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martes, 11 de noviembre de 2014

¿Por qué no podemos pensar en duplicar el PBI?, por Roberto Caballero (para "INFOnews" del 09-11-14)

 

En las elecciones de 2015 van a competir dos proyectos de país. Cohesión social, impronta nacional de los liderazgos y estabilidad, los ejes de un modelo exitoso, según Aldo Ferrer. Además, qué es el Plan M.

 En nuestro país hay muy buenos economistas. No se trata de los lobbistas, de los consultores que dejaron de leer libros antes de la caída del Muro de Berlín o de los que repiten lo que otros malos economistas escriben en las revistas especializadas, en decir cualquier cosa que privilegie exclusivamente la rentabilidad financiera de los bancos y grandes empresas y algo parecido a la teoría del derrame como panacea. Hay gente como Aldo Ferrer, por ejemplo, autor de varios libros, entre ellos, Tecnología y política económica en América Latina, reeditado en estos días por la Universidad de Quilmes y la AEDA (Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina), y de un reciente libro, El empresario argentino, de lectura indispensable. Gente que estudió los problemas de la Argentina, que diagnostica correctamente los déficits de la economía nacional y que propone soluciones pertinentes, porque dedicaron su vida a entender y a explicar por qué un país rico como el nuestro atraviesa ciclos de crisis que empobrecen a la mayoría y condenan al país al subdesarrollo.

 

