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lunes, 15 de julio de 2013

CUANDO LA MENTIRA ES LA VERDAD, por Miguel Russo (para "Miradas al Sur" del 14-07-13)


Año 6. Edición número 269. Domingo 14 de julio de 2013
 
Aquellos que creen que la televisión actual (o la de todos los tiempos) no permite el paso inmediato hacia un libro sin haber destrozado, previamente y con furia pertinaz, el aparato no están en lo cierto. Es más, se equivocan de medio a medio. Por lo menos eso ocurrió con la última emisión de Periodismo Para Todos, la del domingo pasado, donde su conductor, Jorge Lanata, presentó un informe sobre supuestas asociaciones ilícitas, corruptas y tutti gli fiocchi, de Luis D’Elía encabalgado en una “investigación” (y las comillas, quizás por única vez en la vida, son aquí absolutamente indispensables) de Gabriel Levinas, remitió de manera inmediata a uno de los fragmentos del último libro de Eduardo Blaustein, Años de rabia, en el capítulo llamado “¿Qué le pasó? O The Lanata Syndrome”. Habrá que recordar, en una pequeña pero sustancial digresión, que Gabriel Levinas fue el fundador de la revista El Porteño, y luego la vendió, cansado de “arar en el desierto”, a la cooperativa de laburantes con Jorge Lanata a la cabeza, física y moralmente, quienes pagaron “religiosa y sufridamente” (uno de ellos, el mismísimo Blaustein, dixit) una a una, cada cuota. Retornando a Años de rabia, allí, su autor dice, haciendo recordar a los lectores ya entrados en años los furores intempestivos de aquella revista: “Una primera portada en 1982 con el retrato de un toba (“Aborígenes: la memoria perdida”), derechos humanos, gays y punks, antropología, plástica, una columna fija a cargo de María Moreno, la cultura popular, el mundo, la ciencia, los malestares de la civilización, psicoanálisis, drogas, la crítica a la institución policial y otras instituciones igualmente queribles, entrevistas jugadas”. Y sigue, unos renglones más abajo, que “su atractivo –N. de la R.: el de la revista– residía en alguna medida en esa cosa anarca, en el contagio de lo contracultural, en la música que poníamos de noche los días de cierre”. Pero (reforzando la idea de que lo mejor y lo peor de toda aseveración son sus “pero”), un punto y aparte después, se precipita el descalabro: “La recuperación de la democracia ‘politizó’ a El Porteño, un proceso imposible de evitar que hizo que la revista perdiera algo de su riqueza original”.
La lectura, esos aciertos, resignificaban el programa de televisión. Allí, enfrentándose a todos, Levinas presentaba a su entrevistado, Mario Codarín, supuesto testaferro de D’Elía en una “empresa de combustible” que se transformó luego, segundos después, por obra y gracia de la rectificación lanatera en una “empresa de trasporte de combustible” y que, quebrado por las circunstancias (ah, el temible Ortega y Gasset y sus frases que sirven tanto para un fregado como para un barrido), contaba “todo” (entendiendo aquí por “todo”, eso mismo, claro). Las afirmaciones de Codarín eran temerarias: “Sí, qué sé yo, más de diez palos por año”, “no sé, yo cuando llegué D'Elía ya estaba”, “no, no sé nada, yo firmaba”. Al mismo tiempo, como haciendo una globalización bestial de televisión, literatura e Internet, el propio Luis D’Elía twiteaba haberle plantado un testigo falso a Lanata, lo que motivó un comentario “¿mentendé?” simpático y canchero para la afición por parte del conductor. Y, además, la tanda eterna y la salida del aire diez minutos antes del cierre establecido por una autoridad de Canal 13, su gerente de Noticias que, como un guiño artero y cruel del destino, también se llama D’Elía, pero Carlos.
La historia es conocida: D’Elía, Luis, hizo público el video que lo mostraba, horas antes de la grabación del programa dominical de Periodismo Para Todos, con el propio Codarín diciendo, ante escribana pública, “voy a decirles lo que quieran, a venderles todo el pescado podrido que me pidan y que figure en el libreto”. Después, al día siguiente y en los días posteriores, fue tiempo del brutal silencio de los medios repetidores del Grupo Clarín y adyacencias sobre el informe emitido. Un silencio que decía más que todos los informes.
