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domingo, 15 de septiembre de 2013
La mujer que es Presidenta, por Hernán Brienza (para "Tiempo Argentino" del 15-09-13)
La entrevista fue pautada a las 18 en
la residencia de Olivos. Fue el día más caluroso de septiembre de los
últimos 70 años. La presidenta de la Nación llegó unos minutos más tarde
y dijo resolutiva: "¿Cómo hacemos? Empecemos que tengo que volver a la
Rosada. Preguntame lo que quieras. Yo te digo la verdad, que es lo que
mejor me sale". Las otras columnas de Brienza.
Nos acomodamos en la habitación preparada
para la filmación, enfrentados en la mesa con el micrófono de radio
delante. Hacía más de diez años que no la entrevistaba periodísticamente
a Cristina Fernández de Kirchner. Lo había hecho en algunas
oportunidades para la revista 3 puntos entre 1999 y 2003. Pero había
pasado una década.
Ella se había convertido en presidenta de la Nación. Sin dudas, a esta
altura, en la mujer más importante de la historia argentina hasta estos
días. ¿Qué había cambiado en ella en estos diez años? ¿Qué mujer
persistía detrás de la presidenta de la Nación? ¿Cuál era el cuerpo de
ideas políticas que todavía mantenían firmes sus convicciones?
Desde un principio supe que no iba a preguntar lo que cualquier otro
periodista hubiera preguntado. Que no me interesaba demasiado la agenda
del periodismo opositor: comparto con la presidenta de la Nación una
columna de ideas que me permite diferenciar las "chicanas
comunicacionales" de mis propios intereses intelectuales.
Me gusta más la política que los asuntos policiales, me interesa más la
historia y los procesos que las urgencias provocativas, sobre todo para
una primera entrevista. No estaba interesado en cuestiones emergentes de
la actualidad pura y dura. Seguramente, otros periodistas podrán
preguntar sobre cuestiones coyunturales (y está muy bien que lo hagan),
yo decidí preguntar –no sin cierto egoísmo– sobre cuestiones que
faltaban en mi rompecabezas intelectual: sobre la metafísica del
kirchnerismo, sobre la relación intelectual de la presidenta con el
Perón más cuestionado, sobre algunos defectos estructurales de la
sociedad argentina que influyen en el desarrollo económico, por ejemplo.
La entrevista duró un poco menos de una hora. En ese lapso, Cristina
Fernández de Kirchner fue presidenta, fue militante, fue mujer, fue
brava, fue macanuda, fue peleadora, fue distante, cercana, sensible,
frágil, impertérrita, entusiasta, tremendamente humana. Posiblemente,
muchos de los que no comparten las ideas del oficialismo y son
implacables en su definición sobre la personalidad de la presidenta
cambiarían de idea si pudieran conversar con ella unos minutos y además
si la presidenta se mostrara no simplemente como fuente de autoridad
sino también como lo que es: una mujer que es presidenta de la Nación.
He entrevistado a cientos de personas en mi vida: asesinos,
sacerdotes, actrices, políticos, militantes, escritores, como Néstor
Kirchner, Daniel Ortega, Adolfo Rodríguez Saá, Mario Vargas Llosa,
Carlos Fuentes, entre tantos otros. Sé cuándo un entrevistado se abre y
se decide a mostrar con cierta generosidad y disposición su
personalidad. Recién hacia el final de la entrevista, la presidenta se
sintió cómoda y abandonó cierta posición defensiva comprensible. Hubo un
momento imperceptible, claro. Pero fue el mejor momento de la
entrevista.
Me preguntaba durante la conversación, amena, amigable, qué quedaba en
la presidenta de aquella muchacha de veinte años que corría por Ezeiza
el 20 de junio de 1973, o de aquella diputada o senadora de los años
noventa. Basta con mirarla a los ojos para darse cuenta. Para darse
cuenta de que es inseparable. La presidenta continúa siendo aquella
militante de los años setenta, y aquella legisladora de los años
noventa, también. Y una mujer que además es presidenta de la Nación.
¿Qué significa esto? ¿Hay una dualidad? No. Creer que hay una Cristina
mujer y una Cristina presidenta es un error de apreciación. No es una
persona de dos caras. Pero quizás el gran error moral en el que caen
muchos de quienes no comparten sus ideas es no comprender que la
presidenta es una mujer. Es decir, que es una persona mucho más humana
de lo que muchos creen. Y, posiblemente, mucho más humana de lo que a
ella misma le gustaría mostrarse. Y su condición de mujer también es
fundamental: hay allí una relación diferente con la sensibilidad, con lo
existencial, en términos de vitalidad.
Cristina es presidenta. Es "Cristina" allí donde es política. Es
impensable su humanidad sin su condición política, su convicción
ideológica, su voluntad decisoria. Es sin duda la misma persona de hace
diez años y, claro, la misma de los años setenta. Hay un núcleo esencial
que no cambia. Pero no es idéntica. Fue transformada por el viento de
la historia, inevitablemente.
Alguien podrá decir que esta columna política tiene poco valor. Que es
una mirada subjetiva y que no aporta demasiado. Es posible. Siempre tuve
una obsesión con la forma en que la presidenta se muestra en público.
Lo escribí muchas veces. Cristina gana cuando es Cristina en su
completitud. Cuando es mujer y presidenta. Y cuando ríe y sonríe. Allí
es imbatible. Incluso como política.
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