La elaboración de una boleta electoral es un proceso más que complicado. No sólo entran a jugar las lealtades, los espacios ganados con militancia y mérito sino también las conveniencias internas y las necesidades externas. Entonces, si hacer funcionar esta ingeniería electoral en un partido es difícil, lo es mucho más cuando se trata de un conglomerado partidario. Todos los partidos, sin excepción, que participan de las primarias de agosto pasaron por este trance. Si se quiere, el Frente para la Victoria (FPV) tiene, a diferencia del resto, un plus que los favorece y no es otra cosa que el proyecto político que los homogeneiza. Este factor aglutinante, el proyecto, es el gran ausente en la oposición y allí reside su principal debilidad. En el FPV hay sectores que se quedaron con ganas de haber logrado mejores y más lugares en las boletas. Es lógico porque muchas de esas organizaciones militan en la calle y los barrios las 24 horas y, de alguna manera, siempre existe la expectativa de poder tener un representante en el Congreso. Sin embargo, para estos comicios se privilegió la experiencia no sólo parlamentaria, sino también se buscó que los candidatos tengan la impronta que otorga la gestión y por eso se concedió espacios para que gobernadores e intendentes (no todos) recomienden su gente. El armado del oficialismo no sólo responde a la necesidad de mantener el control del Congreso, algo muy importante, sino que es imprescindible para trabajar con más tranquilidad el camino que conduce a 2015. Mientras no haya una contraorden, entre los dirigentes del FPV crece la idea de trabajar para una reforma constitucional que, al menos por ahora, no incluye una cláusula que permita una re-reelección de Cristina Fernández. La presidenta, en sus discursos, insiste con su condición de mujer política que logró todo aquello a lo que se pueda aspirar, y que no es eterna. Esto se entiende, lo dicen dirigentes del oficialismo, como una negativa a “eternizarse en el poder”. La presidenta también suele insistir en la necesidad del empoderar al pueblo para sostener los derechos y conquistas alcanzados en estos diez años. Frase habilitante para comenzar a trabajar en esa reforma que consideran imprescindible para dejar los derechos recuperados y los nuevos conquistados bajo el sello de la letra constitucional. Dirigentes políticos y editorialistas de la oposición sostienen que el FPV no conseguirá, en los comicios de octubre, la cantidad suficiente de diputados y senadores como para garantizar, entre otras normas, aprobar una ley de necesidad de reforma de la Constitución. No dicen la verdad. Bien saben que un buen triunfo del oficialismo permitirá abrir una mesa de negociación con algunas fuerzas no oficialistas para conseguir los votos necesarios para enfrentar una votación de esa magnitud. Es más que posible que sea la UCR uno de los primeros partidos en participar de esa mesa de negociación. Para muestra basta con recordar que se habían opuesto a la elección por voto popular de los representantes al Consejo de la Magistratura pero, de no haber mediado la declaración de inconstitucionalidad de la Corte, ya tenían la boleta con los nombres y apellidos de los que iban a competir por esos codiciados asientos. El proyecto político del kirchnerismo es la mejor arma electoral que tiene el oficialismo. Luego de diez años de gestión, con todo el desgaste que ello implica, gobernadores, intendentes, concejales, diputados, senadores y, fundamentalmente, cada vez más militancia, participan unidos en este comienzo de campaña. Es más que un dato. Ni siquiera la rutilante y mediática aparición de Sergio Massa provocó una corriente migratoria desde el FPV hacia el conservador Frente Renovador. Todo esto habla de la vitalidad y la fortaleza de un gobierno que, quieran o no, tiene su final de mandato cada vez más cerca. No se vislumbra, al menos por ahora, una merma en el poder de CFK, todo lo contrario. Esto, sin duda, no es ignorado por la oposición. A diferencia de lo que ocurre en el FPV, en la oposición el denominador común es la supervivencia del más apto. No hay proyecto político sino que lo que tiene peso dentro de estos partidos es la personalización de la candidaturas. Las alianzas opositoras, y esto incluye al armado de Massa, le ofrecen al elector sólo rostros conocidos, atractivos según el marketing político. Son personas o dirigentes que tienen como condición común el contar con un agudo olfato e impresionante fortaleza de piernas que les permite saltar cuanta tranquera política se les puso enfrente con tal de no perder su salvaguarda política. De allí la generación de alianzas o frentes políticos donde se puede encontrar antagonistas de siempre compartiendo sonrisas y descubriendo maravillas del hasta hace poco defenestrado. Los ejemplos son varios: De Narváez-Moyano; Carrió-Gil Lavedra; Carrió-Solanas; Donda-Prat- Gay; siguen los etcéteras. Massa, a diferencia de sus colegas de la oposición, no sólo es la novedad de esta campaña electoral, sino que además cuenta con el mayor beneplácito y respaldo de las poderosas corporaciones de medios. Es la envidia del resto de los opositores (basta escuchar los berrinches de De Narváez) pero ello no evitó que las primeras declaraciones de los famosos de la boleta massista hayan sido un desastre. Tal vez lo explique un viejo refrán que dice que “la sangre no es agua”. Pues bien, Massa nació y se crió entre los neoliberales de los años noventa y se nota tanto en su gestión como intendente como en su oferta electoral. Este escenario, al que se le suma una mejoría en las condiciones económicas del país (situación que frustra los deseos apocalípticos del radical Ernesto Sanz), permite a la conducción del kirchnerismo sumar optimismo frente a las primarias de agosto y a las parlamentarias de octubre.
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