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sábado, 3 de septiembre de 2016

MAURICIO MACRI O EL ARTE DE HUMILLAR, por Ricardo Krakobsky (para "Mirando hacia adentro")





                El paso del Peronismo por el Gobierno de la República Argentina en sus dos ciclos de desarrollo y continuidad, con todos sus matices y contextos diferenciales (1946-1955 y 2003-2015) ha provocado esencialmente dos hechos. Uno de alto valor práctico: aquello que Aldo Ferrer llamó “vivir con lo nuestro” y que generaba inmediatas consecuencias en materia de soberanía, independencia respecto de las decisiones económicas, y redistribución de la riqueza. El otro es de valor simbólico: la dignidad de las personas y del pueblo como entidad e identidad.
                Me refiero a lo simbólico como metonimia, donde lo visible es una parte, no el todo. Pero que tiene la contundencia del hecho y del dicho a la vez. Va desde lo gestual a lo legislativo, desde lo icónico hasta la intervención directa de las Instituciones del Estado. El slogan “Perón cumple, Evita dignifica” nace en este plano, la consideración de Lula sobre la tumba de Néstor, “Ha devuelto la autoestima a los argentinos”, también.
                Ahora, el término adecuado para estos procesos simbólicos es uno que se señala en los diccionarios como obsoleto: deshumillar. El procesador de texto lo subraya en zigzagueante rojo. En otra época hubiese significado dejar o abandonar el estado de humillación, afrenta, agravio, ultraje, menosprecio, desprecio, vergüenza, ofensa o la causa que puede lastimar la dignidad y la honra de la persona.
                Los Gobiernos de Juan Perón, de Néstor Kirchner y de Cristina Kirchner desplegaron un largo proceso de deshumillación. Y es justamente eso lo que incomoda y se combate desde los formadores de opinión pública, que construyen otra metonimia. Falsa y ultrajante. Si hay un corrupto, todo es corrupto, hasta el mismísimo proceso de deshumillación. Metonimia unidireccional y corrosiva. Pero ramplona y desbaratable.
                En las ciudades españolas de la Alta Edad Media existía el humilladero: un sitio elevado fuera de las murallas de los burgos (en Ávila y el Segovia pueden verse aún) donde se destinaba con fines de flagelación y escarnio público a las mujeres impuras o infieles. Se las veía desde casi todos los puntos de la ciudad. Se exponía su corrupción o su comportamiento inmoral para que no fueran imitadas.
                Llegaban a todos y todas como si estuvieran en TN o en América TV. Se las señalaba. Allí pretenden destinar a Cristina, a Hebe, a Milagro, en lo alto de las redes sociales y televisivas. Señaladas por los nuevos dueños de la moral. Se me ocurre esta imagen para designar a la Argentina de la cruzada mediático judicial de hoy. Un humilladero.
                Pero estos tiempos no se limitan a cierto medido sacrificio de la dirigencia política en las hogueras de los rivales de turno, sino a una humillación de conjunto, que va desde la militancia juvenil a la clase trabajadora y desde la dignidad del símbolo (celebración del 9 de Julio, por ejemplo) a lo identitario como pueblo constructor de su propio relato, en el que quiere inscribirse y de repente le es negado, falseado, despreciado.
¿Acaso no humilla Mauricio Macri al conjunto de los trabajadores cuando les echa culpa de poner palos en la rueda? Justo el marido de quien tiene empleados esclavos en talleres clandestinos de costura. No humilla cuando con tono de Gerente de Recursos Humanos habla de ausentismo quien se tomó ya tres licencias y dos vacaciones en ocho meses de trabajo como presidente.
Humillante la suspensión de un trabajo, la caída al vacío de la desocupación porque no “hiciste demasiado mérito”, despreciable volver a ser un número en una estadística, un lánguido número en un Excel dirigido al Fondo Monetario internacional.
                Humilla pagar a los buitres más de lo que pidieron. Agravia pagarles las costas del juicio. Avergüenza que hagan sentir culpable a los ciudadanos por ser subsidiados, sencillamente porque “no lo merecían”. Agravia pedir que no andemos en “patas” como si todos los argentinos tuviéramos loza radiante.
                Humilla dejar sin empleo digno al 5% de la población en seis meses. Ultraja ver a los productores de leche y manzanas regalar su producción. Afrenta las dos horas de cola para conseguir tres manzanas o dos peras. Ofende que los pibes vuelvan a pedirle al maestro un plato de comida en lugar de una netbook.
                Humilla que se le pida disculpas a los empresarios españoles que nos saquearon (Iberia, Telefónica, Santander, Repsol) o que se le llame “querido” al único invitado especial del Bicentenario, al Rey cazador de Elefantes. Menosprecia la historia sugerir que quienes declararon la Independencia se hubieran sentido angustiados por lo que acometían. Hasta donde yo sé hubo angustia en muchos patriotas porque se demoraba tal declaración.
                Humilla que se use a los jubilados de mulas para pasar el blanqueo de dinero sacado del país. Humilla que nos digan que no merecíamos un teléfono o una heladera nueva. Que el asado y el vacío ya no deben ser nuestra dieta dominguera de empleado medio. Que los santiagueños no tienen suficiente currículum o que la militancia es grasa que somete a un colesterol malo los flujos del desangre hacia las empresas concentradas de la economía.
                Es una afrenta que un presidente argentino declare que no le importa cuántos desaparecidos hubo y que ya no debería importarnos. Toda una humillación para los organismos de DDHH, para Justicia argentina, para uno de los mayores aportes que hizo el pueblo argentino a toda la humanidad en la última década.
                El humilladero fue una creación inquisitorial. Para que funcione es necesaria la delación, la desacreditación, la violación de una ley santa, la aprobación pública del castigo: Esto haría de Luis Majul o Eduardo Feinmann los frailes que rocían las conciencias con el rumor de lo reprochable, la ley la dictan los CEOS, los economistas de la ortodoxia neoliberal y los dueños de la tierra… “tú, pobre hombre, no debes pagar menos de lo que te corresponde por mandato divino… el subsidio es pecado, por tu pecado natural de no tener lo que nosotros sí tenemos”; y unos cuantos Bonadíos-Torquemadas.
                Si Evita nos había acostumbrado a reconocer que donde hay una necesidad hay un derecho, Macri pretende que nos convenzamos que nada necesitamos; que lo que suponemos necesario para nuestras humildes vidas fue una falsedad del discurso de los gobiernos populares (o populistas, se’gual, diría Minguito).
                              
Ricardo Krakobsky




 NOTA DEL EDITOR:
Publicado con autorización del autor.







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