Tras los discursos que diera la Presidenta
después de las PASO, se reflotó un tópico que se había instalado en los
inicios de su llegada al poder en 2007. En aquellos tiempos, una revista
la acusó de “bipolar”, y en la actualidad se transita por todo un
abanico de afirmaciones que van desde el burdo “está loca” para, pasando
por el “se maneja con el lóbulo emocional” (sic), llegar al
presuntamente científico diagnóstico del médico y periodista Nelson
Castro quien con enorme carga dramática indicó que CFK sufre el “Mal de
Hubris”. Indagar sobre el significado oculto de este diagnóstico será el
objetivo de esta nota. Para comenzar, digamos que dado que no existe en los manuales de
psiquiatría ninguna referencia a este mal, conviene aclarar que “hubris”
viene del griego “hybris”, término que posee una enorme cantidad de
acepciones, utilizaciones e interpretaciones pero que generalmente es
traducido por “desmesura”, “insolencia”, “soberbia”, “temeridad”. Tal
término es un eje central para comprender las tragedias griegas porque
el destino trágico del héroe tenía que ver con el ir más allá de su
condición y pretender ocupar el lugar de los dioses. Así es que
generalmente en estas obras se encuentra un personaje principal que cae
en desgracia por cometer un error fatal que precipita su final
inexorable. Porque no hay forma de escapar al destino y los dioses,
tarde o temprano, e incluso tras varias generaciones, hacen cumplir el
castigo por la insolencia y el desafío perpetrado por los humanos. Las tragedias que han llegado hasta la actualidad dan cuenta en
numerosas ocasiones de este funcionamiento. Baste recordar la soberbia
de Creonte en Antígona o la locura que se le impone a Ayax que, cegado
por esta, confunde a un conjunto de animales con Ulises y sus
seguidores. Asimismo, ya desde la antigüedad se les adjudicaba a los tiranos el
exceso y la desmesura que los hacía ir más allá de ese virtuoso punto
medio aristotélico adecuado al buen gobernante. Razón no faltaba pues la
megalomanía cruel ha sido una característica distintiva de los
principales líderes autoritarios a lo largo de toda la historia de las
organizaciones humanas. En esta línea, no hace falta recurrir a la
mitología, ni moralizar ni enfocar el asunto en términos religiosos:
simplemente alcanza con revisar los libros de historia para observar que
la realidad y los hechos, muchas veces, superan a la más fatal tragedia
griega. Más cercanos en el tiempo, con menor pretensión cientificista que el
doctor Castro, un clásico de los comunicadores es vincular a los
gobiernos de centroizquierda de la región con la tiranía, la demagogia y
el autoritarismo, todos elementos atravesados, aparentemente, de
hybris. Dado que ya lo hemos analizado en esta columna, simplemente,
recordaré que este artilugio eficaz es utilizado para relacionar
políticas gubernamentales en la que la participación estatal es
preponderante, con supuestos desequilibrios psíquicos de sus impulsores.
Tal falaz vinculación tiene como consecuencia peligrosísima la
introducción de una categoría médico-biológica, como lo es la de
“enfermedad”, en el campo de lo social y político, permitiendo afirmar,
muy sueltos de cuerpo, que determinada ideología es “un cáncer”. Dado
que usted ya imagina el modo en que podría volver a concretizarse una
“quimioterapia política, social y colectiva”, me gustaría, entonces,
volver al concepto de hybris para arribar a algunas conclusiones sobre
uno de los conflictos centrales de la Argentina de hoy. Porque sigo sin
creer que el eje central de las turbulencias de nuestro país pueda
reducirse a lo estrictamente político y económico. Es también cultural y
con esto no estoy afirmando “iluministamente” que todos los males de la
Argentina se acabarán cuando la gente se eduque. Más bien me refiero a
que estamos ingresando en una etapa de una espiral que sólo vagamente
podemos vislumbrar y en la que se asiste a un discurso periodístico que
ya no se contenta con presentarse como uno de los discursos capaces de
construir verdad sino que busca mostrarse como el único. Para ello, el
discurso periodístico y el periodista tienen que deslegitimar el resto
de los lenguajes y de los actores sociales y públicos. En este sentido,
se arremete contra todo orden institucional. Hoy en día, el principal
afectado es el poder político pero si la Justicia no formara parte del
entramado de las corporaciones de poder en la Argentina, también estaría
aguardando su avatar. Pareciera así que la única manera de restablecer
la credibilidad que ha perdido el periodismo hace ya algunos años es
haciendo que la palabra del periodista no necesite ninguna otra
validación, que alcance con ella para dar verdad y verosimilitud. No es
casual que, en el ejemplo del médico Castro aquí citado, el lugar del
periodista se complemente con el discurso médico, ese gran disciplinador
social que ha delineado a las sociedades occidentales contemporáneas.
Por todo esto, es natural la referencia a la hybris, porque esta,
recuerde, no sólo tenía la cara de la desmesura humana sino que también
hablaba de la necesidad de aceptar un orden que venía dado por los
dioses. En este sentido, que nadie puede apartarse de ese orden dado
pues su castigo será inexorable, es otra de las lecturas de las grandes
tragedias griegas pues quien ose hacerlo recibirá el escarmiento total
para que el auditorio, que se siente identificado con el héroe, sepa que
esto le sucederá a quien desafíe la supuesta naturaleza de las cosas. Para finalizar, un detalle a ser destacado es la característica de
los dioses griegos que aquí intervienen porque estos se encuentran lejos
de ser ecuánimes, justos y desapasionados. Más bien se trata de dioses
arbitrarios, que favorecen a sus preferidos, que tienen intereses
determinados y por eso actúan sobre la vida humana. Dicho esto, mi
pretensión no es indicar que Nelson Castro realiza una proyección
psicoanalítica y acusa a CFK del mal que él mismo padece. Podría ser
eso, podría ser misoginia también, pero la idea no es acusar de
desequilibrado al que acusa de desequilibrio pues eso no haría un aporte
importante a la discusión. Más difícil, y por eso más interesante, me
resulta señalar que Castro, en este caso, como un simple referente de la
corporación periodística, disfraza una advertencia de diagnóstico y
actúa como quien pretende seguir ocupando el rol de la divinidad y
siente peligrar su lugar en el Olimpo. Esto no significa ni que CFK sea
Antígona ni tampoco implica ubicar al movimiento nacional y popular en
una épica irredenta. Significa simplemente que algunos afectados
reaccionan como dioses que han sido desafiados e interpelados por la
acción humana que en este caso no es otra cosa que el liderazgo de un
movimiento político que puso en tela de juicio la credibilidad del
periodista. Por eso, Castro actúa como el dios enojado al que le han
robado el fuego. Síntoma de ello es su libro Enfermos de poder, donde
analiza los casos de Videla, Menem, De la Rúa, Perón, Roosevelt, Franco,
Stalin, Mussolini y Kennedy, entre otros hombres públicos que por la
vía democrática o dictatorial alcanzaron la cima del poder. Todos ellos
se habrían creído dioses y habrían actuado con desmesura y soberbia,
“enfermedad” que, como se ve en esta lista, sólo ataca a los hombres y
mujeres que hacen política. Queda entonces interrogarse por la
particularidad de esta presunta enfermedad que tiene predilección por
los funcionarios públicos y casualmente nunca ataca a los que tienen el
verdadero poder, por ejemplo, divinidades como los empresarios, los
periodistas “titulares”, o los jefes del propio Nelson Castro.
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