Páginas

lunes, 26 de noviembre de 2012

Obligado, la soberanía y los cipayos, por Alberto Lettieri (para “Miradas al Sur” del 25-11-12)




Miradas al Sur. Año 5. Edición número 236. Domingo 25 de noviembre de 2012
Por 
Alberto Lettieri. Historiador


El 17 de noviembre de 1845 una fabulosa flota anglo-francesa compuesta por varias decenas de buques a vapor y 113 poderosos cañones, partió de Montevideo con la misión de apoderarse del río Paraná e imponer la libre navegación. La acompañaban más de un centenar de navíos comerciales cargados de mercancías.
Anoticiado de la expedición, el gobernador Juan Manuel de Rosas encargó al coronel Lucio V. Mansilla la defensa del territorio nacional. Mansilla escogió un estrecho paso, a la altura de la localidad de Vuelta de Obligado, para montar una batería, al tiempo que colocó una serie de botes encadenados sobre el río, para impedir el tránsito de los atacantes. Apenas se contaba con 35 cañones de pequeño calibre, lo cual impedía abrigar cualquier esperanza de alcanzar una victoria. La acción significaba una clara señal para los invasores: la Confederación Argentina estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias para defender su soberanía.
El 20 de noviembre se produjo el combate. Los defensores consiguieron causar importantes daños en las embarcaciones enemigas, y consiguieron rechazar un intento de desembarco, con grandes pérdidas para los agresores. Cuando los patriotas se quedaron sin municiones, los anglo-franceses cortaron las cadenas y remontaron el río hacia el norte. Inmediatamente, un decreto de Rosas declaró a la invasión como acto de piratería.
Las causas de la invasión. En 1845 reinaba la paz en la Argentina, hasta que, súbitamente, el 2 de agosto, una fabulosa flota anglo-francesa impuso un bloqueo sobre los puertos argentinos y uruguayos, con excepción del de Montevideo, ciudad gobernada por su aliado Fructuoso Rivera. Los invasores denunciaban la intromisión de Rosas en los asuntos internos uruguayos, argumento muy poco creíble al ser esgrimido por las dos potencias que más se involucraban en las cuestiones ajenas a lo largo del planeta. También se formulaban exigencias económicas, como la libre navegación de los ríos interiores, medida que Rosas había descartado de plano para proteger los intereses de los comerciantes y los productores locales de la competencia foránea –tal como, por otra parte, hacía la mayoría de los Estados europeos– y el retraso en el pago de los intereses de la deuda pública a los acreedores británicos.
Los cipayos.
A las pretensiones económicas y políticas anglo-francesas en la región, se sumaba un causa adicional a la intervención: la instigación de los exiliados unitarios, cuya insidiosa prensa, editada en Montevideo, no cesaba de publicar encendidos editoriales e informaciones falaces, que generaban preocupación por la seguridad de personas y capitales radicados en el Río de la Plata entre sus lectores parisinos y londinenses. En vista de que su actividad periodística no parecía alcanzar para movilizar la intervención europea, el jefe de los unitarios emigrados, Florencio Varela, se trasladó personalmente al viejo continente. Allí desplegó una incesante actividad hasta conseguir el apoyo de diplomáticos y comerciantes para su solicitud de implementar una urgente intervención armada.
Sin embargo, no eran los unitarios los únicos que pretendían beneficiarse del apoyo anglo-francés, a costas de resignar la soberanía y las riquezas de la patria. Una vez establecido el bloqueo, los gobernadores de Corrientes, Joaquín Madariaga, y de Santa Fe, Juan Pablo López, se aliaron con los invasores, y a ellos se sumó el gobierno paraguayo de Carlos Antonio López. Una fuerza de 4000 hombres, al mando de su hijo Francisco Solano López, fue enviada para respaldar por tierra a los atacantes. A ellos se sumó un ejército correntino de 5000 hombres, puesto a las órdenes del general unitario José María Paz, quien –a similitud de su colega el general Lavalle en tiempos del bloqueo francés (1838-1840)– se manifestaba orgulloso de ser el escogido para poner a la nación de rodillas ante la civilizada Europa.
Táctica y estrategia.
La batalla de Vuelta de Obligado no fue un hecho aislado, sino un movimiento táctico en el marco de la estrategia diseñada por Rosas para expulsar al invasor y garantizar la soberanía nacional. En vista de la disparidad de fuerzas existentes, el Restaurador descartó un enfrentamiento frontal, inclinándose por presentar combates puntuales y desgastantes a lo largo del Paraná, organizando pequeños emplazamientos armados en sus costas. El 2 de enero de 1846 se registró un nuevo combate en Vuelta de Obligado, replicado en los días sucesivos en Ramallo, San Nicolás, San Lorenzo y la Angostura del Quebracho, con graves daños para la flota invasora. El 10 de febrero fue gravemente dañado el vapor inglés Gordon y resultaron aniquilados los refuerzos transportados por los navíos Firebrand y Alecto, en El Tonelero. Entre marzo y abril, los anglo-franceses sufrieron graves pérdidas en Quebracho y El Tonelero. Los resultados, cada vez más favorables, confirmaban el compromiso de los defensores y el acierto de la estrategia diseñada.
Si bien los invasores consiguieron llegar al puerto de Corrientes, las operaciones comerciales fueron mínimas. En tanto, las victorias nacionales se reiteraban. Mansilla triunfó en Quebracho el 10 de junio, y los invasores fueron puestos en fuga al atacar los puertos de Ensenada y de Atalaya.
La victoria.
Las noticias que llegaban a Europa sobre el desenvolvimiento de la guerra en el Paraná causaron desazón y preocupación. El Parlamento inglés condenó la operación, sobre la que no había sido consultado, ya que además había provocado la paralización del comercio con Buenos Aires, generando grandes pérdidas. Las autoridades inglesas ordenaron que su escuadra abandonara el Paraná, a mediados de 1848, y enviaron un representante para negociar un acuerdo de paz, “en condiciones muy beneficiosas para Buenos Aires”, según sus instrucciones.
Ante la defección británica, los franceses suspendieron la ofensiva sobre el Paraná. Sin embargo, las negociaciones se dilataron, por lo que el bloqueo se mantuvo por varios meses. Finalmente, el 24 de noviembre de 1849 se firmó el Tratado Southern-Arana, por el cual Gran Bretaña aceptaba su derrota, reconocía la soberanía plena de la Confederación sobre los ríos interiores, devolvía todos los bienes y territorios requisados, y se comprometía a realizar un desagravio a la bandera argentina. Un año después, el 31 de agosto de 1850, se firmó el Tratado Arana-Lepredour, en términos similares.
La batalla de Vuelta de Obligado marcó un hito en la reivindicación de la soberanía nacional, y demostró el compromiso asumido por el pueblo argentino, liderado por Rosas, en defensa de nuestra tierra, de nuestras tradiciones y del derecho a ser libres. Y también permitió identificar al verdadero enemigo del proyecto de construcción de una Nación independiente y soberana, en las acciones y los lamentos de unitarios y liberales que sindicaban a la gesta como un triunfo de la barbarie sobre la civilización.

Publicado en :


No hay comentarios:

Publicar un comentario