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jueves, 14 de mayo de 2015

Nisman y la sorpresa de octubre, por Walter Goobar (para "Miradas al Sur" del 10-05-15)

Arriba: La "Caja de Pandora" iba a abrirse en octubre, para boicotear electoralmente al FpV. Abierta en enero ante el desplazamiento de Stiuso, la bomba atómica pasó a ser un chasqui bun...

Los colaboradores más cercanos del fiscal declararon en sede judicial que el plan original de Nisman era hacer coincidir la denuncia contra la Presidenta con las elecciones de octubre, para que el tema del encubrimiento sobrevolara los comicios.


 El misterio sobre la data de muerte del fiscal Alberto Nisman ha sepultado uno mayor: el de la fecha original para denunciar a la presidenta de la Nación y al canciller por el presunto delito de encubrimiento por la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán. Miradas al Sur está en condiciones de revelar con carácter de exclusividad que el plan original del fiscal Nisman era lanzar la denuncia contra la Presidenta y el canciller en el mes de octubre próximo, lo que hubiera significado un escándalo político y mediático de proporciones mucho mayores y con mucho menor margen para ser desmentido, en el contexto de las elecciones generales convocadas para ese mes.
Los colaboradores más cercanos del fiscal Nisman –que participaron en la elaboración de la disparatada denuncia que ya fue desestimada por el juez Daniel Rafecas y por la Sala I de la Cámara Federal–, han declarado ante la fiscal Viviana Fein que el plan original de Nisman era lanzar su denuncia en octubre, lo que hubiese obligado a los argentinos a acudir al cuarto escuro acompañados del fantasma del encubrimiento ya que la Justicia no hubiera podido expedirse antes de los comicios. Ninguno de los declarantes pudo explicar por qué Nisman pretendía hacer coincidir su denuncia con las elecciones, pero el sentido común indica que la decisión está vinculada a sus oscuros nexos con los fondos buitre de Paul Singer. Más aún: “La sorpresa de octubre” fue el nombre de la operación encubierta realizada por los republicanos para conseguir que los iraníes retuvieran a los norteamericanos secuestrados en Teherán, para que James Carter perdiera las elecciones frente a Ronald Reagan.
Más allá del testimonio de sus colaboradores de mayor confianza, el propio Nisman admite en el mensaje de WhatsApp que mandó a sus amigos previo a emprender su aventurada denuncia contra la Presidenta, que ésta estaba pensada para más adelante, pero que debió adelantar la jugada. Allí escribe

“A veces, en la vida los momentos no se eligen. Simplemente las cosas suceden. Y eso es por algo. Esto que voy a hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que me vengo preparando para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Sería largo de explicar ahora… Me juego mucho en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones. Y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido. Sé que no va a ser fácil, todo lo contrario…”

La cuenta regresiva para la maniobra de Nisman comenzó el 17 de diciembre pasado, cuando la Presidenta decidió el relevo de Héctor Icazuriaga, Francisco Larcher y Jaime Stiuso de la cúpula de la ex Side, que desde hacía tiempo venía operando como una quinta columna contra el Gobierno. Nisman comprendió entonces que la caída de Jaime Stiuso lo arrastraría a él que se definía como un incondicional del espía. Si quería preservarse en el cargo debía actuar y pronto. La feria judicial le brindó la ventana de oportunidad que necesitaba: por una parte, debía realizar el viaje a Europa para festejar el cumpleaños de 15 de su hija; por la otra, ni el juez de la causa AMIA, Rodolfo Canicoba Corral, ni la Procuradora, Alejandra Gils Carbó, iban a pedir su apartamiento antes de que concluyese la feria. Pero tampoco podrían hacerlo después de que echara a rodar su denuncia.
Los documentos de WikiLeaks que muestran a Nisman informando por anticipado a la embajada de EE.UU. sobre cada medida que pensaba toma, han hecho suponer a varios investigadores que lo que precipitó la denuncia del fiscal contra la Presidenta fue la necesidad de Israel de torpedear el acuerdo nuclear entre Irán y EE.UU. Sin embargo, no fueron los estrechos vínculos del fiscal con la CIA y el Mossad los que le impidieron a lo largo de una década avanzar en cualquier aspecto de la conexión local: no rastreó la procedencia del explosivo ni los detonadores, no localizó ninguna de las casas operativas utilizadas por las células terroristas, tampoco investigó los viajes de carapintadas argentinos –expertos en explosivos– a Irán, no averiguó nada sobre el derrotero de la camioneta Trafic durante las 48 horas previas al atentado ni quiso indagar por qué hay decenas de testimonios en la causa que afirman que  la noche previa al atentado vieron un helicóptero de la Policía Federal sobrevolando la zona con reflectores, presumiblemente buscando la Trafic. Además de limitarse a reclamar burocráticamente, una vez al año, el entrecruzamiento de teléfonos del año previo y posterior al atentado, tampoco se ocupó de rastrear a qué bolsillos argentinos fueron a parar los 90 mil dólares que se retiraron los días previos a la voladura de la AMIA, de una cuenta del jeque Mohsen Rabbani en el Deutsche Bank, que se cerró dos meses después del ataque contra la mutual judía.
Nisman nunca quiso tomar muestras genéticas de los familiares de las víctimas y recién a fines del año pasado se convocó al prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para identificar los restos humanos que no pertenecen a las 85 víctimas conocidas y que durante dos décadas permanecieron guardados en enormes bolsas. Ni a la CIA ni al Mossad le hubiese molestado que Nisman hubiese despejado cualquiera de estas incógnitas. Todo lo contrario: seguramente lo hubiesen premiado. Si no lo hizo es por una sola razón: porque cualquiera de estas investigaciones conduciría necesariamente a revelar la connivencia de la SIDE con los terroristas antes, durante y después del atentado.
A esta altura, es más que evidente que el interés de Nisman no estaba en esclarecer la causa AMIA, sino en utilizar el tema del Memorándum como un ariete político y mediático para perjudicar al Gobierno, autopreservarse y, al mismo tiempo, dinamitar la causa para terminar de sepultar la cadena de encubrimientos.
En un frenético intercambio de mensajes de texto, vía WhatsApp y llamados telefónicos con la diputada macrista Patricia Bullrich, Nisman le advierte que cuando compareciera ante Diputados no tendría otra cosa para decir que lo que ya había dicho en el programa A dos voces de TN: “Tiene que ser reservada porque si no, no puedo hablar, voy a decir lo mismo que en TN y no va a parecer serio”, le escribió el asediado fiscal a la diligente Bullrich.
El venerado Jaime Stiuso, por quien Nisman profesaba una admiración a prueba de balas, le había prometido munición gruesa que dejaría fuera de combate al Gobierno y lo preservaría en su cargo hasta el fin del mandato de Cristina Fernández de Kirchner, pero ahora el espía que lo tenía identificado en su teléfono como “Ministro”, no atendía sus desesperados llamados porque –mientras el tema ardía en los portales–, Stiusso había colocado su celular en vibrador. En lugar de una bala de plata o de un miserable As en la manga que hiciera creíble su denuncia, el fiscal sólo tenía a mano una vetusta pistola Bersa, calibre 22.

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