzar una frontera”. Esos son  eufemismos fraudulentos que usa Meyssan contra toda ética, enervando el sentido común y en pos de maquillar los rasgos repugnantes que siempre exhibe la máscara racista. Si los sirios y los afganos, por caso, huyen de la guerra que desatan los Estados Unidos y pretenden ponerse a salvo en Europa, ¿cuál es la diferencia con los mexicanos que buscan vivir en Estados Unidos otra vida posible ante el hambre y la miseria que el mismo Meyssan reconoce que existe en el país azteca? Abrogarles de hecho ese propósito a los migrantes es la confesión de un fracaso tanto como  la emergencia de un síntoma perverso: fracasan las políticas públicas a ambos lados del Río Bravo y sobre esa primera condición desesperante que ambos Estados infligen al pueblo mexicano (el hambre), descargan otra consistente en el impulso sádico y perverso de patearles la olla de comida para que no puedan servirse de ella. Sólo falta la ominosa carcajada  celebrando, como fondo y escenografía, la humillante felonía.
Porque, preciso es explicarlo, la miseria popular en un país riquísimo como México, es imputable por entero a ambas clases dirigentes de estos vecinos en aparente discordia. Si es la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia lo que lleva a las empresas estadounidenses a radicarse en México   (y Meyssan sugiere que esto es así), ello significa que invirtiendo menos en capital variable (salarios), las transnacionales tratan de evitar la caída de dicha tasa de ganancia. Y esto de invertir menos en capital variable es pagar menos salarios, es decir, salarios miserables, lo que sólo pueden hacer localizando sus plantas fabriles en México.
Ya sea que se trasladen a México empleos de baja o de alta calificación, lo cierto es que allí, en la planta fabril “relocalizada”, la Ford o quien sea, va a pagar salarios más bajos que en EE.UU., y ello porque las variables macro así lo determinan y porque la estructura social estadounidense contempla empleo en blanco, salario mínimo, condiciones de trabajo y cobertura social, todo lo cual no existe en México o existe de modo más precario. Es esto lo que determina que las empresas extranjeras en México puedan pagar menores salarios (gastar menos capital variable), y NO LO QUE DICE MEYSSAN. ¿Y qué dice éste? Dice que, debido al NAFTA,  aparecieron por México empresas que “localizaron” allí emprendimientos con bajos salarios o con altos salarios  pero, en todos los casos, más bajos que en EE.UU., lo cual produjo un éxodo del campo a la ciudad, lo que “ha desestructurado a la sociedad mexicana” y entonces “…las transnacionales redujeron los salarios sumiendo así en la pobreza a una parte de la población mexicana que ahora sólo sueña con obtener salarios decentes… en Estados Unidos”.
Y no es lo mismo decir que la Ford (por caso) puede pagar poco en México porque el éxodo rural aumentó la demanda de trabajo en las ciudades presionando los salarios a la baja, que decir que esos bajos salarios son posibles porque la legislación mexicana y la estructura sociolaboral del país lo permiten. La diferencia es ésta: en el primer caso, con irse del NAFTA, los Estados Unidos están favoreciendo a los trabajadores mexicanos (porque junto con el NAFTA desaparece la Ford); mientras que, en el segundo, con o sin NAFTA el proletariado mexicano paga los platos rotos. La primera es la posición de Meyssan; la segunda es la nuestra.
En síntesis, Meyssan dice que la decisión de Trump de renegociar el NAFTA es beneficiosa para todos y ello lo dice en el marco de una defensa irrestricta  de las políticas del nuevo presidente estadounidense, cuyo carácter ahistórico o contrahistórico parece evidente y ha sido esbozado en el artículo citado en la nota al pie numerada 1 (uno).
Meyssan culmina el apartado 2 de su nota diciendo que “Al anunciar Donald Trump su intención de sacar a Estados Unidos del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte o NAFTA) las cosas deberían volver a la normalidad en los próximos años lo cual podría satisfacer simultáneamente  a los trabajadores mexicanos y a los estadounidenses”.
