El neoliberalismo es una ideología integral.
Esto es, a la vez, una teoría económica, una economía política de
gobierno, una concepción cultural y una filosofía política. Basado en la
idea de que la sociedad es un conjunto de individuos y que el bien de
la sociedad es dejar su suerte echada a la inteligencia y el esfuerzo de
estos, el neoliberalismo ordena la política en ese sentido. Se
desconocen en él las desigualdades de origen, las relaciones de poder,
la diversidad cultural y hasta los factores contextuales que impactan en
los individuos. Así, el destino de cada uno depende de sí mismo, de lo
que sea capaz de hacer con su vida. "Ganadores" y "perdedores" sociales (categorías del gusto
neoliberal) son el resultado de las capacidades e incapacidades
individuales. El Estado debe orientarse a alentar y favorecer a los
exitosos y contener (y eventualmente reprimir) a los que no lo son. Una
"buena" sociedad es aquella en la que los individuos pueden competir
libremente, tratando de superar y dejar de lado a los demás. En tal
sentido, la desigualdad es una condición necesaria del desarrollo
social. La sociedad requiere de la competencia y ella de que los
individuos puedan aspirar sin techo alguno a superarse mutuamente. La
ambición es para él un valor más alto que la solidaridad.
El neoliberalismo (cuyo origen intelectual se remonta a la tercera
década del siglo pasado) termina siendo una forma extremada del
capitalismo y su auge está vinculado a la etapa financiera de este,
iniciada hacia 1972/75 y que se encuentra actualmente en su mayor crisis
mundial. En las sociedades reales y particularmente en los países
periféricos, expuestos además a las exacciones de las empresas
transnacionales y los organismos multilaterales de crédito, ha conducido
a una alta concentración de la riqueza en pocas manos y un elevadísimo
número de pobres e indigentes, la destrucción del empleo, de la
industria, de las capacidades nacionales, de la ciencia y la tecnología,
así como la privatización de todos los recursos sustantivos y
relevantes (incluidas la educación y la salud). El resultado es un
Estado reducido en el control y en las políticas activas, pero crecido
en la estructura represiva, con políticas sociales focalizadas,
destinadas a evitar el desborde social de la pobreza y garantizar las
condiciones del orden público para los negocios privados.
No hace falta recordar aquí los efectos sociales de la aplicación de
las recetas neoliberales en nuestro país; los lectores podrían dar
cátedra en el mundo acerca de ello sin necesidad de ser profesores o
académicos. Salvo que sean muy jóvenes, lo han vivido en carne propia.
Desde hace más de diez años, se inició en Sudamérica una etapa de
cambio importante en la concepción del gobierno y las políticas
públicas, alejándose de los principios del neoliberalismo. Con sus más y
con sus menos, no sin contradicciones internas, con aciertos y errores,
de modo más radical o moderado, con las dificultades de un orden
socioeconómico dominado por un puñado de corporaciones concentradas e
intereses trasnacionales con un enorme poder. Ese proceso de cambio, que
incluye a nuestro país, se inició con la resistencia de organizaciones
sociales, sindicatos y puebladas y se fue dando desde el Estado, en
función de las condiciones efectivas y reales de cada sociedad. En los
medios académicos suele hablarse de "posneoliberalismo" para referirse a
este escenario de cambios. Es correcto, pero siempre que se tenga en
cuenta que el neoliberalismo no ha muerto, que cuenta aún con un enorme
poder mundial y también sigue teniéndolo en cada uno de nuestros países.
La disputa entre el país neoliberal y un país que propugna la igualdad y
la defensa universal de los Derechos Humanos, civiles, sociales,
económicos y culturales está en plena vigencia.
Es por ello que llama la atención en la actual campaña electoral la
aparición, especialmente a través de la candidatura de Sergio Massa, de
un discurso basado en la idea del poskirchnerismo, pero cuya esencia es
que la disputa de intereses ya está terminada y no es buena ni deseable
para el país. La campaña se asienta en la figura carismática de un
joven político con capacidades ejecutivas y poco discurso, exitoso en la
vida y en el ejercicio como intendente municipal de Tigre y capaz de
rodearse de personas de ideología diversa, sumando (se supone) lo mejor
de cada casa para el bien de todos.
