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sábado, 18 de julio de 2015
Grecia, la historia continúa, por Alberto López Girondo (para "INFOnews" del 17-07-15)
Son muchos los que comparan al primer ministro Alexis Tsipras con el ex presidente Fernando de la Rúa. Por haber cedido a todas las imposiciones de los organismos financieros internacionales y a los caprichos del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble. Pero los integrantes de Syriza, la coalición de centroizquierda que ayudó a crear, lo ven más cercano a Carlos Menem, que llegó al gobierno con promesas de revolución productiva y terminó convertido en una "paloma de iglesia", porque –hablando con cierta elegancia- les enchastró la ropa a los fieles.
Probablemente los 39 miembros de Syriza que rechazan el nuevo paquete de ajustes que logró aprobar el miércoles Tsipras sean la versión helena del Grupo de los Ocho, por los diputados peronistas que nunca aceptaron las privatizaciones, integrado por el recordado Germán Abdala, Carlos Chacho Álvarez, Juan Pablo Cafiero y Darío Alessandro entre otros. Conviene recordar que, a nivel nacional, lo de esos legisladores fue un gesto de dignidad que sin embargo no impidió el remate el patrimonio público. El planteo de los rebeldes griegos va por ese camino. Con el ex titular de Finanzas, Yanis Varoufakis, a la cabeza de las protestas, porque estuvo en la línea de fuego en las conversaciones con los durísimos negociadores de la troika y pudo contarles las costillas a cada uno.
Esta praxis acelerada para un académico de fuste como Varoufakis, lo llevó a sostener que el ala recontradura del Eurogrupo, capitaneado por su archienemigo Schäuble, logró un triunfo a lo Pirro, por el general cartaginés que luego de una batalla ganada al costo de la vida de más de 4000 de sus hombres, exclamó: "Otra victoria como esta y estoy perdido."
Más allá de los análisis que puedan hacerse sobre las razones de Tsipras para aceptar ese feroz ajuste y de someterse a la humillación de hacerlo votar luego de ganar el referéndum donde pedía lo contrario, el bloque proalemán venció, pero no convenció, parafraseando el discurso de Miguel de Unamuno a un general franquista. Y ese éxito pasajero tiene destino de derrota futura para el proyecto europeísta. Logró apoyos para "pegarle al caído" pero enfrentado a socios como Francia e Italia, que pretenden morigerar los efectos de la crisis griega.
También el FMI mostró su distanciamiento del bloque germano, al insistir en que el plan que le obligan a cumplir a Atenas es inviable a menos que haya una quita al monto de la deuda. Lo mismo desliza ahora el director del Banco Central Europeo, una de las patas de la troika, Mario Draghi. Como toda respuesta, la canciller Angela Merkel secundó a su inefable ministro y dice que no ve con malos ojos alejar a Grecia, aunque sea temporalmente, del euro.
El Grexit es la solución que quiso evitar Tsipras, porque teme el costo político y social de implementar un bono – emulando los vernáculos patacones, o un pagaré como le recomendó Varoufakis - para que la economía funcione a pesar del euro. En este caso, el ejemplo que suele ponerse es el de Ecuador, que adoptó al dólar como moneda de circulación interna en el año 2000. Desde la llegada de Rafael Correa, académico también él, se especula con que su gobierno vuelva a tener una divisa local. Sin embargo el mandatario, que pateó el hormiguero en todos los rincones de la política ecuatoriana, sigue considerando como un riesgo muy fuerte para la sociedad salirse del dólar.
La moneda común europea surgió en enero de 1999, poco antes que la dolarización ecuatoriana y para la misma época en que el creador de la convertibilidad argentina, Domingo Cavallo, era asesor del gobierno de Abdalá Bucaram. Nació en medio de convulsiones en los mercados mundiales. Eran los tiempos del efecto Caipirinha en Brasil, del Vodka en Rusia, una ola que había comenzado en 1997 en Corea y Tailandia.
Con los años, esa romántica posibilidad de unificación europea pensada como colofón a siglos de guerras, se convirtió en un corset que aprieta a los países menos competitivos del sur del continente y atosiga a Francia e Italia, las dos naciones más industrializadas de la zona luego de Alemania.