Por lo dicho antes, no se ve cómo podrían beneficiarse los trabajadores mexicanos al irse los EE.UU. del NAFTA. Si las empresas estadounidenses abandonan México, esto significará desempleo para los mexicanos; si se quedan, esto significará salarios bajos para los mexicanos. En ambos casos, la dinámica migratoria se verá alentada como corriente de ida hacia los Estados Unidos. El muro comenzará a funcionar más como paredón de fusilamiento que como dique de contención. Meyssan agrega que a México semejante obra inmobiliaria le servirá para que no ingresen armas provenientes de los EE.UU. Pero ello implica ignorar las causas más profundas de aquel tráfico hacia América Latina, vinculadas a estrategias de contrainsurgencia preventiva en el marco de las cuales la inoculación del veneno de la droga y la búsqueda de  “Estados fallidos” desgarrados por la violencia y la ingobernabilidad constituyen las premisas del sometimiento de toda la región a la dominación geopolítica estadounidense en el marco de su enfrentamiento geoestratégico con Rusia y China (América Latina, reservorio de retaguardia de  biodiversidad y alimentos).
Resta considerar la viabilidad macro de las políticas de Trump orientadas, presuntamente,  a crear empleo genuino dentro de los EE.UU. Para ello, y como ya lo dijimos, obliga a la Ford a intentar the unattainable (lo inalcanzable), esto es, reponer a Detroit en aquel lugar que supo ocupar durante los dorados años ’60 y ’70 del siglo pasado como meca de la industria automotriz estadounidense. Esto es un sueño imposible, una utopía antihistórica, pues pretende volver atrás una dinámica capitalista que, ontológicamente y por inercia, tiende a ir hacia adelante. Ford podrá radicarse de nuevo en Detroit o en Michigan y allí dará trabajo a miles de obreros estadounidenses por unos años y antes de irse a la quiebra. Pues no otra cosa le espera a una empresa que no puede contrarrestar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia echando mano al expediente de pagar menos salarios como sí lo podía hacer en México y como sí lo seguirá haciendo su competencia, llámese Volvo, Mercedes Benz, Saab Scania (Audi), Rolls Royce o Fiat.
Hay razones que exhibe Meyssan en favor de Trump que podrán ser (y en algunos casos lo son, sin duda) ciertas e indiscutibles. Pero el problema es que son irrelevantes; por lo menos para fundar sobre esa base un juicio positivo sobre Trump y su programa de gobierno. Y se trata de una irrelevancia que viene acompañada por una buena dosis de ingenuidad. Veamos.
Dice Meyssan que está bien poner a Siria en la lista de países cuyos ciudadanos no pueden ingresar a los EE.UU.; y ello porque en Siria no hay embajada ni consulado estadounidense lo que torna imposible para los EE.UU. controlar si los sirios que quieren entrar son terroristas o no lo son. O las cosas son así  -decimos nosotros- o Trump mantiene a Siria como Estado potencialmente terrorista porque ha decidido continuar con la política de derrumbar países en toda esa región (caos inducido) para, sobre sus escombros, allanarle el camino al sionismo en orden a  crear, sobre esas ruinas, el “Gran Israel”, despojando a los palestinos de sus derechos históricos y asentando allí a la OTAN en una maniobra envolvente dirigida, en el plazo medio, contra Irán y  en el largo plazo contra China y Rusia. De las dos opciones, nos parece más probable la segunda que acabamos de esbozar,  al contrario de lo que piensa Meyssan.
Y ello sin facturarle al director de Red Voltaire que, en esa lista, hay países donde EE.UU. sí tiene embajadas (Yemen, por ejemplo, donde EE.UU. acaba de evacuar a 75 personas de su representación diplomática), de modo que su argumento se cae solo en ese punto.  Por lo demás, al “desk” de Migraciones, en cualquier aeropuerto de Estados Unidos le basta con cliquear el nombre del pretendido inmigrante para que  las “compus” del susodicho aeropuerto (que trabajan en red con las de la NSA, la CIA y el FBI) le tiren al toque el dato de quién es, qué hace, qué hizo, qué quiere y qué grupo sanguíneo tiene aquel “árabe” que acaba de bajar del avión.  Y en segundo lugar, que si no  hay embajadas ni consulados estadounidenses en ciertas zonas del planeta, ello se debe a que esos países han sido destruidos por las guerras que los propios EE.UU. han iniciado, financiado  y mantenido hasta hoy.  Meyssan debe decir esto. Trump estaría matando dos veces a esos pueblos: la primera porque no se hace cargo de que EE.UU. destruyó a esos países; la segunda porque no les permite huir de esa destrucción. La política  -decía Fidel Castro-  nunca debe estar divorciada de la moral. Pero Meyssan cita poco a Fidel Castro. Habría que preguntarle qué piensa de la epopeya cubana de resistencia al imperialismo durante más de medio siglo.
