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viernes, 22 de febrero de 2013

El Brasil que La Nación y la Sociedad Rural callan. Por Federico Bernal (para “Tiempo Argentino” del 20-02-13)





Crisis internacional y cuestión nacional


La crisis de 1930, que en la Argentina truncó la época dorada oligárquica hasta 1955, puso fin al Brasil semicolonial.
 

Neoliberalismo y campo nacional utilizan con frecuencia a Brasil como modelo para la Argentina, aunque las más de las veces desconociendo las diferencias históricas fundamentales entre ambos países. Ni qué hablar de la Revolución de 1930 y los gobiernos de Getulio Vargas. Nada. Pues bien, en los últimos días la prensa del criollaje semicolonial vuelve al ruedo con las medidas más recientes tomadas por Rousseff para contrarrestar los efectos de la crisis internacional y combatir la inflación en alimentos. Se trata del mega-paquete de estímulo al aparato productivo basado en la reducción masiva de tributos federales y estaduales. Más de 20 segmentos industriales, dos de servicios y tres del área de transportes serán exonerados con distintas podas impositivas en los próximos años. Para la Federación de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP), esta decisión del gobierno demuestra su preocupación "en remover los obstáculos al crecimiento de la producción y promover un aumento de la competitividad brasilera". El Ministerio de Economía calcula que el Estado dejará de recaudar 12.800 millones de reales (33.280 millones de pesos), equivalentes a un 0,26% del PBI durante el presente año. Para 2014, el impacto será de 14.110 millones de reales. ¿Los beneficios? Específicamente en el sector alimentario, una exoneración de 5000 millones de reales al sector agro-industrial (vinculado a los productos de la canasta básica ampliada), lo cual producirá un rebote en el PBI del 0,42%, la generación de 416 mil empleos en tres años y mejores ingresos para el 70% de las familias brasileñas. Puede ser que en Brasil las trabas al desarrollo pasen hoy por remover el lastre impositivo que pesa sobre una industria alicaída, extranjerizada y que no logra levantar cabeza. Pero en la Argentina las trabas son otras, más profundas, estructurales e históricas. Subsidiar por miles de millones de dólares a la estratégica Industria de Transformación que explica cerca del 50% de las exportaciones totales brasileras (explicaba el 70% antes de la crisis) es la gran jugada de Rousseff para contrarrestar el poder oligopólico del capitalismo financiero y especulador local –fusionado al extranjero– favorecido a su vez por las políticas neoliberales entre 1980 y 2000. Acá el peor enemigo del pueblo brasileño, enemigo que logró no sólo desnacionalizar la industria de transformación sino también reducir su participación en el PBI de un 27% en 1986 a menos del 15% el año pasado. 
¿Pero es esta comparación la más oportuna a la Argentina del Bicentenario, con la oligarquía de los agro-negocios a punto de reeditar un nuevo 2008? ¿Exención del valor agregado a los alimentos de la canasta básica también aquí, subsidiando a la agro-industria, al supermercadismo y al oligopolio alimentario? ¿No cabría preguntarse más bien cómo y cuándo fue que Brasil se hizo verdaderamente industrial, y cómo y cuándo las grandes mayorías postergadas ingresaron a la vida económica del país? ¿Cuál es el sector estratégico argentino para el despegue de las fuerzas productivas nacionales, la diversificación económica y la justicia social? 

CAFÉ Y EL DESPEGUE INDUSTRIAL BRASILEÑO.