Todos ellos tienen buena reputación en el ámbito académico. Podría decirse que inversamente proporcional a la cantidad de veces que son consultados por las empresas concentradas de la comunicación. Es un dato a tener en cuenta. Generan adhesión en la universidad y su intervención en el discurso público es escasa o nula. Son empresarialmente censurados. Cuarenta millones de argentinos, los más ricos y los más pobres, ponen plata para que se preparen y adiestren en una ciencia difícil como la economía, y después los discursos dominantes, peor aún, la monocromía discursiva, es manejada por siete u ocho macaneadores que replican en diarios, canales y radios la minuta preparada por los accionistas de esos mismos medios cuyos intereses comerciales están por encima de cualquier otra cosa que pueda decirse al respecto.
El kirchnerismo hizo mucho por visibilizar teorías económicas que contradigan el pensamiento único en la materia. Mucho, pero insuficiente. Es una descripción, no una crítica: Axel Kicillof es un doctor en Economía, tal vez el más brillante de su camada, que llegó a ministro del área después de que Cristina Kirchner aprobó sus cualidades y competencias. ¿Qué más puede hacer un presidente en ejercicio que nombrar a un académico joven, innovador y heterodoxo, para ejecutar los planes de una nueva economía que produzca nuevos resultados, es decir, que rompa los tropiezos cíclicos que cada tanto nos hacen retroceder diez casilleros?
Es una señal importantísima, claro que sí, pero si los actores de la economía real permanecen atrapados en una lógica que atrasa, en una ideología fosilizada y antipolítica, como se vio en el Coloquio de IDEA, sin ir más lejos, los resultados nunca serán los esperados. Algo de eso ocurre. Un empresario es una persona que quiere ganar plata. La excepcionalidad argentina es que, a veces, como ocurrió con las cerealeras o con las terminales automotrices, prefieren ser fieles al deber ser ideológico de las escuelas de negocios dominantes que al bolsillo. Perder algo de dinero que ceder posiciones frente al Estado en su imaginaria mesa de arena. Antes combatían al peor de los males, el comunismo y su planificación económica. Hoy el monstruo es el populismo y su planificación económica. Nunca se les cayó el Muro ante sus narices. Viven en una especie de Guerra Fría eterna que perjudica a la mayoría, pero donde ellos pueden zafar porque tienen resto. Podrían ganar más y hacer ganar a todos, si actuaran de manera distinta. Pero no. Quizá porque su lucha no es exclusivamente por la renta. Quieren retener el poder de las decisiones, gobernar desde sus asientos contables, condicionar desde sus diarios y lastimar a los funcionarios o administraciones que procuran articular su afán de lucro con los intereses generales de la sociedad. No es sólo mezquindad, es la mira corta y algunas cosas más graves, como la falta de impronta nacional en los liderazgos empresarios y la convicción errada de que la democracia es apenas una cáscara de banana entre lo que pretenden y el plazo que se den para obtenerlo.
Lo dice bien Ferrer, en un artículo que escribió para la nueva revista de Edgardo Mocca, Horizontes del Sur. Bajo el título "El modelo K como proyecto nacional y popular", puede leerse: "Las posibilidades de éxito del actual proyecto nacional y popular se sostienen sobre la fortaleza de la densidad nacional. Vale decir, la cohesión social para incorporar a la mayoría de la población al proceso de cambio, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y la existencia de un pensamiento crítico capaz de observar la realidad desde las propias expectativas. En ausencia o debilidad extrema de estos factores, no es viable."
La de Ferrer es una afirmación categórica. Dice: no es viable bajo otras premisas. Entonces habrá que intentarlo para no suicidarnos como país. En su libro sobre los empresarios, admite que vivimos en una sociedad de mercado y que los empresarios tienen un papel clave que ocupar. No los ataca, los señala como indispensables en un marco integrado, ya no de crecimiento, sino de desarrollo, una de sus obsesiones. Y aclara que el empresario es un hecho producto de la política. Si el Estado no regula o alienta la especulación, habrá empresarios especulativos, dice. Para obtener empresarios que produzcan trabajo y riqueza, todo el esfuerzo de las políticas públicas debe apuntar a que ganen dinero produciendo y no especulando. En síntesis, el modelo K necesita un sujeto empresario aprovisionado desde un Estado que tenga claro cuál es su rol, el para qué es ayudado, y viceversa.
La economía, en algún momento, deja el territorio de los números y pasa a ser un asunto de la política. El Estado del que habla Ferrer, capaz de producir empresarios que ganen dinero y se lo hagan ganar al país, necesita claridad y objetivos de mediano y largo plazo, pero esencialmente necesita acumular fuerza política. En eso, el kirchnerismo está casi solo. Lo acompañan un sector importante de las pymes y un núcleo de empresarios locales con alguna envergadura que quieren vivir de ser empresarios con este gobierno o cualquier otro que surja en el horizonte. De este último grupo, es fácil detectar a los más convencidos, los que se juegan de verdad por el modelo: son los más atacados desde las páginas de Clarín y La Nación, voceros de los grupos concentrados con nostalgia de los ‘90.
Al modelo, decíamos, le falta un gran sujeto empresario comprometido con sus virtudes, del mismo modo que una oposición política con sentido nacional que pueda compartir visiones estratégicas de desarrollo con un gobierno que no hizo ni hace todo mal, y al que hay que reconocerle, como mínimo, que puso la discusión varios escalones más arriba de lo que esta estaba cuando se hizo cargo de la administración. Gente que mire la película y no la foto. Esto es lo más difícil de conseguir. El radical Leadro Despouy, con su dictamen sobre Aerolíneas Argentinas, habló más de sus deficiencias y las de su partido para comprender el papel que cumple la aerolínea de bandera, que de la gestión kirchnerista en la empresa. Sólo basta ver las rutas y la interconexión regional que había hace algunos años y la que se alcanzó hoy para entender cuestiones básicas de la inversión para el desarrollo. Viajaban 3 millones de personas, hoy son ocho. Había 20 aviones, ahora hay más de 60. Se recuperaron, incluso, simuladores de vuelo que la gestión privada se había robado. Los radicales gobernaron y no lo hicieron mejor. Si alguna vez se preguntan el motivo, la respuesta es la falta de impronta nacional de sus líderes (exceptuando a Raúl Alfonsín, con sus claroscuros también), que nunca entendieron que es mejor comprar aviones que despedir pilotos en un país con una tasa de sindicalización que es de las más altas del mundo. Esto no es Chile y su desigualdad crónica, que le permite a LAN ajustar personal cuando quiere. Esta es la Argentina real, la de los sindicatos peronistas que existen, más o menos corporativos, y no la de los dictámenes tardíos de la auditoría facilitados a Clarín para que produzca tapas catastróficas donde evidentemente se sienten expresados los opositores que no piensan en clave nacional. No es que sean cipayos, no lo son. Simplemente no le alcanzan los ojos para ver lo obvio: Argentina es un país complejo y si alguien quiere gobernarlo, tiene que hacerse cargo de esa complejidad y no omitirla. Entender el desafío del desarrollo –la película– y no plantear de manera refleja el ajuste o el achicamiento –la foto– de las posibilidades nacionales ante todos los escenarios.
Hacen falta empresarios y políticos opositores que logren sustraerse de la subjetividad derrotista que propone la élite conservadora y se animen a explorar una economía donde el Estado ponga reglas claras para extender en el tiempo un modelo de país posible con todos adentro. Hay recursos naturales, hay ideas, capital humano, hay una democracia de 30 años, hay economistas que saben mucho de esto, hay logros evidentes en estos años, hay una macroeconomía saludable, hay experiencia acumulada, hay ciencia y tecnología para agregar valor, hay mercado interno, hay mercado externo, hay memoria de lo que se hizo mal también, nos damos el lujo de país rico de tener cientos de miles de millones de dólares de argentinos en el exterior. ¿Por qué no animarse a pensar que es posible duplicar el PBI y hacer viable un país con todos adentro?
El haber reinstalado esta pregunta crucial es el aporte más interesante que hizo el kirchnerismo político a la solución del dilema económico de los últimos 60 años.