Para completar su forzada y voluntarista argumentación, Meyssan declara que Trump, consciente de que podrían presentarse gran cantidad de casos ameritando un tratamiento por separado, dejó esta labor en manos de funcionarios del Departamento de Estado, pero como allí no lo quieren a Trump procedieron a aplicar sus instrucciones de modo brutal. Es decir, le echa la culpa a otros y enseguida agrega que  “…eso no convierte al nuevo presidente en racista  o islamófobo” (sic). Parece poco serio argumentar de ese modo.
Sostiene Meyssan que hay una campaña “atlantista” contra Trump; que ésta es injustificada y que “…hablar públicamente de su destitución  -incluso de su asesinato-  va más allá de la mala fe, es propaganda de guerra”. Seguidamente nos advierte acerca de las razones que dispararían tanta virulencia antitrumpeana: en Washington se ha comenzado a librar una guerra a muerte entre dos sistemas, sin mayores precisiones sobre cuáles serían estos sistemas. Podría  presumirse  -aunque Meyssan no lo dice así-  que se trata de una contradicción no antagónica en el bloque burgués:  el vinculado a la concentración financiera y al negocio de la guerra en tensión con aquel cuyos intereses  y anclaje social se halla la “economía real”. Pero el caso es que está en duda que Trump sea un enemigo de Wall Street y un partidario de la economía de producción.
El periodista se mete un poco en este tema pero lo hace superficialmente. Menciona las normativas clave en el punto, a saber, la ley Glass Steagall y la ley Dodds Frank. Pero no dice lo que hay que decir sobre estos instrumentos. Lo expresamos nosotros ya en nota citada: “Con las fuerzas productivas del capitalismo global estancadas, la financiarización de la economía barre con todo lo que no es su realidad o su verdad. El clímax de esta carrera desenfrenada hacia la especulación y los derivados fue la derogación, en 1999,  de un instrumento inventado por los asesores de Franklin Roosevelt en 1933: la ley Glass Steagall. Ésta fue un instrumento anticrisis y separaba la banca de fomento tradicional (la que le sirve al ciudadano de a pie) de la banca de inversión, ya que esta última es la que permite las grandes transacciones financieras, de modo que si quebraba un banco de inversión el resto del sistema financiero (pymes y trabajadores) no sufría las consecuencias. Esta división era intolerable desde el punto de vista del funcionamiento de la economía. Unificar todo el circulante mundial en una sola cabeza era un imperativo si lo que se quería era dar un nuevo curso de salida a la crisis. Fue lo que se hizo en 1999: se derogó la ley Glass Steagall y florecieron los monopolios financieros (como el Citigroup, por ejemplo); y ahora Trump ha dicho que la va a reponer, pero reponerla significaría imponer al capital financiero una exacción que éste no permitió ni siquiera bajo la forma de la tasa Tobin, un verdadero “impuestito” de beneficencia comparado con la mentada norma de 1933...
“Restaurar esa norma  -como ha prometido y todavía no ha hecho Trump-   sería  ir contra la lógica y la dinámica del capital financiero y, por ello, o constituye un eslogan de campaña que pronto será olvidado o resultará en una anacrónica ofuscación de un presidente que no ha calibrado bien todo el potencial de las fuerzas que mueven al mundo capitalista en esta etapa  de su desarrollo, signada por las crisis recurrentes, al modo como, en su circunstancia, se equivocó John Kennedy cuando optó por alguna forma de pacifismo y por la negociación y el consenso como herramientas para lidiar en los asuntos de política internacional”.  Eso decíamos  nosotros el 17 de noviembre de 2017.