Se dijo (se supo, bah, al final, la rectificación no es patrimonio de nadie en particular) que Lanata, al igual que en su puteada caraqueña cuando Capriles perdió ante Maduro, increpó a Levinas apenas apagada la cámara: “¿Y a vos quién te conoce?”. La respuesta, que no se supo si se dijo, debería haber sido un simple y llano “Vos, Lanata; vos me compraste El Porteño y vos me trajiste como productor de informes”. Se podría agregar, ya sin comillas, al fin y al cabo el agregado no forma parte de la previsible respuesta levinezca, que poco importa cómo se consiguen esos informes.
El problema –periodístico, político, profundamente moral, como lo periodístico, lo político y todo lo humano, al fin de cuentas– es que ese “cómo” fue una violenta apretada desde enero de este año para que Codarín dijera lo que desde el programa Periodismo Para Todos querían que dijera so amenaza de mostrar fotos de los hijos del “socio de D’Elía” trabajando. Sí, se leyó bien, trabajando: a todas luces un error imperdonable para la producción del programa dominical y nocturno del 13.
Ya no se trata de chequear y recontrachequear todos los datos. Ya no se trata de poner música fúnebre de fondo ni de apagar la luz que, como en las viejas películas de detectives norteamericanas, Lanata apaga para dar por terminada su denuncia (ustedes quedan a oscuras hasta el próximo domingo, parece el mensaje subliminal en un psicologismo propio de peluquería de damas, término este último acuñado por, se cree, se dice, se intuye, Horacio González o Nicolás Casullo, alternativamente, según la necesidad de citar). Ya no se trata de aportar o desaportar caras de ocasión para darle veracidad a lo expuesto. Ni siquiera, aunque duela confesarlo, se trata de la verdad o la apariencia de la verdad o la más rancia y burda mentira. Se trata de saber quién, por qué, para qué. Se trata, para decirlo todo, de saber qué se está diciendo desde la televisión, desde esa ubicación de lo inobjetable en que se transformó el aparato de televisor.
“El poder de los medios y su influencia en la opinión pública (N. de la R.: algún día habrá que discutir en serio, dejando de lado todas las obsesiones esgrimidas desde que el primer petulante se sentó a escribir la primera noticia, qué cuernos es eso de la opinión pública en la actualidad) están vaciando a la democracia de su sentido”, dice Ignacio Ramonet.
Es probable, aunque nada en ese aparato llamado televisor es imposible, que Levinas no esté esta noche en el programa Periodismo Para Todos. Debería ser probable (aunque nada en ese etcétera, etcétera) que desde el programa Periodismo Para Todos se diga qué pasó con el supuesto informe, con el supuesto testaferro de D’Elía, con el supuesto rigor de la investigación, con los supuestos aprietes, con las supuestas fotos laborales de los hijos de Codarín y, en definitiva, con el supuesto “jefe de producción” llamado Gabriel Levinas. Pero (nuevamente, lo mejor y lo peor de todo siempre son los “pero”), Canal 13 hace televisión. Y en televisión, en esa entelequia brutal y omnipresente en que se transformó ese electrodoméstico, todo parece permitido cuando se trata de meter en la morsa a la opinión pública, sea ésta lo que sea. Mientras tanto, de aquella primera emisión del programa Periodismo Para Todos, donde se auguraba poner luz sobre la oscuridad en la que el Gobierno había sumido a la sociedad con su relato, poco va quedando. Apenas un desbarrancamiento lento pero seguro, un devenir al parecer gozoso hacia los terrenos más pantanosos de la credulidad, una caída libre hacia el despedazamiento de toda forma de información.
 
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