Mientras que la Sociedad Rural Argentina se manifestaba en contra del control de precios de los alimentos, rechazando el congelamiento de precios conseguido por la Secretaría de Comercio de la Nación, la FIESP –a través de su Departamento de Agro-negocios– se vuelca por una mayor redistribución de la riqueza a favor de las clases sociales más necesitadas (no existe una Sociedad Rural Brasileña). Sin embargo, tal decisión no pasa, como sí obligadamente en la Argentina, por enfrentarse a una élite reaccionaria al aplicar mayores retenciones a las exportaciones de granos para así continuar estatizando renta agraria. No. El Brasil nacional y popular apeló a esta revolucionaria medida hace ya más de medio siglo. A propósito y ya que hablamos de la FIESP, preguntamos a su presidente, Paulo Skaf, sobre esta sustancial diferencia. Nos respondió textualmente lo que sigue: "La industrialización brasileña solamente fue posible gracias a la acumulación de divisas provenientes del campo. En Brasil y gracias al café, desde el momento a partir del cual se transfirió la renta a las ciudades e industrias, la agricultura desapareció como eslabón aislado de la economía, cediendo espacio a la cadena del agro-negocio. Asimismo, la fuerte crisis internacional de los años 30 ofreció a Brasil mejores condiciones para producir internamente manufacturas que antes se importaban. Como dije, eso fue posible gracias a la acumulación de recursos de las exportaciones de café, que permitió financiar la creación de nuestras primeras fábricas". En su gran libro Desenvolvimiento y crisis en Brasil: 1930-1983, Bresser Pereira señala que entre 1930 y 1964, y al ritmo de un incremento de la producción manufacturera del 683%, la estructura económica, política y social de Brasil se transformó por completo. Skaf no lo aclara, pero nada de esto podría haber sucedido sin la estatización de la renta cafetera a partir de 1930.
CUESTIÓN NACIONAL, SOJA Y CAFÉ. La exoneración masiva de impuestos como freno de mano a la primarización del aparato productivo y el combate a la inflación es una solución brasileña a los problemas brasileños, por supuesto que con un sentido redistributivo en beneficio de las clases populares y de su gigantesco pero deprimido aparato industrial. La industria de transformación, que incluye todos los tipos de manufactura, creció apenas un 1% desde el inicio de la crisis, siendo ampliamente superada por los sectores de la construcción (creció el 7,8%) y de servicios (10,5%). La desindustrialización argentina entre 1976 y 2003 provocó un desbalance parecido, conduciendo entre otras cuestiones al fortalecimiento del sector rentístico y parasitario, al capital extranjero por sobre el nacional, a la sojización de la agricultura (la soja llegó al país con la dictadura y se consolidó a mediados de los noventa), al desmantelamiento del patrimonio público y al aniquilamiento casi absoluto del movimiento obrero y la clase media. En Brasil, ni Lula antes ni Rousseff ahora –tampoco la clase obrera ni el industrial con consciencia de sí y para sí– desean regresar a la época dorada de los barones del café, esto es, una época en la que unos pocos controlaban los destinos del país y de decenas de millones. La crisis de 1930, que en la Argentina truncó la época dorada oligárquica hasta 1955, puso fin al Brasil semicolonial. Casi 80 años más tarde, una nueva crisis internacional agudiza en ambas naciones las contradicciones entre modelos de desarrollo opuestos, alimentando la resolución de la cuestión nacional en función de las propias particularidades y de la naturaleza de los gobiernos de turno. En este sentido, es crucial recordar que fue la caída de los precios del café consecuencia de la crisis internacional de la década del 30 lo que condujo a la aparición histórica del varguismo. Porque fue justamente el varguismo la respuesta popular a la decisión de la oligarquía cafetera y del oligopolio extranjero comercializador de derivar a toda la población, mediante una devaluación del 40% de la moneda, los ingentes perjuicios derivados de la crisis. 
¿Acaso no presiona la Mesa de Enlace, en connivencia con las multinacionales de los agro-negocios, por una mega devaluación para sacar más provecho de la renta sojera, aún mayoritariamente en su poder, y en detrimento de millones de argentinos y argentinas? En su histórico discurso de 1930, Vargas expuso una política social para la clase obrera de las ciudades, un plan siderúrgico, la división del latifundio, la expansión de la agricultura y la ganadería, etc. La economía brasileña dejaba de subordinarse al interés de una minoría reaccionaria. ¿Mera casualidad con esta Argentina que entre sus primeras medidas (años 1931 y 1932) se pusieran en práctica: una nueva renegociación de la deuda externa (incluyendo una fuerte moratoria), un nuevo marco regulatorio para el sector de la radiodifusión (derivó  en el Código Brasileiro de Telecomunicaciones), la reglamentación del trabajo femenino igualándolo en derechos al masculino, el fin de la desregulación bancaria, la reglamentación y legalización de la sindicalización y, finalmente, la creación del Consejo Nacional del Café, para regular un sector que explicaba el 70% de las exportaciones totales del país y su principal fuente de recursos? La oligarquía cafetera puso el grito en el cielo. Era la primera vez que un gobierno nacional priorizaba los intereses populares e industrialistas a los de una élite reaccionaria y anti-nacional. En fin, el gobierno de Rousseff decide privar al Estado de recursos fiscales por vía de una menor recaudación, subsidiando a su aparato industrial (y en él básicamente al agro-alimentario) en decenas de miles de millones de dólares. 
Busca así frenar la primarización económica, contener la inflación, aumentar el consumo y el empleo, de tal manera de "remover los obstáculos al crecimiento de la producción y la competitividad". 
Ni lento ni perezoso, el neoliberalismo argentino aprovecha la comparación y dispara desde su house organ: "Los ruralistas se quejan de lo que consideran una presión impositiva excesiva, no sólo por los derechos de exportación (la soja paga un 35%), sino también por los aumentos del impuesto inmobiliario rural, entre otros tributos, y por el desfase entre la cotización del dólar oficial y el 'blue' (La Nación - 19/2/13)". Otra vez intentando subordinar la Casa Rosada a sus billeteras y palacetes. 
En el mismo artículo, y como si hiciera falta recordárnoslo, vuelven a rechazar de cuajo los amagues de recreación de una Junta Nacional de Granos y del IAPI, amenazando con frenar la comercialización de soja. Al cierre del mismo artículo, un recuadrito titulado "Brasil, con cosecha récord". Y bueno, ya que insisten con el ejemplo brasilero, empecemos desde el comienzo, como el presidente de la FIESP nos explicó. Ni Junta de Granos ni IAPI, Consejo Nacional de la Soja y a terminar lo que no pudo Perón y sí consiguió Vargas.  

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