Pero no sólo no ha repuesto la vigencia de la mentada normativa sino que ha abierto el camino para que el Congreso derogue la ley Dodds Frank, promulgada por Obama en 2010, que imponía regulaciones a las transacciones financieras y que era rechazada fuertemente por los bancos.  También ha revocado normativa del ministerio de Trabajo que exige a los operadores financieros demostrar que están operando en beneficio de sus clientes y no especulando riesgosamente en el mercado de valores en perjuicio de aquéllos. También esta medida le era reclamada a Trump por los bancos. Meyssan no toma nota de ello.  Y, decimos nosotros,   “… si así fueran las cosas, estaríamos, también en este asunto, frente a un «poder real» que, nuevamente,  habría sabido jugar bien sus cartas en la coyuntura electoral, apareciendo como apostador a una de las opciones (Hillary) cuando, en realidad, las dos eran propias”. 
Si lo que hasta aquí llevamos dicho no fuera suficiente para abstenerse de jugar a fondo en favor de la “buena nueva” de que el imperio está gobernado ahora por un cruzado de las causas populares, lo demás que aporta Meyssan en ese sentido luce, francamente y en el mejor de los casos, ingenuo o, por lo menos, poco relevante. Por caso  -dice el periodista-  Trump nunca se creyó la mentira que acuñó el establishment acerca del atentado del 11-S y así lo hizo saber… durante la campaña electoral, no antes, decimos nosotros. Salvo que los medios hayan silenciado declaraciones anteriores suyas en ese sentido.  Además  -agrega Meyssan-,   en el discurso durante la ceremonia de asunción dijo que tal ceremonia no era  “…un simple traspaso del poder entre dos administraciones sino una restitución del poder al Pueblo estadounidense despojado de ese poder [hace 16 años]”.
Nos parece que está a la vista que, al cuestionar la versión oficial sobre el atentado a las torres gemelas, Trump se está haciendo eco de una sospecha generalizada en la opinión pública mundial e, incluso, estadounidense, pero cuando no se señalan responsables ni se aporta prueba alguna, tal afirmación no reviste más valor que el de una chicana de campaña expresada por un outsider poco ducho en los códigos de la política. Trump no habló nunca más del tema y es más que dudoso que ahora que cuenta con el poder que le da el ser la cabeza del Ejecutivo en los EE.UU., vaya a iniciar investigación alguna para enviar a la CIA y al Consejo de Seguridad Nacional, en pleno, a la silla eléctrica. Sencillamente, en ese tema, lo han hecho callar la boca y él ha aceptado callarse la boca.
En cuanto al discurso en la ceremonia de asunción, ello no pasa, francamente, del estatus de saludo a la bandera, de modo que no se entiende por qué Meyssan le da tanta importancia a dichos pour la galerie del tipo “vengo a darle el poder al pueblo” que es, poco más o menos, lo que dijo Trump y lo que recita en campaña cualquier candidato de cualquier república bananera.
Y a tanto llega el fervor pro “magnate” que leemos, en la nota de Red Voltaire, tiradas ciertamente incomprensibles. Por caso, “Ese viraje político de 180 grados da al traste con un sistema instaurado durante los últimos 16 años y que se originó en la guerra fría, la opción que Estados Unidos adoptó en 1947. Ese sistema ha gangrenado (dest. ntro.) numerosas instituciones internacionales como la OTAN (con Jens Stoltenberg y el general estadounidense Curtis Scaparrotti), la Unión Europea (con Federica Mogherini) e incluso la ONU (con el embajador estadounidense Jeffrey Feltman)”.
Meyssan insiste aquí con la idea de que Trump significa un giro copernicano en la política exterior del imperio, cuando lo que  tal vez esté ocurriendo es que han cambiado ciertos modales y estilos (ni siquiera los medios) para mantener los fines de siempre: reciclar, a nivel global, el rol de EE.UU. como potencia hegemónica, algo que, por supuesto, no está ni remotamente dicho que sea un objetivo asequible para la nueva administración estadounidense que encabeza Donald Trump.