En la campaña de la oposición hay candidatos que eligen definirse
como antikirchneristas por derecha, otros por izquierda, pero esta
estrategia es la más novedosa: "El kirchnerismo como expresión
confrontativa de la política, que divide a los argentinos, ha de ser
superada dándola por terminada y aceptando lo bueno que haya hecho",
parece ser una apuesta de los sectores concentrados para convencer a la
ciudadanía que hasta ahora les fue esquiva.
Varios indicios llevan en ese camino. El interés y entusiasmo de los
grandes medios de prensa y comunicación por el candidato, por supuesto.
Varios de sus antecedentes políticos. Las y los compañeras/os de ruta
que integran la lista del intendente (hasta el que se pintaba de más
progresista acaba de sorprendernos con la irresponsabilidad de reclamar
la represión de la protesta social) y hasta la lupa puesta por analistas
sobre su gestión social en el municipio parecen ubicarlo lejos de una
perspectiva transformadora. Pero lo que más ha llamado la atención ha
sido el vacío discursivo del candidato. Es cierto que en la tradición
peronista "mejor que decir es hacer", pero también lo es que un político
que se postula para saltar a la escala nacional debe decir qué piensa
de las grandes cuestiones nacionales. La inflación y la seguridad, dos
de los pocos temas mencionados por Massa, son efectivamente importantes,
pero no alcanza con afirmar que se ha de enfrentarlos, sino cómo. ¿Con
políticas monetaristas o desarrollistas, la primera? ¿Con más
vigilancia, control y mano dura policial o con el acuerdo de seguridad
democrática, la segunda? Si se eligen las primeras opciones resultará en
un regreso rápido al orden neoliberal con represión. El candidato es
quien debe explicar qué piensa.
La idea del discurso vaciado es, sin embargo, un componente de la
ideología neoliberal. En ella, se supone que la misión del político es
administrar (gestionar) la cosa pública en sintonía con los principios
dictados por los técnicos (los economistas en primer lugar). Así, la
democracia consistiría en cuatro pasos: a) los partidos políticos
proponen sus programas de gobierno; b) los ciudadanos eligen; c) los
técnicos determinan los medios para cumplir los programas votados; d)
los políticos ejecutan en la gestión lo que dicen los técnicos. Como ha
señalado el filósofo Jürgen Habermas, esto lleva invariablemente al
gobierno de los técnicos, esto es, una tecno burocracia. Es fácil de
entender; los técnicos convierten todos los ideales sociales en medios
aparentemente neutros y quitan a los políticos la posibilidad de
confrontar diversos modelos de sociedad y proponerlos a los ciudadanos
en sus programas. A los ciudadanos, entonces, no les queda más que
elegir entre programas vacíos. Por ejemplo, si como se dijo más arriba,
la igualdad no es un fin social viable, ¿qué podrían proponer los
programas? Pues sólo consignas abstractas: "un país mejor", "felicidad
para todos", etc. Se configura así una ideología dominante, que vacía de
sentido el debate político y nos hace creer que hay una única idea
posible y que esa idea coincide con el sentido común de todo ser
razonable.
Para votar con conciencia y reflexión crítica los ciudadanos
necesitamos saber qué piensan nuestros futuros legisladores de las
cuestiones centrales de una sociedad que está en una situación real y
efectiva de disputa entre proyectos en pugna, proyectos sustantivos que
hacen al futuro inmediato y mediato de nuestro país. La eliminación del
conflicto social y político es una noción artificial, por más simpática
que parezca y resulta en la aceptación del dominio de los poderosos
sobre los pobres, los trabajadores y los débiles. Tanto el vaciamiento
del discurso político como la ingenua idea de combinar lo mejor de cada
ideología suelen conducir a la construcción de un sentido común no
reflexivo, que no es otra cosa que la justificación del interés de las
clases dominantes.
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