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martes, 14 de octubre de 2014

Fábula con animalitos y todo, por Gustavo Rosa (para "Apuntes Discontinuos" del 13-10-14)




Sin dudas, los periodistas que trabajan en los medios opositores han enloquecido. Tantas exigencias agoreras no pueden tener consecuencias diferentes. Lo de Lanata tal vez fue el inicio del nuevo capítulo, aunque queda pendiente dilucidar por qué incluyó a Scioli –no se sabe cuál- entre los opositores que no sirven para nada. Porque Pepe es opositor, aunque con poco peso mediático y Daniel siempre ha marcado –con cierta tibieza- su pertenencia kirchnerista. En fin, no es cuestión de dedicar líneas y líneas a una exégesis de los dichos radiales de tan histriónico profesional. Después de él, otros empleados del Grupo Clarín desplegaron su creatividad para mostrar sus colmillos frente a las cámaras. Desde el énfasis puesto en la metáfora de la mosca hasta la angustia del rostro que relata las persianas bajas de Radio Mitre, todos aportaron para una antología del ridículo. Como si todo estuviera preparado, como si esperaran una señal. El inaceptable plan de adecuación presentado fue la campana de largada de esta carrera de cucarachas falderas. No intentaron engañar a los integrantes del AFSCA, sino provocarlos: la única manera de alinear a los exponentes de la oposición y, con suerte, despertar al cacerolero siempre latente.
Por eso tratan de velar su treta y salen al ruedo denunciando “un ataque a la libertad de expresión”, sin que nadie se los prohíba. A todas luces, ésta es la dictadura más permisiva que hemos tenido. Claro que para el colonizado público de estos medios es peor que una de verdad. Parece mentira que alguien se deje engañar con tan poco. Y encima, que recite las consignas por la calle sin temor a pasar vergüenza. Pero un oyente cautivo tiene escasa responsabilidad en la vida social. En cambio, en un diputado o un senador, la cosa es distinta. Por eso indigna que Sergio Massa confiese ver esto “con preocupación, porque aspiramos a que si hay una ley haya igualdad ante la ley y que se aplique a todos las mismas normas”. Precisamente eso es lo que el Gobierno Nacional está intentando hacer desde hace cinco años: que el más grandote y peligroso de todos se adecue no sólo a una ley, sino a la convivencia democrática en su conjunto.
Pero la obsecuencia de Cobos merece un lugar en el podio. “El Grupo Clarín presentó una propuesta conforme a lo solicitado –explicó- y, entiendo, con buena voluntad para cumplir con lo exigido”. O no entiende nada o es un cínico de la peor especie. O está tan manipulado como el público, lo cual es muy grave para alguien que, como él, ocupa un lugar importante de representación. Esto lo demuestra con su enredada declaración: “el Gobierno tomó una decisión política sobre esto y no basada en el sano criterio, como ordena la ley, porque todo avanzaba por los carriles correspondientes el cumplimiento de la sentencia”. ¿Qué sano criterio se puede aplicar con alguien que quiere hacer trampas o provocar una crisis? ¿Y de qué sentencia está hablando este descolorido personaje?
Claro, no se puede esperar menos con la mentirosa noticia publicada en el ex Gran Diario Argentino. Ellos dicen que “la adecuación de oficio implicará una división compulsiva de la empresas del grupo”. Mentira, con todas las letras. La división del Grupo en seis unidades de negocios fue propuesta por sus propietarios y aceptada por la AFSCA. Lo que no consintió es la enredada madeja de futuros propietarios de las unidades 1 y 2 y las condiciones inaceptables de venta de las cuatro restantes. En fin, un conflicto inesperado que va a recalentar los meses más calientes del año. No hay mal que por bien no venga: este nuevo capítulo de la disputa por la hegemonía vuelve a acomodar las piezas en el tablero de un juego cada vez menos confuso.
La licantropía voluntaria
Para reforzar la contienda, los candidatos opositores a la presidencia perjuran que derogarán todo para deskirchnerizar el país. Este es el futuro que prometen: re-privatización de YPF, Aerolíneas Argentinas, de las jubilaciones y quizá de Aguas Argentinas; eliminación de las retenciones, del Fútbol Para Todos, de Ley de Pago Soberano, de Defensa del Consumidor, de SCA, entre otras; anulación de los nuevos códigos, tanto el Penal como el Civil y Comercial; aceptación absoluta del fallo de Thomas Griesa y todo lo que venga después; disminución del gasto público, sin especificar por qué ni para qué. Y todo esto endulzado con metáforas fabulosas pobladas de anchas avenidas, diálogo, consenso, unidad y larguísimos metro-buses que recorrerán la infinita extensión de la Patria. Esto, sin incluir todo lo que tenga que ver con los juicios por delitos de Lesa Humanidad ni las condenas correspondientes. La mayoría no aborda el tema, pero a algunos se les escapa algún tizne pro indultos y amnistías para calmar el pasado.
Un país para que buitres, hienas, gusanos y demás alimañas carroñeras se hagan un festín. Acá podemos abrir un pequeño paréntesis. Parece que la asociación Aves Argentinas, quizá presionada desde sus bases, salió a aclarar la diferencia entre los animalitos carroñeros y los carroñeros humanos. Y su titular, Francisco González Táboas, explicó que “la expresión ‘fondo buitre’ no va a afectar directamente a los buitres”. Puede ser que en estos días, algunas entidades ecologistas pretendan conquistar un poco de visibilidad para hacer un aporte a la oposición cotidiana. La construcción de alegorías –la personificación de un concepto abstracto- no es un invento de Cristina. La utilización de animales para elaborar una metáfora de virtudes, pecados, falencias de los humanos no es un artilugio de los muchachos de La Cámpora. Las distintas mitologías, las fábulas, los cuentos populares muestran que estos recursos nos han acompañado siempre. Esto para aclarar algunas tonterías que se escriben y recitan por ahí.
Pero vale la pena no quedarnos sólo en esto. Que un buitre sea –en este contexto- un financista que explota al máximo su capacidad de presión para succionar más de lo que pueda pagar el deudor, deja muy mal paradas a las aves que inspiran esta metáfora. Un animal no es conciente del daño que produce en su presa. Una persona, sí. El plumífero no puede renunciar a su instinto; el hombre lo ha hecho desde hace mucho tiempo. El especulador ha abandonado su humanidad para zambullirse en la animalidad, pero sin perder la conciencia del daño que genera su conducta, que no responde a otro instinto más que la angurria. Además, los buitres no matan a su alimento, sino que esperan su muerte, aunque a veces puedan picotear algún bicho agonizante. Paul Singer –emblema buitresco por excelencia- es peor que un buitre porque ha potenciado un instinto que no poseía. Pero el buitre humano no se preocupa por esas minucias, porque practica la licantropía, no como resultado de una maldición, sino por su absoluta voluntad.
El plan de estas bestias es el que algunos candidatos a la presidencia pretenden aplicar. Por eso defienden a los personeros de ese ideario en cada una de sus intervenciones mediáticas. Y ya sin ningún tipo de disimulo. No les queda otra porque cualquier paso que den en sentido opuesto los hará merecedores del garrote simbólico de los medios. Por eso prometen una vuelta al pasado que tanto daño nos ha hecho. Ellos también padecen de licantropía voluntaria pero, en vez de transformarse en lobos, vampiros, hienas o buitres, mutan en inocentes falderos dispuestos a menear su rabo ante las palmadas del amo, pero a mostrar sus diminutos dientecitos ante cualquier amenaza plebeya. Y, si les da el ánimo, son capaces de practicar algún ridículo ladrido.
 
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