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martes, 19 de mayo de 2015

UN TETRYS PARA LA VICTORIA, por Adrián Corbella


A casi 70 años de la elección que consagró a  Perón como Presidente de Argentina, y a más de 40 años de su muerte, en Argentina se da una paradoja: mientras que muchos siguen sin aceptar –ni digerir- lo que fueron y representaron Juan Domingo Perón y María Eva Duarte de Perón en la historia argentina, hoy la mayoría de los partidos políticos incluyen a dirigentes que son, fueron o dicen que son peronistas.
El Frente para la Victoria (FpV) tiene formalmente al PJ (Partido Justicialista) en su interior, y contiene una mayoría de dirigentes indudablemente peronistas.
El Frente Renovador (FR), si bien tiene un líder de origen liberal, e incluye dirigentes de historias diversas, acoge a una multitud –menguante- de dirigentes peronistas, muchos de los cuales apoyaban al FpV hasta 2013.
El PRO (Propuesta Republicana) finalmente, fuerza neoliberal muy alejada del peronismo tradicional –no tanto de su versión noventista menemista- incluye algunos dirigentes de origen peronista como Ritondo o Santilli, y tiene una línea interna llamada “properonismo”. Incluso su líder, Mauricio Macri, que está ubicado en las antípodas ideológicas del peronismo, dijo hace algunas semanas muy suelto de cuerpo que él estaba de acuerdo con todo lo que había hecho Perón…
Por fuera o por dentro de este universo quedan dirigentes que juegan su propio juego, pero que son clara o no tan claramente de raigambre peronista, como Eduardo Duhalde, Mario Das Neves, los hermanos Adolfo y Alberto Rodríguez Saá, José Manuel De La Sota, y personajes aún más exóticos como el empresario Francisco De Narváez, que siempre dice que es peronista –él sabrá porqué… el carácter peronista del “Colorado” es un misterio insondable que los simples mortales sólo podemos entender con la ayuda divina-.
Esto parece confirmar una vieja afirmación del General Perón, a quien le hicieron una entrevista cuando vivía exiliado en España, y ante la pregunta de cuántos peronistas había en Argentina contestó, medio en broma y medio en serio: “peronistas somos todos”…
Este fenómeno genera una realidad palpable en muchas elecciones argentinas: cuando un porcentaje mayoritario de ese numeroso conglomerado panperonista marcha unido detrás de un mismo candidato, la victoria del mismo es prácticamente inevitable.
El FpV, es decir el kirchnerismo, es una fuerza con un tronco mayoritario peronista, al que se han sumado sectores –de una magnitud nada despreciable- de carácter “progresista” provenientes de la izquierda clasista, del socialismo, de movimiento sociales, del radicalismo e independientes. Ambos sectores, los peronistas y los que no lo son, constituyen en conjunto un núcleo “duro” de un 30 a 35% del electorado, que vota consecuentemente a los candidatos del FpV en todas las elecciones. Es el sector que votó al kirchnerismo en las difíciles elecciones legislativas de 2009 y 2013 –en ambas obteniendo cerca del 34%-.
A ese núcleo sólido se sumaron, en las elecciones presidenciales, sectores que no son kirchneristas duros, sino más bien independientes y peronistas no demasiado K, que a veces acompañan y otras no, y permitieron alcanzar 45% en 2007 y 54% en 2011.
Muchos de estos sectores “grises”, fluctuantes, que eligieron a De Narváez en 2009 y a Massa en 2013, pero votaron a Cristina Fernández de Kirchner en 2011, están volviendo a mirar con simpatía al FpV al irse deshilachando a ojos vista la candidatura del ex intendente de Tigre.
El votante de Macri, por el contrario, tiene un perfil más puramente opositor, a veces fanáticamente opositor; vota siempre en contra y nunca ve como alternativa al FpV.
La oposición argentina no constituye un bloque electoral con objetivos claros y compartidos, pues comprende una multitud de partidos de perfiles muy distintos. Generalmente coinciden en su  oposición sistemática a todo, pero si tuvieran que tomar decisiones estando al frente del gobierno, se dividirían en una pléyade de sectores distintos, y seguramente se terminaría imponiendo el núcleo duro neoliberal que desea volver a los ’90 y a sus políticas de endeudamiento permanente y creciente, concentración de la riqueza, recesión y destrucción del aparato productivo y del tejido social, políticas que llevarían inexorablemente a otro 2001, seguramente peor que el ya vivido…