El plan M


Jorge Capitanich lo dijo como al pasar en alguna de las conferencias de prensa del último mes. Habló del Plan M, un tanto enigmático. En realidad, yendo a la política pura y dura, se infiere que aludía a un escenario de posible acuerdo entre Mauricio Macri y Sergio Massa, en una suerte de gran alianza antikirchnerista para el 2015. Quizá una PASO resuelva el orden de la fórmula, aunque el macrismo se ilusiona con un Massa que batalle por la gobernación de la provincia de Buenos Aires y deje para Mauricio la candidatura presidencial.
La idea surgió de los datos de las últimas encuestas que leen los jefes de campaña de ambos. El FPV tiene un piso muy alto y, por separado, ni Macri ni Massa puede soñar en ganarle en primera vuelta. Dejando de lado la vanidad de los candidatos, cosa difícil de sortear, se entusiasman con la idea de forzar un balotaje donde todo el voto antikirchnerista se discipline detrás del armado M. Algo ya lograron: pusieron en crisis al FAUNEN. De hecho, hay radicales con Macri y otros con Massa, y eso produjo fricciones al parecer irreparables en la coalición que también integran los socialistas y el Proyecto Sur de Pino Solanas.
En el Plan M, el macrismo aporta los votos de la Capital, Santa Fe, Córdoba y algo de Mendoza; el massismo Buenos Aires, Río Negro, Tucumán y lo que se pueda caer de los pejotismos provinciales si el candidato kirchnerista del FPV no los convence. No es poco. Son distritos importantes y el PRO y el Frente Renovador tallan con algo de éxito en ellos. Así y todo, no les da para ganar en primera vuelta, según las encuestas. Aunque, por supuesto, de hacer una elección superior a buena, estarían en condiciones de forzar una segunda vuelta. Eso los entusiasma. Suponen que la proyección del voto antikirchnerista es mayor al kirchnerista en ese caso, y ya dan por descontado un triunfo.
A veces, la euforia distorsiona el sentido de realidad. Aunque nunca se sabe, este podría ser uno de los casos. A ver, Macri tiene alto nivel de conocimiento, respaldo en un sector de la sociedad y también una imagen negativa muy alta. Es difícil que todos los socialistas y todos los radicales lo apoyen ciegamente en un balotaje donde disputen dos modelos de país: uno nacional y popular (con fuerte impronta estatal) y otro liberal (de cariz libremercadista). Massa, en amplios bolsones de la provincia, todavía está asociado al FPV y, en provincias como Jujuy, el conocido de su armado es Gerardo Morales y no él. Su votante bonaerense está enojado con el kirchnerismo, aunque no necesariamente con todo lo que implica el modelo que hizo crecer a muchos municipios y sus vecinos. Es complejo que logre fidelizar a sus votantes lo suficiente como para que apoyen a Macri a libro cerrado, con el riesgo de volver a los '90 que eso implica.
El Plan M tiene dos caras. Por un lado, muestra a dos candidatos con voluntad real de poder, capaces de apretarse la nariz e ir asociados por lo mismo. Es verdad, si no se juntan, la derrota es una posibilidad cierta. Del otro, una debilidad congénita del massismo, sobre todo, que no logró vertebrar un relato coherente sobre su proyecto político y económico, y podría quedar diluido dentro de la marquesina macrista. El "segurismo", o la demagogia punitivista, con la que Massa irrumpió en el escenario, no parece ser un eje del debate electoral nacional. Sí en la provincia de Buenos Aires, donde la Bonaerense hace estragos, pero no mucho más allá de sus límites geográficos.
Además, resta saber cuál será el candidato oficialista, que también influye en la suerte del Plan M. Se sabrá más rápido de lo que se cree.

Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/11/09/economia-171395-por-que-no-podemos-pensar-en-duplicar-el-pbi.php

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