Enrique Peña Nieto, joven y buen mozo
presidente mexicano, decidió que Pemex “compartiera riesgos” con las
grandes petroleras privadas norteamericanas. Una privatización a medida
de estos tiempos que tira por la borda aquella estatización de Lázaro
Cárdenas, el creador del Partido de la Revolución Mexicana, antecesor
del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en cuyas filas milita
Peña Nieto.
Pemex es la segunda empresa en facturación (detrás de Petróleos de
Venezuela) en América latina. Peña Nieto sucedió a Felipe Calderón, un
político claramente liberal, quien hizo todos los esfuerzos para que la
empresa estatal petrolera empezara el camino hacia las manos privadas.
Pues bien, Peña Nieto, que expresó en las urnas a un electorado de
origen nacionalista, quiere transferir la exploración, la explotación,
la perforación, el transporte y la refinación a las grandes
transnacionales del petróleo.
México, Colombia, Perú y Chile conforman el Acuerdo del Pacífico, en el
que comparten con Estados Unidos una serie de tratados de libre
comercio. En pocos meses habrá elecciones en Chile y nadie duda de que
se impondrá la socialista Michelle Bachelet. Tampoco puede ponerse en
duda de que Bachelet mantendrá la orientación del llamado “libre
comercio” del otro lado de los Andes. En unos días, el próximo 11 de
septiembre, se cumplirán 40 años del golpe que terminó con el gobierno
de Salvador Allende. Un golpe directamente monitoreado por el gobierno
de Richard Nixon y las empresas norteamericanas que perdían privilegios
con el gobierno de la Unidad Popular.
Pero saliendo del Pacífico también puede verse cómo dentro de los
partidos o frentes de origen popular pasan cosas similares. El año
próximo año habrá elecciones en Uruguay y es muy probable que vuelva a
imponerse el Frente Amplio. Con un pequeño detalle, todo indica que el
candidato será Tabaré Vázquez y que el actual vice, Danilo Astori,
tendrá un lugar relevante. Vázquez y Astori comparten espacio político
con Pepe Mujica y el Ñato Fernández Huidobro, jefes tupamaros que
pasaron 13 años presos y expresan la voluntad del pueblo oriental de
terminar con las desigualdades del “paisito” como suele llamarlo Mujica
cariñosamente. Pues bien, Vázquez y Astori miran al norte y no pondrán
trabas a la ola liberal.
Hace menos de dos semanas asumió Horacio Cartes, el presidente de
Paraguay, que se impuso en las urnas después del golpe que interrumpió
el gobierno constitucional de Fernando Lugo. El empresario liberal
Cartes milita en las filas del Partido Colorado, el mismo que le
permitió a Alfredo Stroessner mantener una dictadura desde 1954 hasta
1989. A la asunción de Cartes no fue invitado el presidente de Venezuela
Nicolás Maduro y decidieron no concurrir en repudio a ese engendro los
presidentes de Bolivia y de Ecuador, Evo Morales y Rafael Correa. Podrá
relativizarse la importancia de un acto protocolar pero, pequeño
detalle, Venezuela, Bolivia y Ecuador comparten una política muy
distante de la política neoliberal de las corporaciones privadas y del
gobierno norteamericano. Venezuela, Bolivia y Ecuador nacionalizaron o
estatizaron las empresas de petróleo y gas.
Si hace falta una mención para ver dónde está girando América latina es
la de Unasur. La Unión de Naciones Suramericanas, un espacio en la que
tanto empeño pusieron Hugo Chávez, Lula y Néstor Kirchner, parece ir
perdiendo peso de modo progresivo. El próximo viernes, en Surinam se
llevará a cabo la cumbre de mandatarios que integran ese espacio y es
difícil que en ese encuentro se abra un debate crudo acerca del escaso
peso específico de las políticas para acrecentar espacios de soberanía
regional y de avances reales contra el neoliberalismo. Será el turno del
presidente de Surinam, Desiré Delano Bouterse, de asumir la presidencia
pro témpore de Unasur. Al mandatario de la ex colonia holandesa, con un
pequeño territorio en el que vive medio millón de habitantes, le espera
una tarea demasiado grande si es que pretende que la proa de este
organismo se oriente hacia los ideales de la segunda y verdadera
independencia latinoamericana. Unasur parece haberse quedado estancado
en un foro sin capacidad de decisión propia. El Banco del Sur, después
del puntapié inicial de 2009, se constituyó hace unos meses con sede en
Caracas y varios países se comprometieron a enviar aportes para
fondearlo. Todavía no tiene una página web donde consultar las
operaciones que se propone realizar.
¿Y Argentina? Esta extensa introducción es vital para comprender el
común “destino sudamericano” del que habló el nada nacional y popular
Jorge Luis Borges en su homenaje al unitario Francisco Narciso de
Laprida en su “Poema conjetural”. En estos años, en que América latina
transitó a contramano de las políticas del Departamento de Estado de
Estados Unidos y de las grandes transnacionales de ese país, se abrieron
muchas mentes y muchos corazones al desafío de encontrar rumbos propios
y pelear por la soberanía y la libertad.