El kirchnerismo necesita para ganar en Octubre, sumar a su piso electoral un porcentaje significativo de votantes que vengan de fuera de ese núcleo duro, como logró hacerlo CFK en las dos últimas elecciones presidenciales.
Hoy el FpV está buscando un candidato que continúe con las transformaciones que se han llevado adelante y que pueda lograr lo que ha logrado Cristina en dos oportunidades: atraer a la vez al núcleo “K” paladar negro y a sectores que no lo son, pero que frecuentemente han acompañado.
Hace algunos meses, el kirchnerismo lanzó media docena larga de precandidaturas presidenciales. Las tres que representaban a ese kirchnerismo duro (Rossi, Taiana, Urribari) medían muy poco. Lo mismo le pasó a Aníbal Fernández, quizás la síntesis perfecta entre el kirchnerismo paladar negro y el peronismo tradicional. Pero Aníbal, pese a sus múltiples virtudes, se vio perjudicado seguramente por el duro rol que ha cumplido en estos años, siendo el encargado de levantarse todos los días y enfrentar las impiadosas acometidas mediáticas contra el gobierno. Y si bien Aníbal, polemista brillante, lo hizo con una enorme eficiencia, su figura quedó asociada para muchos –injustamente- más con la controversia que con la construcción.
Los dos que han llegado al final de la carrera y que disputarán por un lugar en las PASO, tienen aspectos que los asimilan y otros que los diferencian. Ambos son hombres del PJ bonaerense, y ambos comenzaron a hacerse visibles en la política argentina en la década del ’90, en los peores tiempos del peronismo (Scioli con más figuración que Randazzo en esos tiempos).
Scioli puede esgrimir sus ocho años de gobierno en la mayor provincia argentina (en la que tuvo, hay que reconocerlo, sus pros y sus contras).
Randazzo mostrará su gran labor en la reconstrucción del sistema ferroviario estatal, y otros éxitos en tareas de rango ministerial, pero se le echará en cara el no haber ocupado nunca un cargo ejecutivo importante.
Ninguno de los dos representa cabalmente a los sectores del kirchnerismo duro, a aquellos que sueñan con un capitalismo keynesiano (y peronista) , con un Estado fuerte, regulador e intervencionista, o a aquellos que ven con simpatía el “socialismo del siglo XXI” del chavismo.
Randazzo parece más cercano a ese modelo, aunque no lo representa plenamente. Scioli parece mucho más alejado, y genera desconfianza en sectores que le reprochan su moderación y su concurrencia a eventos como el coloquio de IDEA, u otros organizados por el Grupo Clarín. Desconfianza que no impide reconocerle que, siempre que hubo un incendio (2008, 2009, 2013) se lo vio al ex motonauta vestido de bombero y con la manguera en la mano.
Si Randazzo tiene una imagen mejor hacia adentro del núcleo duro K, Scioli tiene mayor potencial para captar votos de afuera, por su buena imagen entre el peronismo refractario al kirchnerismo, entre los votantes independientes, e incluso entre la propia tropa kirchnerista de gobernadores, intendentes y dirigentes sindicales.
El nuevo presidente, si  será como parece del FpV, deberá afrontar una situación en la cual el líder ideológico y político del espacio no será el Presidente de la Nación.
Por eso el mejor candidato del FpV será aquel que mejor cumpla con cuatro condiciones. En primer lugar, poder ser el jefe institucional del país teniendo en paralelo un líder partidario que seguramente no ocupará cargos relevantes a nivel nacional. En segundo lugar, mantener unido, en la mayor medida posible, al núcleo duro de votantes kirchneristas que vienen acompañando a este proyecto político desde 2003. En tercer lugar, encolumnar a la mayor parte del PJ tras un proyecto nacional común. Y finalmente, atraer votos externos, fluctuantes, “grises”, cuyo perfil ideológico es difuso.
No será una tarea fácil. Ni para el que resulte elegido ni para nosotros, que definiremos con nuestro voto esa elección

Adrián Corbella
19 de mayo de 2015









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