por Roberto Caballero
Este debate atraviesa hoy al peronismo en todas sus variantes no liberales, después de que Massa y Urtubey se sumaran a la estrategia poskirchnerista que instaló el macrismo y su revolución de la alegría devaluadora.
El gobierno de Mauricio Macri y sus ansias refundacionales ponen al peronismo en una encrucijada: o se hace cargo de la mitad menos uno que no votó a Cambiemos y trata de expandir sus horizontes de representación para volver a ganar, o se hunde en un pase de facturas eterno que lo divide y le aporta a la estrategia oficialista el peronismo dócil y jibarizado que esta necesita para asegurar no sólo el tránsito parlamentario a sus reformas liberales, sino a la construcción de un país desigual por décadas, como el que existía antes de la llegada del radicalismo y el peronismo al firmamento democrático.
La tensión interna en el peronismo es evidente. Hay un sector que supone la existencia de una grieta para construir un espacio peronista poskirchnerista. Como abanderado de esta propuesta se destaca el salteño Juan Manuel Urtubey. Desde que Macri asumió, no para de tirarle centros. Sería algo así como el peronismo prolijo que necesita la revolución de la alegría devaluadora. Su principal objetivo es alejar al peronismo de los postulados ideológicos que el kirchnerismo le imprimió en los últimos 12 años, en competencia con el massismo. Una renovación por derecha, que sueña con subirse al balcón de la Rosada junto al líder de Cambiemos para inaugurar una nueva etapa política que retroceda lo suficiente como para poner al país en la misma situación en la que estaba antes de la llegada de Néstor Kirchner. Son los peronistas republicanos, al mejor estilo de lo que fue Ángel Federico Robledo en su momento. Su base no es el peronismo matancero sino el Club Americano, frente al Teatro Colón.
Hay otra corriente que quiere normalizar al PJ, no comulga abiertamente con el macrismo como Urtubey, pero quisiera ver derrotada la hegemonía interna del cristinismo de los últimos años, sin llegar a la deportación del movimiento de todos sus cuadros. Por el contrario, se proponen integrarlo, con una menor incidencia en la conducción o con una conducción colegiada en la que aceptarían a CFK como presidenta del PJ si a ellos se les garantiza aparecer en sus flancos. Es un agrupamiento que incluye figuras diversas, con distintas valoraciones sobre lo que se hizo desde el gobierno y lo que conviene hacer a futuro dentro del horizonte partidario y más allá también. Conviven allí, entre otros, Carlos Kunkel, José Luis Gioja, el peronismo matancero y hasta Daniel Scioli. En un punto, reconocen méritos al kirchnerismo y a CFK, pero no a La Cámpora ni a Nuevo Encuentro ni a las organizaciones políticas que surgieron con fuerza dentro del dispositivo de poder creado a partir de 2003, y que actuaron como exitoso blindaje de la presidenta, lo cual representa un contrasentido.
La reperonización de su discurso tiene un doble efecto, paradojal: desconecta de toda esa inmensa masa de gente movilizada que reconoce la conducción de CFK sin declararse peronista, pero a la vez asume que en la tradición movimientista del peronismo existe el frentismo con sectores que no lo son. Su debilidad es que a la derecha del kirchnerismo ya está Sergio Massa, al que ellos no apoyaron y hoy está instalado como receptor de pejotistas poskirchneristas.
El tercer grupo es el más dinámico y movilizado. El que colmó la plaza del 9 de diciembre en un hecho histórico, inédito. El que tiñó de banderas y discursos la plaza del Congreso en defensa de la Ley de Medios. Se trata de la mayor corriente dentro del peronismo y también lo excede: es la militancia identificada como kirchnerista sin aditamentos. Aporta, además, el mayor caudal de voto duro del espacio que votó a Scioli y no tiene duda sobre quién ejerce la conducción: CFK. Su paraguas es el FPV, una creación de Néstor Kirchner. Es más que el peronismo clásico porque le aporta novedad y combustible ideológico. La pregunta es si los niveles de representación social que alcanzó en todo este tiempo le bastan para poner bajo su órbita a otras instancias existentes de representación también válidas, como la legislativa o incluso la sindical, donde el peronismo conservador se hace fuerte.
