20 de agosto de 2012
Para la embajada norteamericana “la señora de Perón, una fanática, podría volverse comunista.”
En 1951, despejada la cláusula constitucional restrictiva para la reelección presidencial consecutiva, la postulación de Perón para un segundo mandato era segura.
Desactivada desde el oficialismo nacional la eventualidad de una candidatura del gobernador bonaerense Domingo Mercante, parecía que todo apuntaba a que Evita acompañase a su marido en el binomio presidencial para las elecciones del 11 de noviembre de 1951.
Primera dama inusual, activa militante del voto femenino, organizadora de las mujeres en el Partido Peronista Femenino e impulsora de la justicia social a través de la Fundación Eva Perón, su paso a un cargo político en el Estado parecía algo inevitable.
Pero sus enemigos eran poderosos: a los prejuicios de la época sobre la actividad política de la mujer se le sumó el veto de los grupos de presión y factores de poder a su persona.
Si Estados Unidos tuvo sus reparos sobre Perón y su movimiento, más escozor le provocaba la figura de su mujer. Las descripciones que de ella hacían, desde los informes de la embajada norteamericana en Argentina al Departamento de Estado, son más que elocuentes.
Vale el ejemplo del informe, en ocasión de la visita de Edward Miller, Secretario Adjunto del Departamento de Estado, fechado el 3 de marzo de 1950: “(Evita) expresó su odio irreversible, profundo y corrosivo hacia “la oligarquía”, un grupo que, según ella, consideraba que los descamisados eran basura, y que los habían mantenido en la opresión”. Para Thomas Maleady, Primer secretario de la embajada, ella “alternaba entre un feminismo interesante, un olfato político elemental, la conciencia que tiene de su dominio sobre los partidarios de su marido y su deseo de ser la (primera) dama y al mismo tiempo la jefa política femenina”.
Y culmina con esta consideración lapidaria: “El objeto de este informe es destacar que la propia señora de Perón afirmó, para demostrar su fanatismo, que ni ella ni su marido ni sus partidarios son comunistas, pero si se les presentaba la alternativa entre el regreso de la oligarquía al poder y entregar el país a los comunistas, no se dudaría un segundo en elegir este último camino”.
No era la candidata más confiable para los intereses norteamericanos, ya preocupados por Perón, según lo detallado en el informe del 13 de mayo de 1949; por la “Tercera Posición”; por su visión crítica sobre el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR); por la actividad creciente del Instituto Argentino de Promoción Industrial (IAPI); por su negativa a incorporarse al Fondo Monetario Internacional; por la situación de sus empresas (Ford, General Motors, Case, International Harvester, General Electric, Westinghouse, Firestone y Goodyear), y en particular sus frigoríficos, con relación a las restricciones en el comercio exterior; y, en especial, por lo estipulado en el artículo 40 de la Constitución Nacional de 1949, temiendo “la confiscación total de personas o compañías norteamericanas”.
Impulsada la candidatura del matrimonio presidencial a principios de agosto de 1951 por la Confederación General del Trabajo, y acompañada por el Partido Peronista Masculino y el Femenino, tenía que sortear varios obstáculos.
Evita podía ser candidata? Que ella lo deseaba es seguro, y que no haría nada en contra de la opinión de Perón también. Contó con el beneplácito del Líder? Sí, pero con otro sentido: Perón sabía que la postulación de ella suprimía las intenciones de otros al cargo, en especial de Alberto Tessaire (según opinión de Fermín Chávez) y que, mientras tanto, le daba una carta para negociar frente a los grupos opositores en caso de descomprimir la tensión política. Todo ello consensuado con Evita!
Volviendo a la pregunta inicial, Evita no podía ser candidata por su edad (aunque nacida en 1919, figuraba en la partida nacida en 1922 y se debía tener 30 años para la elección) – tema que dará para otro trabajo -, y, sobre todo, por lo que ella representaba como elemento revulsivo para la oposición, Iglesia, Fuerzas Armadas, los EE.UU, y también para dentro del propio peronismo, en especial cierta dirigencia del Partido Peronista Masculino.