Pero hay, en el párrafo recién citado, una afirmación más sorprendente aún. Según Meyssan el sistema instaurado en los últimos 16 años “ha gangrenado” numerosas instituciones internacionales como… la OTAN. Él usa ese verbo en pasado (gangréné). No queda más que traducirlo como “gangrenado”, y así se lo ha hecho en la versión en español de Red Voltaire. Pero gangrenar, en español, es  -en este caso por analogía-  podrir, o corromper, o descomponer. Pero nosotros creemos que la OTAN no se ha corrompido en los últimos 16 años por obra de un sistema perverso que ha producido tal corrupción. La OTAN nació corrompida porque nació  para reprimir a pueblos y naciones que pretendieran plantarse en el escenario internacional como sujetos soberanos. La OTAN es un club guerrerista. La OTAN nació en la posguerra como amenaza a la entonces URSS. La OTAN alberga en su seno una mafia clandestina y criminal llamada Gladio, que es un ejército secreto que asesina dirigentes y desestabiliza gobiernos. No se entiende el aparente lamento de Meyssan por la “gangrena” que afecta a la OTAN por obra de un “sistema” personificado en  (él lo dice) el noruego Jens Stoltenberg y el general estadounidense Curtis Scaparrotti. ¿Con otros sujetos a su frente la OTAN no se habría corrompido? ¿Eso es lo que dice o quiere decir Meyssan? Ese “sistema” que rige el mundo desde hace 16 años, ¿ha echado a perder (gangrenado) a un organismo (la OTAN) que era sano y bueno? ¿Es eso lo que está diciendo Meyssan?
Celebra luego el director de Red Voltaire el nombramiento de los militares Flynn, Mattis y Kelly, a los que atribuye una difusa ideología “antisistema” o  -así lo dice Meyssan-  “anti-gobierno de continuidad”, con lo cual Trump estaría empezando a demoler las bases institucionales de lo que ha sido el imperialismo norteamericano desde la segunda posguerra hasta hoy. Excesivamente optimista, por no decir irreal, el análisis de Meyssan debió ser saneado por él mismo mediante la publicación de una errata. En efecto, el 30 de enero último escribió que la CIA perdía su asiento en el Consejo de Seguridad Nacional, y ello debido a estas reorganizaciones burocráticas mediante las cuales Trump había devenido una especie de inesperado cruzado antiimperial. Pero ya al otro día, el 31 de enero, Meyssan debió salir a rectificar, mediante la aludida errata, que ello no había sucedido ya que el “poder real” de los EE.UU. le había enmendado la plana al Presidente impidiéndole remover al director de la CIA de su asiento en el Consejo de Seguridad Nacional. Todo luce como si Meyssan analizara la realidad a través de la lente de una obstinada voluntad de hacer que la realidad sea lo que, lamentablemente, no es.
Porque, en puridad de verdad, a nosotros nos gustaría mucho que las cosas fueran como las describe Meyssan, es decir, que el imperio estuviera viviendo su etapa final de “desmantelamiento pacífico”, así lo pone él en el último subtítulo de la nota que estamos comentando. Pero, con toda franqueza, nos parece que tal desmantelamiento no será nunca posible en los EE.UU. sin el protagonismo de sus masas obreras y populares en sintonía política y cultural con alguna camada de militares sensatos y humanistas que pueda surgir allí, en el seno de un pueblo que, como todos los pueblos, quieren que la humanidad siga existiendo. Esta colusión cívico militar devendría, así, formato que evocaría más a la “revolución de los claveles” portuguesa de 1975 que a los señuelos de cambio trumpeano que, a estas horas, están confundiendo a más de un analista, con todo el respeto que éstos merecen habida cuenta de su indiscutible trayectoria al servicio de la causa de los pueblos del mundo, que, en esta etapa histórica,  es la causa de la paz, de la soberanía, de la libertad y de un orden mundial multipolar y democrático.
