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martes, 23 de febrero de 2016

América Latina: ¿hacia dónde las alternativas?, por Marcos Roitman Rosenmann (para "La Jornada" del 22-02-16)




El tiempo histórico no se agota en un instante. El movimiento de las fuerzas políticas y los movimientos sociales es discontinuo. Sus avances y retrocesos configuran su historia y definen su quehacer. El cambio social no sigue la trayectoria lineal del progreso. Su ir y venir puede retrotraernos a los tiempos de las cavernas o situarnos en el camino de la emancipación política. Romper las barreras del pensamiento colonial no es camino fácil. Los golpes de Estado, en su versión tradicional, represión sin límites y las fuerzas armadas en el papel protagonista, ceden el paso a una elaborada estrategia, sin tanta parafernalia, con los militares en un segundo plano, donde el conglomerado de empresas trasnacionales y los aliados locales obligan a gobiernos a cambiar el rumbo, bajo amenazas de quitarles el pan y el agua, si no cumplen con sus designios. Por consiguiente, en cualquiera de sus versiones, los golpes de mano han sido y son el recurso habitual de nuestra derecha política y social para bloquear las alternativas populares, socialistas y anticapitalistas emergentes. Sobran los ejemplos para corroborar que no se trata de hechos aislados, sino de una constante. Entre los siglos XIX y XXI, tiempo trascurrido desde la proclamación de la independencia, su número supera los 2 mil, sin contar asonadas, conspiraciones e invasiones extranjeras.

Desde un punto político no hay nada que reprocharles. Han ejercido su poder, su fuerza y, además, nunca han proclamado entre sus haberes su condición democrática. ¿Por qué, entonces deberíamos sentirnos engañados, decepcionados y, sobre todo, derrotados? No se le pueden pedir peras al olmo.

La derecha en América Latina nunca se ha caracterizado por enarbolar y creer, más allá de las declamaciones, en la división de poderes, la libertad de pensamiento, de prensa o en los derechos humanos. Para más inri, se reconoce racista y practica el expolio sobre los pueblos originarios. Su historia chorrea sangre por todos sus poros. Matanzas, intrigas palaciegas, fraude electoral, violación permanente de los derechos sindicales, políticos, son las cartas de presentación. Su triunfo, a diferencia de las burguesías europeas, no fue deshacerse del feudalismo, el antiguo régimen y asumir, al menos formalmente, los valores de la revolución francesa bajo el tridente: igualdad, fraternidad y libertad. Quienes levantaron dichas proclamas acabaron asesinados, traicionados o exiliados. En América Latina ni revolución democrática burguesa ni revolución industrial. Sólo sucedáneos: modernización política e industrialización dependiente, acompañada de un discurso desarrollista, anticomunista.

Bien, en pleno siglo XXI podríamos ser más optimistas, el futuro no está diseñado y asignar de manera perenne un ADN antidemocrático a las clases dominantes de nuestros países se puede considerar una manipulación o simplemente, una descalificación malintencionada. Mejor que actúe la providencia y ser optimista, otorgar el beneficio de la duda podría abrir la puerta a un nuevo escenario político donde la derecha se someta a la voluntad popular y no actúe conspirando para derrocar gobiernos constitucionales.

Sin embargo, dos siglos de comportamientos antidemocráticos son tiempo suficiente, un hecho objetivo, para señalar que se trata de un rasgo constitutivo difícil de obviar. Desconocerlo es ingenuo o irresponsable. Baste analizar hoy cómo se las traen en algunos países donde ven peligrar su poder, aunque los gobiernos que ataquen no supongan un cambio de régimen y sólo vean tambalear su poder superficialmente y de forma momentánea. En otros términos nunca les ha gustado ser oposición y, si es el caso, no descansan hasta retomar el poder formal, porque el poder real no se les disputa ni peligra. En Brasil, su acción contra el gobierno de la presidenta es todo menos democrática. Qué decir en Argentina, con el gobierno de Macri. Cosa diferente es Venezuela, donde sí han perdido su capacidad de construir futuro. En este caso, por activa y pasiva se constituyen en polo reaccionario para derrocar un gobierno constitucional. En Bolivia sucede algo similar. Los ejemplos son variados en todo el ­continente.

En este sentido, nada hay que nos permita concluir que nuestra derecha es crisol donde se funden los valores democráticos para hacerlos resistentes. Si algo graba a fuego en sus recipientes es un lenguaje dogmático, sectario, descalificador, lleno de exabruptos con soflamas anticomunistas. Concluir que sus constantes vitales son democráticas, es todo menos un ejercicio de honestidad política y teórica. Nunca se plegarán a la voluntad popular de las urnas, si en éstas se jugase su futuro.

Fiar al enemigo político la capacidad de construir un proyecto democrático y una alternativa popular es tanto como abrir el gallinero al zorro, ponerlo de vigilante, pretender que no se coma a las gallinas y luego negar la naturaleza predadora del zorro. En América Latina el entreguismo y el afán de compartir el poder a toda costa, o al menos disfrutar de una parte minúscula de él, ha travestido la alternativa en alternancia, el proyecto democrático en gobernanza y buena gestión administrativa.

La alternativa democrática se construye y existe, está presente en la vía campesina, en las juntas de buen gobierno, en las organizaciones populares, en los comités de autodefensa, en la microfísica de la protesta social, en las vidas ejemplares de millones de militantes que diariamente levantan la voz, y se intercambian experiencias para combatir el neoliberalismo y su futuro de destrucción. En las nuevas formas de pensar y actuar, en la denuncia permanente de la injusticia social, en la defensa la dignidad, los principios y la irreductible convicción que sólo se puede construir una alternativa emancipadora, si la propuesta nace de la experiencia colectiva que aúna la historia de las luchas democráticas en América Latina y sólo pertenece a las clases populares. Nadie tiene el libro de la historia. No existe. Los procesos sociales democráticos, diría Salvador Allende, no se detienen, ni con la intriga ni con la traición; la hacen los pueblos... y en eso estamos... construyendo alternativas.

Publicado en:
http://www.jornada.unam.mx/2016/02/22/opinion/016a2pol

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