Según el ex Canciller Hipólito Paz en sus memorias: “La candidatura no era políticamente viable”. Lo confirma un diálogo de Perón con el embajador de Brasil, Joao Batista Luzardo, enviado de Getulio Vargas, y con el periodista brasileño Gerardo Rocha, que luego reprodujo La Nación. En ambos caso Perón expresó su negativa a que tal candidatura fructificase.
El diálogo entre Evita y su pueblo el 22 de agosto fue más que elocuente para presagiar tempestades…
Un informe norteamericano del 24 de agosto de 1951 afirmó: “Se oficializa la boleta Perón – Perón en una concentración de la CGT realizada el 22 de agosto. El Consejo del Partido Peronista la proclama formalmente esa misma noche… Perón aceptó en los inicios de su discurso mientras que Evita se hizo la modesta y se dejó convencer luego de hacerse rogar melodramáticamente durante 20 minutos” Y agrega John C. Pool, Primer secretario de embajada, como comentario: “La aceptación de Evita es un desafío al Ejército y al resto de la oposición”.
El 30 de ese mes el mismo Pool, en otro informe, agrega: “¿Evita será candidata a vice?... se dice que Perón ha afirmado ante periodistas brasileños que su esposa no será candidata ya que por su edad y otras consideraciones no sería constitucional”
Esto se reafirma en otro parte del 6 de septiembre: “Evita contesta la pregunta de los 64 dólares: “He decidido no presentar mi candidatura”. En una emisión radiofónica especial realizada el 31 de agosto se autoexcluye de la candidatura a vicepresidente afirmando que no aspira a ningún honor. Sólo desea trabajar. Esto parece poner en evidencia que el poder de la CGT había sido sobreestimado. Asimismo, Perón habría recibido sugerencias “amistosas” de oficiales que fueron sus camaradas en épocas del GOU para que le recorte las alas a su esposa. Se comenta que Evita está furiosa. El Partido nombró formalmente a Quijano candidato a vicepresidente…”.
Los EE. UU y el resto del marco opositor respiraron aliviados ante su renuncia del 31 de agosto. No tuvo sentido la intentona del general Menéndez del 27 de septiembre, ya que la “renuncia” de Evita desactivó los apoyos civiles a dicho golpe. A pesar del cáncer, las armas holandesas y los furiosos discursos finales fueron el canto del cisne de Evita.
Mas allá de que los informes de embajadas, como se vio meses atrás, son un rejunte de lecturas de periódicos locales, charlas informales con políticos, periodistas y empresarios allegados a diplomáticos, no dejan de ser sintomáticos algunos puntos. En particular, la identificación de Evita con la CGT, el malestar militar, y su imposibilidad – más que por lo legal y por su enfermedad -, por lo que ella representaba como “símbolo de la revolución”, siendo “la personificación de la nueva mujer, libre y sin trabas”, tal como los propios norteamericanos detallan en un informe del 10 de agosto de 1952 posterior a su muerte.
En una fecha, donde se confunde el Cabildo Abierto con su posterior Renunciamiento, y donde se da la paradoja de que a quien ponderan su entrega, precisamente no renuncia a sus cargos, el ejemplo de Evita (nos) marca como militantes a seguir la lucha por una Argentina mejor, no importando el lugar que ocupemos. Y que en las actuales circunstancias políticas, más que apoyar renuncias debemos reafirmar el actual proyecto nacional con quien hoy lleva los destinos de la patria por buen rumbo.
* Politólogo; Docente UNLZ y UCES; Miembro de los Institutos Nacionales Eva Perón, Rosas y Manuel Dorrego.
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Gracias por la difusión, saludos
ResponderEliminarDe nada... cuando puedo me gusta avisar.
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