Quien comenzó con la demencial campaña contra
los jóvenes militantes organizados –centralmente a La Cámpora–
caracterizándolos a ellos y al gobierno democrático como un símil del
nazismo y de sus juventudes hitlerianas fue la diputada Elisa Carrió. La ex funcionaria de la justicia de la dictadura en el Chaco parece
no tener límites para sus delirios. Los argentinos estamos acostumbrados
a sus desmesuras, sus invectivas y a su inveterada costumbre de crear
zozobras, temores y anuncios inconsistentes y apocalípticos, aunque
siempre deja una puerta abierta a la posible salvación si es que la
escuchan y la votan a ella. Seguramente son muchos los que se preguntan
el porqué de estas extrañas conductas y de dónde sale su convencimiento
de estar liderando una cruzada. Alguna explicación pude encontrar hace
tiempo. Hace unos cinco años la casualidad hizo que me sentara al lado de un
importante sacerdote de la Iglesia Católica, en una multitudinaria
reunión en la Cancillería. Conversando con este connotado hincha del
club San Lorenzo y sabiendo de su relación con la diputada chaqueña, le
pregunté su opinión sobre la denunciante serial. Con la mesura de los
curas con años de experiencia y luego de una pausa dramática me hizo una
confesión. En una de sus tantas charlas, Elisa Carrió le contó que se
le había aparecido la Virgen María en dos ocasiones y que en una suerte
de ensoñación le había revelado que el pueblo argentino la iría a buscar
a su casa para llevarla en procesión hasta la Casa de Gobierno para
ungirla como presidenta. El cura, consternado, me explicó que le
preocupaba y desconfiaba de la gente que dice tener apariciones
celestiales y que por eso se fue alejando paulatinamente de esta
delirante mujer. Este buen sacerdote no me va a desmentir si esta
historia real fuera cuestionada o intentaran refutarla o judicializarla. Quienes la promueven, ensalzan y utilizan conocen perfectamente la
catadura del personaje, sus ambiciones desmedidas y su desordenada
psiquis. La usan como ariete para instalar acechanzas y miedos sin
pruebas ni coherencia y –por supuesto– sin repreguntas ni
cuestionamientos. Ha llegado a decir que Cristina no es Hitler porque es
menos inteligente que el genocida, adjudicándole al líder nazi una
cualidad intelectual que nadie había osado en atribuirle. Un brutal
desprecio por las víctimas del Holocausto. Desde su puntapié inicial se va desglosando la infantería gorila del
despropósito y el odio irracional, con personajes como Marcos Aguinis o
Federico Sturzenegger, entre otros, fogoneando y recalentando un clima
de enfrentamientos que sólo son funcionales a las minorías acomodadas
que se resisten a la equidad, la ampliación de derechos y a la
democracia social. El colmo –como ya se ha escrito, hablado y condenado– fue el
editorial de La Nación "1933", que compara a nuestro gobierno con el
clima de época previo a la ascensión de los nazis en Alemania. Es el
mismo diario que apoyó e integró las protojuventudes hitlerianas
adelantadas a las SA (tropas de asalto) nacionalsocialistas, que se
autodenominaron Liga Patriótica Argentina. Esta banda de terratenientes y
hombres del poder real y oligárquico fue un grupo de ultraderecha
creado a partir de las huelgas de fines de 1918 y principios de 1919. La
Liga incluía tanto organizaciones paramilitares como círculos sociales
formales, actuando como grupos de choque, hostigando mediante la
violencia y las amenazas y acciones criminales a residentes extranjeros,
organizaciones sindicales y grupos de trabajadores en huelga. Lo
interesante es conocer que estos represores y violentos tenían una Junta
Nacional presidida por el radical Manuel Carlés y que integraban –entre
otros– Jorge A. Mitre y Ezequiel Paz, directores de La Nación y La
Prensa respectivamente, además de estancieros como Martínez de Hoz,
Celedonio Pereda o Saturnino Unzué u hombres de la Iglesia elitista como
Monseñor de Andrea o de la FF AA, como el vicealmirante Domecq García.
La misma caterva que en 1930, 1955 y 1976 golpearía a la democracia
bañando de sangre e instaurando políticas antipopulares en la Argentina.
Los mismos que están intentando ahora la restauración conservadora
disfrazada de republicanismo. Los escribas de ese editorial deleznable trabajan en un diario que en
2005 seguía reivindicando a la sangrienta Liga Patriótica y publicaba
el 1 de diciembre de ese año en Sociales una invitación a una charla en
el Regimiento de Patricios del ex teniente coronel Fernández Maguer
sobre "Pasado, presente y proyectos de la Liga Patriótica Argentina". ¿Dónde estaba y sigue estando el huevo de la serpiente del golpismo y
la violencia antidemocrática? ¿Qué armas mediáticas usan hoy a falta de
balas y tanques? ¿Quiénes son los fabricantes de mentiras que como
canta Charly García "sus mentiras pueden traer dolor"? Son los mismos de
siempre. Los que envenenan las conciencias de los desprevenidos y
muchas veces consiguen borrar la memoria del amoral proyecto
político-económico que representan y que cada vez que accedieron al
gobierno han implementado. Deslegitimar a la política y al gobierno democrático es la tarea de
este grupo de tareas que recorre nuestra historia intentando mantener
sus privilegios. Y Elisa Carrió ahora les es funcional en el intento de instalar la
falacia de la corrupción generalizada, aunque ella misma aparezca floja
de papeles. Lo mismo que Jorge Lanata. Como a tantos, los cambiarán
cuando no les sirvan más. Lo permanente en nuestra historia es el poder concentrado, la línea
editorial de La Nación y ahora de Clarín, el proyecto de la Sociedad
Rural, de las minorías elitistas y racistas. Y como en el '45 con Perón y Evita, y desde 2003 con Néstor y
Cristina, seguiremos siendo el hecho maldito del país burgués. Y esta
vez, sin vuelta atrás.
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