Pero la verdad es que estos dos últimos sectores se recelan y se necesitan. Conforman la bancada mayoritaria del FPV en Diputados y el quórum propio en Senadores, más territorios que siguen funcionando como santuarios del modelo económico de desarrollo con inclusión social, lugares que consolidaron el voto antimacrista que llegó al 49% en condiciones muy adversas con veto empresario interno, desgaste de gestión y hasta chantaje geopolítico expreso. Eso, juntos, es mucho poder. Lo saben. Lo saben todos. Lo sabe CFK. Lo sabe Héctor Recalde. Lo sabe Gioja. Lo sabe Máximo Kirchner. Lo sabe también Kunkel. Lo sabe Miguel Pichetto. Lo sabe Jorge Capitanich. Es un mandato del voto popular. El problema es si las dirigencias interpretan definitivamente esa unidad en la diversidad como una plataforma común de construcción política potente que dentro de dos años los vuelva más poderosos a todos. O caen en la trampa de pelearse y dividirse, haciéndole el juego al oficialismo macrista, que opera para producir la fragmentación del peronismo y así vaciarlo de posibilidades electorales hasta fumigarlo del sistema de decisiones del país.
Administrar el poder político es complejo. Porque el poder político, entre otras cosas, se tiene o se deja de tener en función de las decisiones que toma un dirigente, no se lo atesora en bauleras ni en doctrinas inoperables. A mayor cantidad de decisiones acertadas, menor fuga de adhesiones. Una lectura correcta del panorama presente necesita de mucha generosidad política, de la descolonización de las subjetividades del sistema de premios y castigos simbólicos y no tanto que ofrece el macrismo para analizar la etapa, de una alta, altísima responsabilidad histórica y de una gran dosis de rebeldía para no ser domesticado y terminar en las faldas el poder económico.
Los que entiendan que la situación que atraviesa el movimiento nacional y popular es la de ajuste de cuentas, trabajan sin inocencia para consolidar un gobierno de derecha neoliberal que no sólo va a arrasar con el salario, la producción y el empleo, sino que va a masticar y digerirse a los dirigentes que sean cómplices de esos resultados, dentro de no mucho tiempo.
Macri no es un político moderno. Es uno que cree que viene la obligación de refundar otro país sobre las bases del que alguna vez existió antes de las experiencias populistas de radicales y peronistas. Se ve reflejado en el Bartolomé Mitre de la Organización Nacional y el Arturo Frondizi del Plan Conintes. Si su proyecto político triunfa y trasciende el tiempo, la Argentina que conocimos va a camino a ser otra: una que copie por décadas los niveles de desigualdad de Perú, Chile o Colombia donde los números cierran pero con mucha gente afuera.
Para eso, a diferencia de Menem que usó al peronismo y le dio poder para aplicar el neoliberalismo que le exigía el FMI, Macri necesita docilizarlo, convertirlo en sidecar de su experimento socioeconómico o, mucho peor, desgastarlo, jibarizarlo, hacerlo chiquito y transformarlo así en un pequeño andamiaje de rituales amortajados que ya no operen sobre la realidad y la vida cotidiana de millones de personas, y lo deje hacer lo que él quiere sin amenazar su larga marcha al pasado, ese pasado donde el peronismo y el radicalismo no existían de verdad.
Urtubey anda a los codazos con Massa para subirse al sidecar de la moto de Alfonso Prat-Gay, el hombre de la JP Morgan. Esa fue la primera gran victoria de Macri contra el movimiento que fundó Juan Domingo Perón, la anterior fue un triunfo de La Embajada que se tradujo en el surgimiento del massismo. La división del peronismo es un escenario generalmente alentado desde el poder nacional y extranjero que algunos peronistas aprovechan para hacer negocios personales. No parece un acierto en el mediano plazo. Macri va a acabar con ellos: no los quiere, son apenas el capítulo uno de su plan de jibarización del gigante invertebrado que sigue siendo el hecho maldito de la política nacional. ¿O qué otro espacio llena plazas de despedida a su conductora después de caer derrotado en elecciones? Sólo el peronismo kirchnerista que está en el FPV puede hacer algo que la lógica más elemental y pacata rechaza por improbable. La esencia del peronismo que nació para transformar y cambiar las estructuras injustas del país oligárquico está ahí o en ninguna otra parte. El resto huele a moho.
Entre el FPV grande capaz de convertirse en la salida política a la restauración conservadora que propone el macrismo y el peronismo chiquito y reconcentrado en misas donde se hablan de viejas glorias que quiere ese mismo macrismo, hay una distancia enorme.
La misma que existe entre lo que políticamente respira y se mueve, y lo que se retuerce en el estómago de la derecha después de haber sido su primer bocado matutino.
Publicado en:
http://www.infonews.com/nota/271585/fpv-grande-o-jibarizacion-del-pj
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