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lunes, 7 de enero de 2013

Los dilemas del chavismo, por Modesto Emilio Guerrero (para “INFOnews” del 06-01-13)






Para comprender el fenómeno venezolano en su dinámica actual, y las derivaciones al interior de Miraflores, en el PSUV y en la sociedad, hay que reflexionar sobre sus tres claves: su líder y fundador, los movimientos sociales y la existencia de un “partido militar”.


En la aciaga mañana del 11 de diciembre que Hugo Chávez miró el rostro estupefacto de Nicolás Maduro y le entregó la espada de Bolívar, no sólo se despedía un presidente y se alejaba para siempre del poder un líder de cuerpo agotado, también daba inicio, aunque no lo supiera, a una nueva historia para el movimiento que nació con él veinte años atrás.
Sin embargo, los dilemas del chavismo no comenzaron el día que sus militantes descubrieron que se estaban quedando sin líder.
Para comprender el chavismo en su dinámica actual, y las derivaciones al interior de Miraflores, en el PSUV y en la sociedad, hay que juntar sus tres claves: el líder, los movimientos sociales y el “partido militar”. La composición de esa simple ecuación la distingue de lo conocido en la historia política latinoamericana.
La estructura del poder institucional bolivariano se asienta en cinco factores identificados con figuras centrales como José Vicente Rangel, o ministros y jefes políticos como Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Elías Jaua, Jorge Arreaza, Francisco Farruco Sesto, Tarek El Aisami y otros de menor pendulación o de audiencia sólo regional.
La presencia anímica de Hugo Chávez impide relaciones contradictorias, pero no avienta para siempre las visiones y modos distintos que abrigan sobre cómo resolver la complicada situación interna.
El proyecto común tiene miradas distintas. Una visión es de credo socialdemócrata, animada por J. V. Rangel, una respetable personalidad de la izquierda más tradicional, que desde 2011 promueve una transición acordada con una parte de la burguesía, incluido un segmento moderado de la no chavista. La segunda apuntaría a alguna versión del bonapartismo vernáculo latinoamericano.
Aunque suele ser personificada por el ex teniente coronel bolivariano Diosdado Cabello, ex vicepresidente, varias veces ministro, gobernador derrotado de Miranda y actual Presidente de la Asamblea Nacional, va más allá de él. Se interna en los caminos sinuosos del “partido militar”.
Entre una y otra se mueven las demás, con mayor o menor acercamiento según la coyuntura y la posición ocupada alrededor del presidente Chávez. La presión dislocante de un Comandante-Presidente cada vez más ausente comenzó a mover las piezas del chavismo en ondulaciones transversales entre las dos opciones dominantes.
Lo que haga o no pueda hacer el “partido militar” dependerá de una relación de fuerzas que no maneja a su arbitrio. Esta entidad clave del poder venezolano, tan difusa como decisiva, pendula entre lo que representan Maduro y Rangel y las vanguardias bolivarianas más orgánicas. En Venezuela, el partido militar conserva sus perfiles corporativos, pero sin las formas reaccionarias de otras experiencias. Por ahora.
El PSUV, convertido en maquinaria electoral sin vitalidad militante, no “pincha ni corta” en los decisivos momentos que atraviesa la revolución bolivariana.
En la actual transición entre un chavismo centrípeto y un chavismo sin Chávez, predomina la perspectiva moderada y unitaria insuflada por el respeto canónico al presidente enfermo. No hubo descuido presidencial cuando no depositó la espada de Bolívar en las manos del partido militar, sino en la otra. Y por suerte el proceso bolivariano no está cruzado por agrietamientos violentos como en otros procesos, por ejemplo el peronismo de 1973-1976.
Las hipótesis de tensión interna tienen como base la tendencia decreciente del voto chavista desde 2007, y la molestia de las bases con una burocracia ineficaz y autonomizada que mantiene secuestrados al Estado y al partido, en representación de la emergente “boliburguesía”.
Tanto el “partido militar” como la versión socialdemocratizante, deberán arreglárselas con un tipo de poder popular nacido en 1989 y potenciado desde 2002 en unos 17 movimientos asentados en clases y sectores de clase trabajadora. Ellos corporizan un poder constituyente de los de abajo, aunque todavía no sepan como reemplazar a la burocracia constituida como gobernante.
El Consejo Comunal, la Federación Campesina Ezequiel Zamora, el Movimiento de Pobladores Urbanos y sus Comunas Socialistas, las Milicias que cuidan, por ejemplo, barrios de la Misión Vivienda, las Guardias Rurales y los 620 medios comunitarios, son pilares de ese poder popular. El medio periodístico bolivariano más leído del país, Aporrea.org, no es oficialista ni comercial ni de papel. Lo visitan unas 230 mil veces cada 24 horas, según la firma contabilizadora Alexa.com. Funcionan más de 3 mil Comités de Salud Laboral y unos 1.120 Comités de Usuarios de Televisión encargados de vigilar los contenidos para que los niños no vean pornografía mientras sean niños, o no sean inducidos a matar y odiar según las pautas culturales de Hollywood. Este poder popular es acéntrico, pero se niega a renunciar al carácter independiente del gobierno nacido el 13 de abril de 2002. En Miraflores no hay expresiones directas del empresariado capitalista. Las vanguardias y partes del gobierno entienden ese detalle como una conquista que choca con los dos proyectos preponderantes. También por ahora.
La inminente ausencia del líder originario coloca al movimiento bolivariano y su proceso político ante su prueba más compleja. Veinte años después, el chavismo deberá saber superarse a sí mismo o descubrir el infausto destino de corrientes similares del pasado latinoamericano.
De los 18 movimientos nacionalistas del continente aparecidos entre la Revolución Mexicana y el chavismo, ninguno sobrevivió igual a lo que fue mientras estuvo bajo la impronta de sus líderes y organismos.
Las transformaciones fueron de amplia gama. Varios sufrieron una descomposición temprana (el MNR boliviano luego de Paz Estensoro, el adequismo venezolano o el aprismo peruano); otros desaparecieron de la escena histórica al ser derribados, o salidos del gobierno (el cardenismo mexicano, el arbenzismo en Guatemala, el varguismo brasileño o el ibañismo chileno y ecuatoriano). También se conoció la recomposición transitoria de otros movimientos, pero con ropajes moderados que ya no cabían en el cuerpo original (el sandinismo, el FMLN, el peronismo, el frenteamplismo uruguayo o el torrijismo panameño).
En esa realidad tan compleja de opciones históricas, el chavismo está atravesado por las mismas leyes, resumibles con dificultad en esta fórmula algebraica: ido el líder, el movimiento se potencia en la base social o decae y muta en su contrario.

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