Muchos comentarios circularon en estos días sobre la explícita humillación con que Berlín somete a Grecia. Un poco en castigo al gobierno de Tsipras porque desafió al Eurogrupo con un referéndum sobre nuevos ajustes. Y otro poco porque pretende disciplinar a los ciudadanos de otros distritos que pretendan salidas democráticas como la que intentó Atenas. Apuntan a Syriza para pegarle a Podemos en España.
El propio Varoufakis se encargó de aclarar cómo son las cosas. Dijo que en sus cinco meses de gestión conoció qué es el poder. Que cada vez que le explicaba a Wolfgang Schäuble las consecuencias de los recortes que pedía, el alemán le decía que si, que era cierto, pero que lo iban a tener que hacer igual, les gustara o no.
El germano, además, dijo que los planes económicos habían sido aprobados por anteriores gobiernos y que no podían cambiar las reglas cada vez que hay elecciones en alguno de los 19 países.
-Si es así entonces quizás tendríamos que dejar de tener elecciones- le comentó irónicamente el economista.
-Sí, esa sería una buena idea, pero muy dificultosa de poner en práctica, así que firme sobre la línea punteada o salgase del euro- dice Varoufakis que le insinuó Schäuble.
Si de nada vale una elección en los temas que pesan, y si los gobiernos apenas son administradores de lo ya establecido, poco queda del sentido profundo de la democracia. Mucho menos sentido tiene que Tsipras piense que a pesar de haberlo entregado todo aún le queda un resquicio por donde poder hacer algo fuera del libreto.
Un proceso de integración regional como el europeo tuvo como objetivo la construcción de un estado supranacional. Era federal, la suma de sus partes. La foto de hoy muestra a los alemanes saliéndose con la suya luego de dos terribles guerras perdidas, empeñados en la construcción de un supraestado unitario que pretende sojuzgar a todos los países de la Eurozona a través del control de la moneda, un fluido vital en toda sociedad capitalista.
Es lo que marcan los críticos del brutal castigo a Syriza. Que un verdadero federalismo no puede tener como solución que uno de sus miembros sufra la expulsión, aunque sea temporal. Como en aquellos juegos infantiles en los que, curiosamente, los que perdían tenían que ir "al Berlín".
Vaya un ejemplo de la época del menemismo. Funcionarios del ministerio de Economía de aquellos años comentaban que uno de los problemas de la convertibilidad era que algunas provincias no eran "viables". Esto es, que no tenían economías adecuadas para funcionar con eficiencia en un esquema de paridad con el dólar. Anotaban en esta lista a Catamarca, Formosa, el Chaco y La Rioja, entre otras. Este mismo concepto se escucha de economistas ortodoxos en relación con Grecia. Por eso la quieren echar del euro.
Pero hablando sensatamente, la posibilidad de que con semejantes recortes pueda tener superávit presupuestario para algún día pagar su deuda es prácticamente nula.
Una pregunta clave si se habla de federalismo y de integración: ¿Cómo soluciona un país solidario los problemas en alguno de sus distritos? En Argentina hay una ley de coparticipación federal mediante la cual las provincias más productivas, como Buenos Aires, aportan para un pozo común que distribuye de acuerdo a un esquema de fomento a las otras. En Estados Unidos sucede algo similar. A ningún ocupante de la Casa Blanca se le ocurriría expulsar del dólar a un estado con déficit. Pueden quebrar y refinanciar sus deudas pero no quedar afuera de la Unión. Es como si en 1861 hubieran aceptado la secesión de los estados del sur. Hubieran evitado la guerra civil, pero tendrían la mitad del territorio.
Merkel y Schäuble ganaron a lo Pirro, ya se dijo. Por ahora Tsipras recibe los cascotazos y luce una imagen desgajada. Pero quién sabe cómo será el próximo capítulo de esta novela. Quien crea que la historia llegó a su fin, no tiene la menor idea del devenir.
Publicado en:
http://www.infonews.com/nota/234654/grecia-la-historia-continua
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