En varios análisis se nota un interés superlativo en detenerse en una
frase de Daniel Scioli: “Este gobierno tiene que terminar lo mejor
posible”. Hay quienes afirman que lo sacaron de contexto. Otros creen
que tomó un poco más de distancia de Cristina Fernández. En fin, hay
titulares de diarios y cantidad de artículos al respecto. Pocos de esos
analistas se detuvieron a pensar dónde dijo lo que dijo. Porque no es lo
mismo decirlo en un laboratorio público o una fábrica recuperada que en
el encuentro anual del Consejo de las Américas y la Cámara Argentina de
Comercio. Quizá no para analizarlo con una descalificación ideológica
antiimperialista pero sí para tratar de ver un poco más allá de la sala
del Hotel Alvear donde se llevó a cabo el elegantísimo encuentro. Daniel
Scioli nunca expresó el ala izquierda del peronismo. En todo caso, si
se le pueden reconocer méritos, fue un aliado que jamás dejó de lado sus
compromisos con Néstor y Cristina Kirchner. Eso no es poco en política.
Pero la política es también, y sobre todo, detenerse en qué intereses se
pretende representar y cuáles son las políticas para ser consecuentes
con la defensa de esos intereses. Y la política es también salir de las
pasiones y tratar de interpretar crudamente el contexto y las relaciones
de fuerzas. La diferencia más notoria entre Daniel Scioli y Sergio
Massa es que el primero está en el Frente para la Victoria y que el
segundo se fue. El primero es leal y el segundo es traidor en el
lenguaje de la pertenencia política. Perfecto. ¿Y en el lenguaje de los
planes y proyectos? ¿En el del rumbo que esperan en esta época? ¿Y cuál
es el rumbo de YPF, que depende de Cristina Kirchner y no de Massa o
Scioli? Lo dijo Miguel Galuccio en ese mismo foro: se necesitan muchas
Chevron, en un esquema no muy distinto del que Peña Nieto tiene como
horizonte para México. Esta frase precedente no tiene el propósito de
desestimar los inmensos logros de una década pero sí está orientada a
desafiar la pacata interpretación de que todo debe simplificarse en esas
concepciones binarias de lo ganado y lo perdido.
Massa no tuvo empacho en explicitar sus ideas. Como no lo tienen muchos
de los que hoy gobiernan países amigos y que eligieron rumbos que no
ponen en cuestión el tema de la dependencia. Scioli quizá sea más medido
porque es consecuente con ser un aliado (posiblemente el de mayor peso,
tomado en términos electorales) de la Presidenta. Pero tanto Scioli
como Jorge Capitanich –otro orador importante en el encuentro del
Alvear– tienen una visión poblada de pensamiento liberal en el rumbo
económico de la Argentina. Hace pocos días, en la Feria del Libro de
Resistencia, Capitanich presentó el libro Dos siglos de economía
argentina, de Orlando Ferreres, un economista liberal vinculado con
Bunge y Born, una empresa con una historia asociada a la destrucción del
tejido de pequeños propietarios y cooperativistas del algodón chaqueño.
Scioli y Capitanich lanzaron la idea de que el próximo candidato a
presidente del peronismo debe salir de una interna abierta. De acuerdo a
cómo se encaminen las cosas en los próximos meses no habría que
descartar que el propio Massa participe también de esa idea y que sume
su armado político a una interna con quienes hoy están dentro del
kirchnerismo o son aliados fieles. Y es un escenario posible que con
métodos democráticos se llegue a tener una fórmula de peronismo con cara
liberal.
La pregunta que debería recorrer los espacios de militancia política,
territorial, gremial que sienten su compromiso con los sectores
populares es si no es preciso replantear algunas cosas de la economía.
Pero no sólo para hablar de cifras o comparar a la Argentina con Canadá o
con Colombia o México sino para compararla consigo misma.
Por estos días, los empresarios que ganaron mucho mucho en estos años
estuvieron cara a cara con la Presidenta el martes en Río Gallegos y el
jueves se sentaron en el Alvear a escuchar a Scioli, Massa y Capitanich,
así como a Mauricio Macri y a algunos otros referentes de la oposición.
Un último párrafo, para no poner el carro delante del caballo. El
Consejo de las Américas es un foro. Pero no uno cualquiera. Fue fundado
por el magnate de las finanzas David Rockefeller quien todavía es su
presidente honorífico. David es nieto de John Rockefeller, creador y
dueño de la Standard Oil. La presidenta del Consejo de las Américas es
Susan Segal, banquera, que hizo carrera con Rockefeller.
Hace poco, en una entrevista que dio a la revistaLatin Trade en sus
oficinas de Nueva York, Susan Segal decía: “Hace 20 años, Chile, Brasil,
México, Colombia y Perú estaban enfocados en reformas macroeconómicas.
Gran parte de ese enfoque ha cambiado. El enfoque se amplió e incluye
otros retos como la educación, la inclusión social y la calidad del
empleo. Latinoamérica está en una etapa totalmente diferente tanto en
sus reformas como en la integración regional mediante acuerdos como el
Nafta y la Alianza del Pacífico, que han jugado un papel importante en
este proceso”.
El Nafta es el acuerdo que ató a México con Estados Unidos y Canadá en
1994. Las políticas de “reformas” no son otras que la destrucción de los
Estados nacionales. Está claro que ahora, para recuperar imagen, la
gente de Rockefeller quiere acompañar las políticas sociales que hay a
diestra y siniestra en América latina así como el empleo registrado y
las mejoras educativas. Eso sí: de petróleo, de minería, de bancos, de
modelos agrarios, ni hablar. En todo caso, quienes pueden y deben poner
en cuestión los intereses de las grandes corporaciones privadas son los
pueblos. Y pueden hacerlo cuando sus gobiernos se les parecen. ¿Se les
parecen?.
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