La buena performance electoral es tan
estratégica como la necesidad de la derecha mediática y política por
detener el ciclo abierto en 2003, en las urnas o donde pueda ser.
Dijo Cristina Fernández de Kirchner en la
entrevista concedida a Hernán Brienza: "Uno es instrumento de la
Historia. No la puedo manejar. La Historia me maneja a mí. Néstor decía
lo mismo. La Historia misma va produciendo esos instrumentos para
cumplir determinado rol." Entre otros conceptos, la presidenta inscribió
al kirchnerismo dentro de esa dinámica. "Me resisto a decir que van
diez años de kirchnerismo; van diez años de gobierno", precisó, al
tiempo que aseguró que la riqueza y potencialidad del movimiento que
ella conduce radican en su capacidad por "abrevar en el peronismo" y
fusionar al mismo tiempo, con naturalidad, identidades políticas
diversas y hasta antagónicas que, incluso, "lo despreciaban". Es notable que la mandataria haya puesto el ojo justamente ahí, la
demorada (y necesaria) síntesis entre las dos corrientes populares de
mayor inserción en la clase obrera: el peronismo y la izquierda,
históricamente refractaria al policlasismo representado por Perón. Para
definir al kirchnerismo, que situó sin rodeos dentro del peronismo,
empleó un concepto caro a los materialistas dialécticos: la Historia.
Sin dudas, a muchos pejotistas que creen que la clase obrera nació el 17
de octubre no les habrá resultado gracioso. La consigna "La patria es el otro", última síntesis a la que arribó
el proyecto nacional, también es un producto de la Historia. Esa leyenda
no tenía razón de ser 15 o 20 años atrás. Ante el fetichismo de la
individualidad y el fin de la Historia consagrado por el neoliberalismo,
el lema parecía una soberana ridiculez. Su antecedente más inmediato es
la emocionante frase acuñada por las Madres de Plaza de Mayo en 2002:
"El otro soy yo", también producto de su historia colectiva, y sostenida
políticamente ante la peor de las condiciones. Pero que la pronunciara
un presidente de la Nación era perfectamente imposible viniendo de donde
venimos: una década perdida, que duró mucho más que los diez años
consecutivos del menemato privatizador. Su larga mano de muerte, hambre y
atraso planificados se extendió entre el Rodrigazo y los crímenes de
Kosteki y Santillán, período durante el cual fue cimentado en la
conciencia media de los argentinos un prejuicio bien distinto: "La
Patria, o lo que quedara de ella, soy yo." En los años noventa los trabajadores que todavía conservaban su
empleo creían que con su mano de obra "compraban dinero", y alcanzaban
así, por mérito propio, ciertos niveles de consumo importado. Nunca
fueron convidados a pensar en la relación social que representa el
concepto "salario", ni la exclusión que generó su imaginario bienestar.
El discurso socialmente aceptado entendía que los desocupados habían
perdido el empleo por propia incapacidad. Si quedaban afuera del
circuito económico y social era por su culpa. El sistema se encargó de
confundirlos de una verdad que marcó época: el trabajo de la clase
obrera genera la riqueza ajena, privada, excluyente, de la que sólo
gozará las migas estrictamente necesarias para su supervivencia y la
multiplicación de las condiciones que reproduzcan óptimamente esa
dominación, que es de clase. Con énfasis, paciente pero firmemente, el
kirchnerismo viene desandando esas fábulas que fueron obligados a creer
los trabajadores. Todo el tiempo Cristina da cuenta de ese nuevo relato
que viene a desmontar el anterior: "Sería bueno que cada argentino pueda
ver por sí mismo sin que le laven la cabeza desde la caja boba", dijo
la mandataria el martes en Chivilcoy.
La batalla cultural se libra en simultáneo a la otra: por las
condiciones materiales de existencia, que bajo el corsé que impone la
economía global y el capitalismo extendido a escala planetaria no son
otras (no pueden serlo) que trabajo, mejoras en la vivienda y la salud,
acceso a bienes culturales y a niveles crecientes de escolarización y
educación formal, y el conocimiento como motor válido de ascenso social.
No es poco. "Un país en serio", como decía la consigna fundacional del
kirchnerismo. Capitalista todavía, pero mucho más justo y menos desigual
que el desangrado por el neoliberalismo y, esencialmente, integrado a
las naciones hermanas de la región. Desde luego, esa batalla que durante estos diez años devino en un
notable cambio cultural, dura mucho más que una elección de medio
término. Pero que las hay, las hay. El rumbo estratégico del proyecto
nacional, popular y latinoamericano no se cambia en absoluto ni puede
ser desmentido por una medida que pueda resultar más o menos
controversial o antipática. La buena performance electoral es tan
estratégica como la necesidad de la derecha mediática y política a
sueldo de la económica, por detener el ciclo abierto en 2003, en las
urnas o donde pueda ser. Tomá este titular de Clarín del último domingo: "Límite en el
Congreso a una ley económica clave para el Gobierno". Magnetto se
refiere a la ley que traslada facultades financieras suplementarias al
Ejecutivo, pero le gustaría que fuera la ley de Presupuesto, normativa
madre para el funcionamiento del Estado. Nostalgias del Grupo A. Nótese
que Clarín no califica de "injusta", "regresiva", "ineficaz" la Ley de
Emergencia Económica, sino, simplemente, de "clave", no obstante lo cual
justifica implícitamente el boicot opositor a su sanción legislativa. En un país normal, en el que la prensa independiente y libre
estuviera desconcentrada, y cumpliera un rol racional y responsable,
comprometida verdaderamente con el interés nacional, el diario de mayor
tirada y circulación debiera situarse a favor de una ley considerada
"clave". Porque si efectivamente es "clave" es porque hace a la esencia
misma del programa económico de un gobierno legítimo. En la Argentina
democrática que todos soñamos, una oposición que buscara "limitar" una
ley fundamental no podría ser considerada menos que de golpista. Pero
vivimos aquí y es ahora. Como también dijo Cristina en Chivilcoy, la
masificación consiste en que "alguien sin que te des cuenta te meta
cosas en la cabecita, y que vos creas después que sos vos el que las
creés y las pensás". Lucha por la hegemonía, que se dice, y que otros
insisten en disfrazar de otra cosa. Por ejemplo: la "libertad de
expresión", esa peculiar guerra santa que Clarín libra contra todo aquel
que intente democratizar su ilegal arsenal mediático. No pasarán.
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