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viernes, 29 de marzo de 2013

Un lenguaje para un mundo blue, por Dante Augusto Palma (para “Veintitrés” del 27-03-13)





Por Dante Augusto Palma


Diluyéndose la fiebre papal, la agenda mediática volvió a cierta normalidad. Reaparecieron los casos de inseguridad, la inflación y Guillermo Moreno. Pero la figura estelar de los últimos días fue el dólar y una disparada de su cotización en el mercado ilegal al que algunos denominan blue.

Según la mirada de los economistas del establishment, la disparada del dólar blue obedece a la nueva disposición de la AFIP que, con fines recaudatorios, elevó de 15 a 20% la retención a cuenta de Ganancias para compras realizadas con moneda extranjera, algo que sólo puede entenderse en el contexto de las restricciones a la compra de la divisa estadounidense. Por su parte, economistas menos ortodoxos señalan que se trató de una corrida cambiaria en un mercado tan pequeño que la decisión de un inversor mediano puede disparar hacia un lado o el otro una cotización que obedece bastante, también, a la cara del comprador. Con todo, prácticamente la totalidad de los economistas consideran que, poquito o mucho, el dólar blue incide pues, cuanto menos, genera incertidumbre en diversos actores económicos y altera mercados puntuales como el inmobiliario, en el que los vivos de siempre, las inmobiliarias, siguen publicando los precios en dólares para luego convertir a pesos según la cotización que les plazca. Más allá de este mínimo acuerdo, podría dedicar esta columna enteramente a mostrar la desproporción existente entre la importancia objetiva de este pequeño mercado y la desmesurada cobertura mediática que de él se hace, pero dejaré esa labor para los especialistas en economía y medios. Lo que me interesa, más bien, es realizar algunas reflexiones en torno al modo en que el lenguaje crea realidad y cómo buena parte de la disputa cultural que se realiza en la arena pública tiene que ver con quién alcanza legitimidad para nombrar, para bautizar con un determinado signo, las cosas. 

Ahora bien, usted dirá: ¿qué tiene que ver la idea de un “lenguaje creador” con el dólar blue? La pregunta es pertinente y, si me tiene paciencia, espero respondérsela al final de la nota. 

En el ámbito de la filosofía hubo que llegar hasta el siglo XX para que se tome real dimensión del modo en que el lenguaje era un elemento esencial para el conocimiento del mundo. Antes de ello, por supuesto, hubo reflexiones acerca del lenguaje, por caso, las de Platón en el Crátilo o los intentos de creación de lenguajes artificiales capaces de representar el mundo tal cual es allá por el siglo XVII. Pero recién con lo que se llamó “giro lingüístico”, la filosofía, y, con ella, disciplinas tanto humanísticas como sociales, notaron que cualquier reflexión seria acerca de lo real y del sujeto del conocimiento tenía que atravesar el tamiz de una serie de tomas de posición respecto de qué es y cómo funciona el lenguaje.

Está claro que cualquier manual de filosofía del lenguaje lo explicará mejor que yo pero una pregunta central de este debate podría resumirse en el interrogante acerca de si el lenguaje es simplemente un espejo de lo real o si el lenguaje más bien constituye esa realidad. Dicho más fácil: ¿existe el mundo y luego venimos nosotros a tratar de describirlo con palabras o es que a través de la descripción que hacemos con nuestras palabras creamos el mundo? La primera posición tiene como principal referente al pensamiento neopositivista y la segunda puede derivar en un relativismo lingüístico por el que, en última instancia, sea imposible comunicarse entre diferentes idiomas puesto que los términos de uno constituyen una realidad intraducible a los términos del otro. Ciertas pruebas a favor de ello han aparecido en los estudios etnolingüísticos que muestran, por ejemplo, cómo la percepción de los colores, un dato aparentemente insoslayable del mundo, depende de las categorías lingüísticas que se posean. En otras palabras, los esquimales pueden captar diferentes tipos de blanco porque tienen diferentes categorías para denominar esas “gamas”, algo perfectamente entendible por la importancia que ese color tiene en su hábitat.

Sin embargo, sin caer en una posición tan extrema, diferentes pensadores como John Austin, John Searle, Jacques Derrida, entre muchos otros, han trabajado sobre el modo en que existen determinados enunciados que no son meramente descriptivos sino que crean una realidad. Cuando un juez dice “los declaro marido y mujer” está estableciendo una realidad inexistente que surge del acto de enunciación, algo así como lo que, cuentan, habría hecho Dios cuando creó el mundo tras afirmar “Hágase la luz”. En esta misma línea, Judith Butler, una pensadora feminista heredera de Michel Foucault, por ejemplo, hace un especial énfasis en el modo en que el lenguaje discriminador es creador de la discriminación. Esta línea de pensamiento es seguida por, entre otros, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), haciendo fuerte énfasis en campañas para cambiar nuestros modos de hablar. Pues decir “negro”, “puto”, “puta”, son formas de estigmatizar que se encuentran completamente naturalizadas y conforman la base de una sociedad en que siguen existiendo formas de discriminación.

Hecha esta apretadísima consideración, aplíquense algunas de estas ideas al fenómeno del dólar blue. El dólar blue es una creación discursiva y su repetición le da una entidad que no merece. ¿Significa que no existe el mercado ilegal? Claro que existe, pero es su nominación la que lo transforma en un dato a ser considerado. Una buena prueba de ello es, justamente, que no se lo llama “ilegal” sino “blue”, lo cual le quita toda la carga negativa de lo que está fuera de la ley. Sin duda, se podría objetar que sólo en el marco de restricciones de acceso al dólar oficial tiene sentido hablar de “otro mercado”, pero nótese que este “otro mercado” comienza a transformarse en el único. Pues lo más interesante es que el lenguaje no sólo crea sino que también invisibiliza o sustituye. En este sentido, estamos asistiendo a una etapa en la que el “dólar blue” pasa a ser denominado simplemente como “el dólar”. Ahora, de repente, el dólar (oficial) a $ 5,10 ya no existe más y el dólar (blue) es el que se toma en cuenta a la hora de titular una noticia. Paulatinamente, lo “blue” va diluyéndose y la metáfora de lo ilegal se va literalizando e internalizando de manera tal de instalar una nueva realidad tendiente, claro, a plantear un escenario de incertidumbre capaz de ofrecer el perfil ideal para cuantificar el mal humor de quienes se oponen al control de cambio impuesto por el Gobierno. 

Después podemos discutir si este tipo de medidas económicas son o no efectivas. Incluso, de manera más específica, podemos preguntarnos si la decisión de la AFIP en la previa a Semana Santa fue o no adecuada más allá de que existe comprobación fidedigna del modo en que se fugaban dólares a través de contubernios en los que muchas agencias de viaje eran cómplices. Incluso, con los números en la mano, habrá que observar si este tipo de medidas afecta a quienes tiene que afectar o acaba generando dificultades extras a quienes no son los causantes de las fugas de divisas sino viajeros esporádicos de una clase media que recuperó el poder adquisitivo y que se puede dar un gusto. Todo esto se puede repensar con los datos de la recaudación desagregada y una vez que haya transcurrido un tiempo razonable que permita una cierta mirada macro. Pero problematizar este tipo de medidas y hasta, incluso, considerar que alguna de ella puede ser, cuando menos, perfectible, no tiene que obturarnos la plena conciencia de que cuando calculamos y reflexionamos sobre el valor del dólar, también estamos dando una disputa discursiva que no es meramente declamativa, sino que constituye esa cotidiana y siempre compleja realidad que nos toca transitar diariamente.

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