El último domingo sucedió un hecho que
condensa un clima de época. Dado que puede que usted no se haya enterado
pues quizá se informa principalmente por los medios que quedaron
expuestos por este hecho, se lo voy a contar. En el programa Periodismo
para todos que se emite por Canal 13 los domingos a las 22, se realizó
una denuncia contra el dirigente afín al gobierno Luis D’Elía.
Sintéticamente, el programa conducido por Jorge Lanata afirmaba que
D’Elía era el dueño de una empresa de transporte de combustible
contratada por el Estado y que para poder desarrollar esa actividad
había puesto testaferros. Como respaldo de la denuncia, siguiendo el
esquema de investigaciones anteriores, se había logrado obtener el
testimonio de un presunto arrepentido, nada más y nada menos que el
supuesto testaferro llamado Mario Codarín. Entrevistado por el jefe de
Producción del programa, Gabriel Levinas, Codarin brindaba datos que
incriminaban a D’Elía y de ese modo el programa que está dispuesto a
atacar la credibilidad de cada uno de los hombres y las mujeres que
públicamente apoyan al Gobierno, sumaba un granito de arena a los
prejuicios del ciudadano medio antikirchnerista que a través de las
redes sociales obtenía un orgasmo de moralidad cada vez que escribía el
“hash” #PiqueteroPetrolero. Sin embargo, mientras el programa de Lanata
estaba siendo emitido, Luis D’Elía publicaba desde su cuenta de Twitter
un video junto a Mario Codarín filmado horas antes de efectuarse la
grabación que este último hiciera para Periodismo para todos. Sentado
junto al líder piquetero, con el diario Clarín sobre la mesa
atestiguando la fecha, el canal TN en la televisión dando cuenta de la
hora y una escribana pública capaz de certificar lo que allí sucedía, el
supuesto testaferro denunciaba que venía siendo “apretado” desde hacía
meses por la producción de Jorge Lanata. Tal “apriete” tenía ribetes
insospechados o, directamente, mafiosos: en un principio, allá por el
mes de enero, fueron simplemente comentarios del tipo “hablar te va a
convenir a vos y a tu familia”. Como Codarín no daba la información que
el programa de Lanata necesitaba, se sucedieron nuevas citaciones de
parte de la producción que Codarín fue rechazando sistemáticamente y que
en los meses más cercanos se transformaron en continuas llamadas a su
celular (3 o 4 por día). Pero resultando evidente que el programa iba a
carecer de prueba contundente sin el testimonio de Codarin, Levinas le
comunicó que si no decía, en una grabación para el programa, lo que él
necesitaba, iban a construir una historia en la que se inventaría que
sus hijos forman parte del entramado de corrupción de D’Elía. La
consecuencia de esto, gracias a la repercusión que el programa tendría,
sería una mácula que les duraría toda la vida. Así es que Codarín, ante
el riesgo que corrían sus hijos de 25 y 22 años, aceptó ficcionar una
historia que manchase a D’Elía y cumplir con el mandato de darle ficción
a quien lo desee pues nadie tiene derecho a negar ni una ficción ni un
vaso con agua. En palabras del propio Codarín, ante la escribana
pública: “Acepté participar con la condición de que no se metan con mis
hijos. Esto fue lo pactado. (…) Así que les voy a vender todo el pescado
podrido que ellos quieran. Me dijeron que me van a dar un libreto, que
yo voy a contestar específicamente lo que Levinas me va a preguntar y yo
le voy a contestar a él según el libreto que me dan. Le voy a vender
todo el pescado podrido que pueda a Lanata porque con mis hijos no se
mete nadie y con la honra de la gente no hay que meterse”. La velocidad de las redes hizo que el video tuviera una importante
circulación aun durante la emisión del programa de Lanata, lo que dejaba
a las claras que los tiempos de las redes son mucho más vertiginosos
que los de la televisión en vivo. El hash #PiqueteroPetrolero fue
dejando lugar a #ElPescadoPodridoDeLanata y el programa del ex director
de Página 12 tuvo el corte publicitario más largo que se le recuerde y
terminó 10 minutos antes de su horario habitual como sucediese aquel día
en que Chávez venció a Capriles. En este sentido y a pesar de que desde
esta columna muchas veces hemos sido escépticos respecto de las
bondades democráticas de las redes sociales, hay que admitir que la
desmentida de una operación mafiosa realizada no por el Estado sino por
un grupo económico que utiliza el programa de Lanata para atacar a
quienes son sus enemigos, fue posible por la capacidad de circulación
(viralización) que el video tuvo. De hecho, en apenas minutos, el portal
de TN dio de baja la noticia que acompañaba a Periodismo para todos y
el clic que llevaba al supuesto desenmascaramiento de D’Elía se
transformó en un cartel que decía “No se puede encontrar la página”. Por
su parte, la versión online de Clarín, aquella que todos los domingos a
la noche desde hace más de un año pone como noticia principal las
investigaciones de Lanata, se ocupó del ascenso en el ranking de Del
Potro y de amplificar los males que genera el paro de un cada vez más
solitario Moyano al que no se le ha oído exigir que los jueces paguen el
impuesto a las ganancias. Fin de la historia y, parafraseando a Borges, nueva refutación del
periodismo. Ni siquiera quedan, como diría Pinti, los artistas, porque
en el mismo programa, aunque una semana atrás, se realizó un “apriete”
público en el que se denunció a todos los hombres y mujeres de la
cultura que han cobrado del Estado por hacer presentaciones libres y
gratuitas o han recibido subsidios del Incaa. El mensaje es claro y está
dirigido a los que ideológicamente son afines al Gobierno. Muy lejos
quedó aquella mirada virginal del periodismo, de las imprentas
clandestinas y de la libertad de expresión como estandarte frente a la
prepotencia estatal, tan extemporánea como la afirmación de que los
poderosos son los gobiernos. Así, del mismo modo que el año anterior fue
el Grupo Clarín el que denunció a periodistas por delitos que
implicaban hasta 10 años de cárcel, se pudo observar que, antes que la
denominada “GESTA-AFIP”, son las corporaciones mediáticas y las empresas
multinacionales las principales generadoras de “carpetazos”, que en
caso de ser necesario, pueden construirse con información falsa no apta
para narices sensibles. En su libro Política, Aristóteles hablaba de las diferentes formas de
gobierno y de sus respectivas degradaciones. Indicaba que la monarquía
podía transformarse en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la
democracia en demagogia. La diferencia entre las formas ideales y las
degradadas estaba dada por el hecho de si las formas de gobierno
apuntaban al interés general o, por el contrario, a la satisfacción de
los deseos del monarca, el grupo selecto de gobernantes o la mayoría
necesitada, respectivamente. Siguiendo esta lógica, ante un hecho como
el que aquí se relató: ¿podemos seguir hablando de “periodismo” sin más
como lo venimos haciendo desde fines del siglo XVIII? ¿De qué manera
deberíamos llamar a esta actividad que, en caso de ser coherente con el
mandamiento de denunciar al poder, debería denunciar, antes que a los
gobiernos de turno, a sus propios empleadores? ¿Qué está haciendo el
llamado “periodismo” por el interés general? ¿Es un bien para la
democracia y las instituciones o es el abrazo apalabrado portavoz de los
intereses de unos pocos? ¿Es esta una forma degradada del periodismo,
es una cosa distinta del periodismo o simplemente el periodismo no es
otra cosa que esto?
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