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sábado, 4 de febrero de 2017

El capitalismo no necesita fascistas, necesita imbéciles (texto anónimo)

El capitalismo no necesita fascistas, necesita imbéciles.
El capitalismo no necesita criminales, necesita cómplices.
El capitalismo no necesita ruines, necesita distraídos.
El capitalismo no necesita militantes, necesita ignorantes.
El capitalismo no necesita astutos, necesita ingenuos.
El capitalismo, esa máquina de sacrificar personas en el altar de la guita, se prendió aquí, y lo que nos asquea, nos descorazona y nos indigna no son los ejecutores, son los comparsas.
No son los que matan, son los que miran para otro lado.
No son los que mandan, son los que justifican.
No son los que vienen a decirnos que ahora sí somos un país normal, son los que fingen que lo es.
Estaban entre nosotros como células dormidas. Andaban por las casas, y en las familias, entre los amigos y las parejas.

Porque nosotros también fuimos y somos a veces un poco imbéciles, un poco cómplices, un poco distraídos, un poco ignorantes, un poco ingenuos.
Y por eso nos dimos con ellos, nos tratamos con ellos, los quisimos a ellos y los justificamos incluso ante la evidencia de lo que eran.
Si habrá algo bueno en esta desgracia es la limpieza radical de nuestros sentimientos, de nuestros vínculos, de nuestro propio ser.
Esta necesidad de sacar las alfombras a la calle y sacudirlas, de meter en bolsa todo el pasado y que se lo lleven los cartoneros del fin de la historia, de tirar toda la vajilla de la abuela y los consejos de la abuela y el voto de la abuela y los mandatos de la abuela.
De darnos vuelta a nosotros mismos como un guante y sacar los pedazos de pasado que quedan como un asiento en el estómago.
Ser definitivamente otros para que el tiempo por venir sea otro.
Ser definitivamente otros para que lo por venir sea lo que nosotros mismos traeremos hasta aquí.
No es la política, estúpido. Es la propia existencia.
Adelante está la muerte. Para todos.

Que sea en una barricada, que sea en una trinchera, que sea dando amor en una casa, que sea en una banca, que sea en un escenario, da igual, si es con dignidad y pensando en otros.
El heroísmo tiene algo de egoísmo y mucho de humano, la necesidad de morirse envuelto en la admiración y el respeto.
Yo no me quiero morir elogiando una foto de Balcarce.
No me quiero morir con una sonrisa estúpida.
No me quiero morir con una idea, zócalo de TN en mi cabeza.
Yo no me quiero morir sin molestar.
Sin contradecir.
Sin conflictuar.
Ellos quieren el consenso, la unidad, la paz de los cementerios, nosotros queremos el ruido de la forja, como diría Jauretche, ese mundo que se está haciendo entre hierro y martillazos.
Ya sabremos dónde pegar los gritos.
Ya sabremos cuándo callarnos.
Mientras tanto, en el alboroto de unas palabras que se nos escapan del cuerpo, maduramos la dulce muerte de los dignos, abriéndoles las puertas a los que vendrán a luchar.
Nada que alguien ya no haya hecho por nosotros.
Vamos cayendo y levantándonos todos los días.
Con la memoria martillada en la cintura.


TEXTO ANONIMO. RECIBIDO POR EL EDITOR POR WHATSAPP
(NOTA DEL EDITOR: Si bien el texto es anónimo me parece que deja mucho para reflexionar. Fue una decisión editorial publicarlo)

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