En cuanto a que el recrudecimiento de las acciones militares en Donetsk es una operación del antitrumpismo estadounidense para desestabilizar al nuevo presidente, se trata de una opinión personal de Meyssan que luce como mera conjetura. También puede decirse que la inestabilidad en esa región es crónica y que la recidiva periódica de la guerra es el movimiento inercial que alguna vez se detendrá en dependencia directa de otras condiciones para las que Rusia ha de hallarse tratando de hacer su aporte atento la vecindad de los territorios en disputa. Por lo demás, cambiar a Porochenko  por Timoschenko  como interlocutor no garantiza la paz en Ucrania. Meyssan cita esta entrevista concedida por Trump a la ex primera ministra de ese país como una prueba de que el presidente estadounidense está tratando de resolver el conflicto ucraniano deshaciéndose antes del actual presidente Petro Porochenko. Olvida el periodista francés residente en Siria que Yulia Timoshenko amenazó de muerte “con una Kalashnikov” -según dijo en una conversación telefónica convenientemente grabada por el FSB (Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa)-  al presidente Putin; y que también acreditó su condición de nazidemente expresando que, en su opinión, a los 8 millones de rusos residentes en Ucrania había que “cargárselos con armas nucleares”, todo lo cual mereció el inmediato repudio de la canciller alemana Angela Merkel.  Estos deplorables episodios protagonizados por Timoshenko ocurrieron hace tres años, en 2014.  Olvida Meyssan.
De modo que es lícito el interrogante acerca de si Trump en realidad busca una mejor relación con Rusia o todo es un bluff para ganar tiempo mientras la OTAN  -con el caluroso beneplácito de aquél-  acaba de estacionar tanques y todo tipo de armamento pesado a metros de la frontera con Rusia, en el norte de Estonia.
Quedan tres puntos del programa esbozado por Meyssan en su nota que, en homenaje a una brevedad que ya hemos enervado, mencionaremos sucintamente.
Desburocratizar la ONU  -suponiendo que sea posible, lo cual es dudoso- es poco como para apuntarlo como un activo duro de Trump.
Sobre el Obamacare, resulta muy escueto lo que dice Meyssan. La ley Obama, que ha descartado Trump, incorporaba a sus beneficios a 32 millones de personas que, hasta hoy, no tienen cobertura. El costo para el Estado era de 940 mil millones de dólares en diez años. Para gozar del Obamacare había que estar asegurado y las aseguradoras no podían poner límites en dinero a los seguros, ni dejar de atender a las personas con enfermedades preexistentes, ni aumentarles la cuota. Esto fue más o menos lo que salió, ya que la oposición republicana no le dejó pasar al ex presidente otros aspectos sustantivos de su plan de salud, a saber, que un organismo federal monitoreara todo el sistema, que hubiera una opción estatal de salud para que compitiera con los privados, y que el Obamacare atendiera… los abortos. Inaceptable todo ello para la ideología privatista. Inaceptable para Trump, que si en educación nombró a una millonaria enemiga de la escuela pública (Betsy DeVos), parece que sobre salud tiene ideas parecidas. En el diario Clarín de Buenos Aires  del 23/3/2010 se puede leer cómo los republicanos sabotearon el plan de salud de Obama apelando al miedo. En el mismo andarivel circula hoy Donald Trump.
En cuanto al aborto es ingeniosa la interpretación de Meyssan y hasta se le puede conceder el beneficio de la duda. Nos anoticia de que Trump suprime la financiación a “oenegés” que dicen luchar por los derechos de la mujer (incluso al aborto) porque, en realidad, estas organizaciones no están para luchar en favor de las mujeres sino que son tapaderas de George Soros para financiar “revoluciones de colores”. El nuevo presidente, así, se estaría curando en salud impidiendo que el otro “magnate” le haga un polícromo zafarrancho callejero dentro de  los propios Estados Unidos.
El único problema es que todo esto son conjeturas, no hechos. Y después de que Obama salió por el mundo (ya ex presidente) a calmar a los aliados occidentales diciéndoles que Trump respetaría la OTAN; y atento los pasos que ya ha dado el nuevo presidente en favor del capital financiero, nosotros no estaríamos tan seguros de que Trump y Soros se llevan tan mal como sugiere Meyssan.


por Juan Chaneton



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