El armado de lista de las PASO ha dejado un tendal de análisis en casi
todas las publicaciones de corte político. Y casi todas coincidieron en
algo: los próximos años serán definidos en el vientre del peronismo. O
en eso que se conoce abiertamente como peronismo, aun cuando por ser tan
veleidoso, incomprensible, contradictorio, sea difícil de aprehender.
Porque como escribió alguna vez Martín Caparrós "si todo es peronismo,
el peronismo no es nada". Es decir si cualquiera puede autoreivindicarse
"peronista" es que se trata de un significante vacío que cualquiera
puede llenar como más le plazca y sin ruborizarse. En las últimas décadas ese movimiento se ha ido transformando, en
diálogo permanente con la modernidad, en un pragmatismo que le permite
mantenerse vivo y protagonista de los deseos –equivocados o no– de las
mayorías. Nacido como un movimiento policlasista, industrialista, de
corte nacional y popular, mantuvo cierta coherencia –más allá de los
imaginarios de la juventud de los años setenta– hasta la muerte de su
líder. En los '90, el menemismo lo transformó en una maquinaria política
neoliberal que mantenía el policlasismo pero que había abandonado las
demás variables constitutivas. El kirchnerismo recuperó algunas de los
elementos tradicionales del peronismo original, pero los matizó con una
concepción "progresista" que lo acercó a algunas posiciones de
centroizquierda. Es decir, a lo largo de los años el peronismo tuvo la
capacidad de armar, desarmar y rearmar –muy matizado– el Estado de
Bienestar; nacionalizar, privatizar y renacionalizar las principales
empresas del servicio; industrializar, desindustrializar y
reindustrializar la economía; y distribuir, concentrar, y redistribuir
la riqueza en la Argentina. Lo que nunca se había dado desde los años
setenta hasta ahora es que los modelos, en pugna a lo largo de una línea
de tiempo, pudieran competir de forma tan marcada en un corte
transversal. Hoy, disputan al interior del mismo movimiento las
distintas líneas de acción. Al kirchnerismo se le opone una visión
lavada del noventismo. Hoy "peronista" puede significar ser una cosa y
la otra al mismo tiempo y sin el menor riesgo de contradicción. O como
me dijo un puntero político del Conurbano bonaerense que ya se alista
con las pretensiones del intendente de Tigre Sergio Massa: "Yo apoyo el
modelo y a Cristina la re banco, pero voy a votar en contra, porque mi
intendente cerró con Massita." Esquizofrenias aparte, lo que demuestran ciertas jugadas en el
territorio bonaerense es que la maquinaria político electoral del
peronismo cruje nuevamente ante la posibilidad de que se produzca una
modificación en la conducción del movimiento. Y se sospecha. Conduce el
que gana. Y como no sea cosa que uno u otra pueda ganar se ponen los
huevos en distintas canastas. Sin importar demasiado –dice el prejuicio–
si se es de Intransigencia y Movilización, de la UPAU, de Montoneros,
del Comando de Organización, del PRO o de La Cámpora. Mientras gane y
asegure la continuidad y un buen reparto de incentivos, alcanza. Después
de todo es la lógica del poder y de la política. En el Gran Buenos
Aires y en Alemania. Pero habría que matizar un poco eso del "aparato bonaerense". ¿Qué
significa? ¿Hay uno o pequeños aparatitos distritales? ¿Es lo mismo
Martín Insaurralde que Massa? ¿o Hugo Curto y Jorge Ferraresi? No sea
cosa que el tan mentado "aparato bonaerense" resulte ser más un
rompecabezas que un "Gurbo" invencible. El problema para los jugadores especulativos es que no está del todo
claro el panorama dentro del peronismo. ¿Por qué? Porque a pesar de
ciertas dificultades que pueda atravesar el kirchnerismo, después de la
experiencia de las elecciones de 2009, nadie –excepto los editorialistas
voluntaristas de los medios hegemónicos– se anima a firmar el acta de
nacimiento del "post kirchnerismo". ¿Y si el Kirchnerismo gana las
elecciones de octubre como indican todas las encuestas qué ocurre con
los porotos anotados en el Frente Renovador? Lo cierto es que hoy por hoy algunos actores políticos están con la
maquinita de la permanente esperando para hacerle los rulos al
intendente de Tigre para el 2015. Pero la cosa no está fácil para Massa.
Dos años es muy poco tiempo para instalarse como candidato
presidenciable. Ni con Clarín y La Nación detrás es posible lograrlo
–con Mauricio Macri no pudieron hacerlo en un lustro– sin un armado
político real detrás que lo sostenga. Y nada indica que el "aparato
justicialista nacional" esté dispuesto a ponerse a los pies del
"intendente de Disneylandia" –en referencia a Massa– como ya ironizan
algunos de los gobernadores que también están en los boxes. Algo de razón tienen los titulares de los ejecutivos provinciales.
¿Por qué hombres como Sergio Urribarri, Juan Manuel Urutbey, Jorge
Capitanich o el mismo Daniel Scioli, por ejemplo, que tienen experiencia
de años sorteando los problemas reales de extensos territorios con
déficits económicos e índices sociales difíciles, van a ponerse bajo la
égida de un "pibe" cuya única experiencia es haber gestionado un
municipio rico? En política, también, hay que pagar derecho de piso. Y
tampoco nada es demasiado ineluctable. Seguramente, Massa lo sabe. Y posiblemente, sólo se haya presentado
como quien quiere hacer sapito en el lago. Es decir, ni siquiera él se
hace los rulos y pretende pasar de la intendencia de Tigre a ser
candidato expectante para cerrar, finalmente en el 2015, una
indiscutible pole-position para la gobernación de Buenos Aires. Y
después dejar que los círculos concéntricos vayan marcando el camino.
Después de todo, si de las elecciones de octubre se trata, los más
perjudicados son Francisco de Narváez, Hugo Moyano y Mauricio Macri. El
primero, porque deberá repartir su clientela con un Massa que le es más
cómodo al pejotismo bonaerense; el segundo, porque terminó acorralado en
una alianza insostenible en términos discursivos e ideológico; y el
tercero, porque sepultó sus pretensiones presidenciales al demostrar que
puede armar un espacio político más allá de la General Paz. Por último, un párrafo aparte merece un jugador extrapolítico que
pareciera estar haciéndose los rulos para un futuro cercano. No proviene
de los partidos políticos sino de la corporación judicial. Es un
secreto a voces que el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, está
construyendo su figura política, poniendo en riesgo el normal desempeño
de las instituciones. Incluso algunos sostienen que estaría a punto de
emitir un fallo contrario a la ley democrática de Medios Audiovisuales
sólo con la intención de construir su propia imagen en vistas a
intereses puramente personalistas. ¿Tiene derecho un ministro del
"independiente" Poder Judicial a hacerse los rulos en materia política y
fallar sólo en beneficio propio? Es de esperar, por el bien de la
democracia, que esto no ocurra.
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