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viernes, 5 de diciembre de 2014

LA POLÍTICA DE LA CONFIANZA, por Hernán Brienza (para "Tiempo Argentino" del 30-11-14)


El kirchnerismo quebró esa lógica de la desconfianza en la que están inmersas las democracias modernas.


No se trata de creer a pie juntillas en las encuestas. Se sabe que generalmente están operadas, que los márgenes de error son la técnica que utilizan para volcar los resultados a uno u otro lado, que la publicación de los guarismos está en concordancia con los medios en los que se publican y que, como todo en la política, también existen trabajos serios que están hecho con absoluto profesionalismo más allá de errores de buena fe. Por eso no voy a utilizar los datos como realidad absoluta pero sí como verdad publicada.
La semana pasada se dieron a conocer los resultados de una encuesta sobre el tema de la confianza política de la oposición y del oficialismo. En ese trabajo se medían las percepciones de una parte de la sociedad respecto de los liderazgos políticos. Y arrojó un dato asombroso que habla, de alguna manera, de la resignificación de la política que hizo el Kirchnerismo en los últimos 11 años.
Obviamente, una gran parte de la población argentina descree de la política y de los políticos, pero ese clima es mucho más acentuado en el sector opositor. En ese espectro, sólo el 6% de los consultados dijo confiar en los políticos y el 41% dijo que ningún político lo representaba.
Justamente, lo obvio en la sociedad actual es esa actitud histérica y paranoica de quienes sospechan de todo y de todos, pero fundamentalmente del Estado, del gobierno y de la política. El intelectual francés Pierre Rosanvallon, autor de La nueva cuestión social, escribió hace pocos años La Contrademocracia. La  política en la era de la desconfianza. 
En ese trabajo, explica que las sociedades democráticas modernas se caracterizan por una desconfianza ciudadana ante lo político. La ciudadanía se muestra apática, descree de los discursos y la acción de las élites gobernantes, tiende a sobreestimar los casos de escándalo por corrupción y a subestimar las políticas públicas, no construye articulaciones ni mediaciones entre lo "civil" y lo "político", es decir construye entidades donde el concepto de "pueblo" es antitético respecto del de "políticos".
En el sector del oficialismo, y esta es justamente la gran novedad que aporta la encuesta, un 65% dice tener confianza en la presidenta de la nación, Cristina Fernández de Kirchner. 
El dato es más que interesante porque demuestra un cambio profundo en la cultura política argentina: hay un gran sector de la sociedad dispuesto a creer, a confiar, a respaldar a un gobierno. Cosa que no había pasado desde principios de la democracia con el alfonsinismo.  
El kirchnerismo ha quebrado esta lógica de desconfianza en la que están inmersas las democracias modernas. Y que incluso ha sido una de las lógicas –desconfianza más furia– que desembocaron en el "voto salame" y el "que se vayan todos" del 2001. Y si bien gran parte de los sectores opositores ciudadanos todavía mantiene gran parte de esta mecánica de pensamiento, lo curioso es que, a diez años de gobierno, haya un alto porcentaje de la población que se identifique con el gobierno nacional y esté dispuesto a defenderlo a capa y espada. Esa ruptura de la lógica de la desconfianza es posiblemente el mayor capital del kirchnerismo hoy.
Ese nuevo mapa político abre interrogantes para los próximos años. ¿Cómo se mueve políticamente una sociedad y sus poderes reales en la que un núcleo duro de la población tiene un alto grado de confianza política en sus liderazgos? ¿Cómo se gobierna este país con una primera mayoría tan solidificada detrás de esa confianza? El kirchnerismo ha resignificado los liderazgos y por lo tanto ha logrado fortalecer el sistema político y, contrariamente a lo que creen sus denostadores, ha sido clave en el fortalecimiento de la democracia. Sin ese núcleo duro de confianza, la desazón, la desilusión y los cuestionamientos de la Democracia estarían a la orden del día.
Apartado final
En la semana surgió un pequeño debate sobre una información falsa de que el kirchnerismo en pleno intentaba sancionar un subsidio a las travestis mayores de 40 años y que el monto de esa pensión era de 8000 pesos. A priori ese monto de dinero me pareció una barbaridad frente al salario mínimo y a las jubilaciones mínimas que cobran la mayoría de los argentinos. Luego, finalmente, se supo que se trataba sólo de un proyecto de una diputada, María Rachid, y que el monto original era de 2400 pesos aproximadamente. 
Con el paso de las horas, consideré que, más allá del monto, esa mentira mediática debía convertirse en una buena noticia verdadera. Cuando salí de mi casa, una vecina reconocidamente macrista se me acercó a decirme, a pesar del cariño mutuo que nos profesamos, que le parecía "una barbaridad". 
Y ahí comprendí en toda su totalidad lo que significaba el proyecto: molestaba que alguien cobrara una jubilación por "ser puto", por "ser trava", por "ser degenerado". Aún cuando esto no fuera cierto y formara parte de la confusión generalizada. Lo que estaba detrás del reproche era: "Encima que son anormales, les quieren pagar."
Y pensé... ¿Por qué el Estado puede pagarle la jubilación a las amas de casa y no a las travestis? ¿Por qué puede pagarle a gente que nunca aportó pero a las travestis no? ¿Por qué puede hacerlo a prostitutas mujeres que vivieron y sufrieron toda la vida la explotación sexual y a travestis no?
¿Nadie se pone en el lugar del otro?
Nadie se prostituye porque quiere. Ni siquiera las travestis, aún con toda la pantomima de felicidad que hagan. Posiblemente, si pudieran trabajar de otra cosa lo harían y después podrían acostarse con quien quisieran con absoluta libertad. 
Después de toda una vida de marginación –como la de las prostitutas– llega un momento que no tienen nada que hacer de su vida. Ni siquiera pueden seguir haciendo lo que siempre hicieron que fue vender su cuerpo al mejor postor. Están viejas, como los trapos. Y no hicieron jamás aportes, ni tuvieron obra social, ni estuvieron en blanco, ni nada. Las espera la miseria más profunda. Es la marginación de la marginación. La tristeza de la tristeza. Es tan dura su vida que el promedio de vida de las travestis es de 33 años. Mueren antes que nadie.
Un Estado debe estar presente justamente ahí, dónde nadie llega, para sostener a los que más sufren, a los postergados, a los humillados, a los sufrientes, a los pobres ¿O quieren que los beneficios sigan yendo para los ricos? ¿Por qué los argentinos debemos sostener a la educación privada o subsidios al gasoil para sojeros y no a quienes son víctimas de la marginación de la marginación?
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